Suelo pensar en que cristo se hace presente entre nosotros por medio de tres “M”: Misterio, Mensaje y Misión. El Misterio está relacionado con la trascendencia de la fe. El Mensaje con la trascendencia de la Esperanza. La misión con la trascendencia de la Caridad. La Misión conlleva poner nuestra voluntad en manos de Dios, para que de esa forma Dios-Amor nos utilice como medio para llegar a los demás. Ahora ¿Qué sentido tiene la misión? ¿Es algo más de solidaridad humana? Estas son preguntas que nos hacemos y que tienen una gran cantidad de respuestas, dependiendo del sentido que demos a la misión. Sentido es de dónde parte la acción y hacia dónde va.
El Evangelio de hoy miércoles es muy interesante porque habla de la Misión. Cristo envía a sus apóstoles a proclamar que el Reino de Dios está cerca. Pero les hace una indicación muy poco correcta para la Iglesia actual: “No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.”
¿Por qué sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel? ¿Por qué no entrar en ciudades samaritanas? ¿No había que anunciar el Evangelio a los paganos? La misión propuesta por Cristo tiene un sentido muy profundo. Para comprender esta misión habría que señalar tres aspectos:
- a) Los Apóstoles estaban comenzando su camino. Era necesario que emprendieran su misión poco a poco, empezando por lo fundamental.
b) No habían recibido todavía el Espíritu Santo, por lo que eran incapaces de llegar muy lejos sin encontrar problemas.
c) El primer anuncio es siempre interno. Un anuncio a quienes pueden entender lo que decimos y cómo lo decimos.
La semana pasada se celebró en Burgos la Semana de Misionología, con el lema “misión y red”. Han estado presentes relevantes comunicadores católicos y personas muy relacionadas con la comunicación eclesial. Han compartido sus experiencias y puntos de vista Jesús Colina (Aleteia), Xiskya Valladares (iMision), Leticia Soberón (Cofundadora de Dontknow.net), Mons. Ginés Ramón García Beltrán (Presidente de Medios de la CEE), entre otros muchos.
Es interesante que la Iglesia se plantee la misionología como estudio de sistemas y herramientas para la difusión del Evangelio.
No es sencillo llevar el Mensaje Cristiano a una sociedad compleja y muy poco propicia a todo lo que suene a cristianismo.
Quienes lean este humilde blog sabrán que tengo un especial interés por la intraeclesialidad. Pienso que nos podemos rodear de medios impresionantes, profesionales maravillosos, programas de impacto, montar show apoteósicos, pero por desgracia los católicos caemos siempre en la misma piedra: miramos hacia fuera y olvidamos el interior. Tendemos a ser adoradores de las apariencias y los simulacros. En una de las conferencias de la semana de misionología, la Dra. Leticia Soberón indicó un punto clave: "No podemos seguir instalados en nuestra vieja manera de decir las cosas". Pensemos en la forma que utilizamos para llevar el Mensaje Cristiano a los demás ¿Cómo lo expresamos? ¿Con palabras? ¿Con shows? ¿Con noticias que evidencian falta de unidad interna?
La palabra, los videos, los shows, lo sostienen todo y con ellos podemos crear inmensos y maravillosos castillos en el aire.
Castillos a los que invitamos a otras personas y que cuando los visitan, resultan ser aire. Simple aire. Puff. Entras y todas las bellas palabras se caen al suelo. Los jóvenes no tienen especial cariño por la Iglesia y la Iglesia lo sabe desde hace siglos. San Agustín ya se quejaba de los pocos jóvenes que se interesaban por el cristianismo. Existe una barrera entre la maravillosa opcionalidad que siente el joven al comenzar a vivir con alguna independencia y la verdadera libertad. La verdadera libertad no está en tener siempre opciones para elegir, sino en el profundo compromiso vital. Decía George Bernard Shaw que “La juventud es una enfermedad que se cura con los años”. El problema de la Iglesia es que los jóvenes católicos crecen, se casan y tienen hijos. Más o menos en ese momento, empiezan a dejar de ser jóvenes para convertirse en adultos. Estos jóvenes-adultos no han sido formados ni integrados en las comunidades. Muchos todavía traen a sus hijos para la iniciación sacramental y se dan cuenta que a ellos, los verdaderos catequistas de sus hijos, no se les hace caso alguno. Ya han dejado de ser la “joya de la corona”, justo cuando puede ser que estén empezando a entender de lo que va todo. Incluso si tienen inquietud por renovar su compromiso cristiano, no hay quien les atienda y les ofrezca oportunidades de integración en una verdadera comunidad. Por si fuera poco, frecuentemente se encuentran con colectivos parroquiales llenos de guetos, fracturas, lejanías y simulacros sociales. ¿Resultado? Tras la comunión cogen a sus hijos y desaparecen a toda velocidad. Los niños crecen y el ciclo vuelve a producirse, pero el grado de filiación va desapareciendo a cada vuelta.
