Todos los miércoles sale al parque de Hartford para ofrecer sus servicios. Se llama Anthony y a sus 82 años se desempeña como barbero. Hasta aquí el hecho podría destacar más por la edad a la que Anthony continúa trabajando que por cualquier otra cosa. Y lo sorprendente es que lo de la edad es bastante secundario.
 
Antonhy Cymerys acude cada semana al parque de Hartford para cortar gratuitamente el cabello y la barba a los mendigos y personas sin hogar que pasean por las calles. Lleva las máquinas necesarias, usa la batería de su coche para alimentarlas, acomoda las sillas, etc. «No quiero que las personas sin hogar se vean sin hogar», dice Anthony, quien exige como única forma de pago un abrazo.
 
¿Qué llevó a Anthony a realizar esta labor? Un sermón que escuchó en la iglesia sobre las personas sin techo. Y ahora cada miércoles hay una fila lo suficientemente larga como para percibir que la acción del barbero de Hartford es ampliamente conocida. Y aprovechando que ya hay gente pobre por ahí, una iglesia cercana les provee de alimentos.
 
Estas pequeñas grandes cosas son las que transforman el mundo: el mundo de las personas que entran en contacto con quienes se han sentido interpelados por Dios en sus vidas. Es la diferencia entre lamentarse por lo mal que está la sociedad y el poner manos a la obra para mejorarla.