Dada la superioridad…, que el pecado original le otorgó a nuestro cuerpo, sobre nuestra alma por medio de la dichosa concupiscencia, nosotros tenemos una tendencia a enfocar todos los temas de nuestra vida desde un ángulo antropomórfico. Pero esto no era así en el paraíso, ni será así en el cielo donde careceremos de la dichosa concupiscencia, y donde nuestro nuevo cuerpo, al ser un cuerpo espiritualizado no podrá imponerse a nuestra alma e inducirla al caos, como ahora nos ocurre, que continuamente se mantiene en nuestro ser, una lucha entre las apetencias y deseos de nuestro cuerpo y las ansias de amor, de nuestra alma a su Creador

            En esta vida, solo aquellas personas en las que su alma, le va ganando poco a poco la batalla a su cuerpo, pueden estar ya vislumbrando, las gozosas realidades que nos esperan, el día que abandonemos este mundo y podamos alcanzar la visión del Rostro de Dios. Como sabemos existe un orden superior que es el orden espiritual u orden del espíritu y debajo de este se sitúa el orden material o de la materia. En las pocas almas donde gobierna el orden superior, existe armonía y composición, donde se invierten los términos y es el orden inferior, el que lleva la batuta, cosa que ocurre en casi todas las personas, está asegurado el caos. Y el orden espiritual es siempre superior, porque fue Dios, Espíritu puro es el que creo el orden material y no al contrario.

La materia es corruptible porque siempre está compuesta de partes y por ello siempre, tiene una vida limitada en el tiempo que acaba, cuando alcanza la descomposición, al descomponerse o separarse sus partes, esta fenece, no es eterna. Por el contrario el espíritu es siempre eterno, porque es simple y al se simple no puede descomponerse y consiguientemente incorruptible, por lo que es eterno. Dios mismo es la simplicidad absoluta. Nosotros ahora somos o estamos compuestos de materia y espíritu. Nuestra materia se descompondrá y fenecerá pero no nuestra alma que como todo lo perteneciente al  orden espiritual,  es eterno.

Bien es verdad que el Señor nos ha prometido la resurrección de la carne y en razón de esta promesa, los que perseveren en el amor al Señor, serán dotados de un cuerpo glorioso. San Pablo en relación a este tema nos escribe diciéndonos:

            “Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar. No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves,  otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor. Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual”.

San Pablo nos lo dice bien claro: Todo se resume en la frase: “Sembrado cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual”. El hombre tomado de la tierra, Adán el terreno, es sembrado en la tierra y resucita celeste, transformado en el Espíritu Santo que es la realidad de lo alto, la vida incorruptible de Dios, su fuerza y su gloria. El hombre es elevado al modo de ser de Dios, es divinizado.

El teólogo dominico Antonio Royo Marín escribe: “Dice el apóstol San Pablo, que: “el cuerpo se siembra animal y resucitará espiritual” (1Cor 15,44). Esto no quiere decir que se transformará en espíritu; seguirá siendo corporal, pero quedará como espiritualizado: totalmente dominado, regido y gobernado por el alma, que le manejará a su gusto sin que le ofrezca la menor resistencia”.

Según François Xavier Durwell, nuestra forma de pensar, material y espiritual se contradicen, por eso no podemos imaginarnos lo que será el hombre en su resurrección. Resucitado en el espíritu, será no obstante lo que era en la tierra; una persona corporal que existe en sí mismo y en relación. Pero lo será en plenitud.

Tenemos noticias de las cuatro cualidades de que dispondrá nuestro cuerpo glorioso, y estas nos hacen pensar que más pertenecerá este cuerpo al orden espiritual que al material. Una de las varias cualidades del futuro cuerpo glorioso del que dispondremos, será la de la sutileza. Y sobre este punto Royo Marín nos dice: “Como quiera que sea, lo cierto es que podremos atravesar los seres corpóreos con la misma naturalidad y sencillez con que un rayo de sol atraviesa un cristal sin romperlo ni mancharlo”. Si el cuerpo glorioso que obtendremos es materia o espíritu, está claro, que material no será, pues toda la materia necesita ubicarse en el espacio en que este integrada, y desde luego ninguna materia tiene capacidad de poder atravesar otra materia, tal como nos dice Royo Marín como un rayo de sol, sin romper ni manchar, Quizá el cuerpo glorioso que obtendremos no sea un cuerpo espiritual pleno como nuestra alma, quizás sea un cuerpo espiritualizado tal como interpreta Royo Marín las palabras de San Pablo en su epístola, en todo caso, de lo que si podemos estar bien ciertos es que será distinto del cuerpo plenamente material del que ahora disponemos. 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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