Cada vez hay menos católicos comprometidos y más católicos aparentes y socio culturales.
La misión que Cristo nos encomendó es comunicar el Mensaje Cristiano. ¿Qué Mensaje? Porque no es que lo tengamos nada claro ¿Qué lenguaje es el que no llegamos a utilizar? Porque hay intentos de todo tipo y no hay demasiados éxitos. Desde mi punto de vista desconocemos el lenguaje más importante de todos: la vivencia personal que se realiza en unidad. No se trata de llenar horas con palabras, videos, tweets, shows o dinámica sociales. Se trata de la casi inexistencia de una verdadera comunidad de personas que vivan unidas su fe. Ese es el lenguaje del que no disponemos. Es un lenguaje que se escribe con nuestra propia vida y en cada segundo de nuestra existencia cotidiana.
Por desgracia nos intentamos engañar a nosotros mismos buscando nuevos medios de comunicación y lenguajes comunicativos actualizados.
Hoy en día rehuimos la “autoreferencialidad”. Todavía no he encontrado nadie que haya definido claramente a qué se refiere esta palabra. Para muchos tiene que ver con no mirarnos el ombligo y salir hacia unas “periferias” que cada cual señala según sus gustos. En vez de salir hacia donde no sabemos, a decir lo que no tenemos claro. ¿No sería más interesante mirarnos un poco el sucio y taponado ombligo que llevamos encima? Sé que lo que digo rompe con las consignas-show con las que nos bombardean desde hace años. Quizás nos toque limpiar un poco la casa antes de invitar a alguien a visitarnos ¿O no? No todo es llamar, convocar e invitar.
Si los pocos que llegan salen corriendo, deberíamos hacer un profundo y serio examen de conciencia.
Les pongo un ejemplo real, vivido en carne propia. Omito toda referencia a personas e instituciones, porque lo interesante es el modelo que quiero compartir.Me invitaron hace años a entrar en un proyecto centrado en la colaboración. Como mi labor profesional tiene mucho que ver, me pareció estupendo y me interesé por entender los objetivos, soporte y consistencia del proyecto. Curiosamente, tras este interés real, mi participación dejó de ser interés. Pregunté varias veces y encontré silencio, lejanía e ignorancia. Dejé pasar tiempo para ver qué desarrollo tenía. Varias veces he intentado retomar el contacto discretamente, sin respuesta alguna. Según ha pasado el tiempo, tiendo pensar que el proyecto es un simulacro. Sobre todo porque cuando pregunto a personas que sí parecen que están dentro y me dicen que dentro “no hay nada”. Lo triste es que esta no es una experiencia única, sino más bien algo frecuente.
Soy consciente que a veces hago preguntas incómodas, pero dentro de la Iglesia no todo es poner cara de anuncio de crema de dientes y llamar a todos a poner la misma cara. A veces hay que señalar que las tuberías están sucias y preguntar qué se hace para mantenerlas en buenas condiciones. Igual que Cristo hizo con sus Apóstoles, deberíamos de empezar a hacer limpieza interna y la limpieza interna pasa por un examen de conciencia profundo y seguramente, muy doloroso. La santidad requiere de negación y de aceptación del sufrimiento como medio para que Dios se acerque a nosotros.
Lo sustancial es que nuestra vida sea un camino donde proclamemos que el Reino de Dios está cerca. Que quienes se interesen por el anuncio vean en nosotros el reflejo de Cristo. Lo demás, son castillos en el aire. Bonitos, creativos y aplaudidos, pero castillos en el aire.