“La catequesis conduce a la fe; y la fe, en el momento del santo bautismo, es ilustrada por el Espíritu Santo. El Apóstol ha explicado con gran precisión que la fe es la única y universal salvación de la humanidad, y que es un don — igual y común para todos — del Dios justo y bueno: «Antes de llegar la fe, estábamos sujetos a la custodia de la ley, a la espera de la fe que había de revelarse. De suerte que la ley fue nuestro Pedagogo para elevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe. Mas, llegada ésta, ya no estamos bajo el Pedagogo” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo Libro 1, 30)
Celebramos Pentecostés y en esta fecha nos acordamos especialmente de los dones del Espíritu Santo. En nuestra época es muy difícil pararse a pensar que la sabiduría, la inteligencia, la ciencia sean dones que nos regala el Señor. Pensamos que estas cosas se enseñan en escuelas y universidades.
El don del consejo, es algo pasado de moda. Nadie acepta un consejo de buena gana, ya que esto significaría que lo necesita y la soberbia es una muralla demasiado alta. La fortaleza parece innecesaria, ya que siempre hay un servicio del estado que nos ayuda a superar las dificultades. Incluso existen medicamentos que “curan” la ansiedad o la depresión. ¿Para qué necesitaríamos este don si tenemos a mano un tarro de Prozak?
La piedad es algo que se desprecia directamente. Como Dios ha sido olvidado, ¿Para qué necesitaríamos tener cercanía y amor hacia El? ¿Qué podemos decir del temor a Dios? Si Dios ha desaparecido ¿Para qué es necesario temerlo o venerarlo?
Dicen que el Espíritu Santo es el gran desconocido. Yo añadiría que también es el gran olvidado. ¿Por qué no tenemos experiencia directa del Espíritu Santo? Quizás porque no queremos los dones o si los queremos, quisiéramos que actuasen es nuestro provecho y no para cumplir la voluntad de Dios. Quizás la incapacidad de negarnos a nosotros mismos sea la principal razón de esta sequía del Espíritu.
Es muy poco frecuente que nuestra forma de hablar sea comprensible para todos nosotros. Existen tantos lenguajes dentro de la Iglesia, que es complicado hablar con otra persona sin que discutamos por la forma en que entendemos determinados conceptos. Nos escondemos temerosos de que la sociedad nos señale como cristianos. Tememos decir que celebramos la Navidad o vamos a misa con asiduidad. Más extraño aún es dar evidencia de que sentimos el amor de Dios y que lo reverenciamos.
No es corriente que nuestras oraciones se dirijan al Espíritu Santo y menos aún que le solicitemos superar todo lo que he indicado antes. ¿Por qué no alzamos las manos pidiendo la efusión que nos haga de nuevo capaces de afrontar con valor la necesidad de dar testimonio de Dios. En el fondo es más cómodo dejarnos llevar y no complicarnos la vida dando testimonio.
Ven Espíritu Santo, renuévanos con tu aliento. Abre nuestras bocas para que seamos capaces de dar testimonio y danos valor para defender nuestra fe con palabra sabias y honestas acciones. Abre nuestros corazones, para que la ciencia y la piedad aniden en nuestro interior. ¡Ven Espíritu Santo!