En aquella audiencia pública –la última de su pontificado– del miércoles 27 de febrero de 2013, Benedicto XVI aludió a un punto que he recordado a raíz de unas fotografías publicadas en la prensa «del corazón» italiana.
La revista «Chi» de Italia ha divulgado unas fotografías donde se ve a Benedicto XVI paseando en las inmediaciones del monasterio Mater Ecclesia del Vaticano, donde actualmente reside, rodeado de las consagradas que le asisten, con su secretario particular y encontrándose con algunas personas durante el paseo por los jardines. Ciertamente las fotos son hermosas y traen entrañables recuerdos a quienes apreciamos a Benedicto XVI: poder ver y experimentar así cercano al Papa emérito es una gracia. Pero las fotos no fueron tomadas con permiso de quienes en ellas aparecen y, más allá de que resulte repulsivo que alguien desde dentro del Vaticano se preste para eso y rompa así la intimidad de la vida de Benedicto XVI, además, la revista no es gratuita por lo que se está lucrando con las imágenes presentadas como «exclusivas» de la publicación en cuestión.
Volviendo al tema de la privacidad personal, Benedicto XVI subrayó en su última audiencia como Papa en funciones que con su renuncia no había una vuelta a la vida privada: «No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro».
Es interesante notar que Benedicto XVI identifica «vida privada» con «exposición pública». O en otras palabras, está diciendo que no es que simplemente vuelva a ser el Cardenal Ratzinger. Y su deseo expreso de retirarse a una vida de oración, consciente de sus menguadas fuerzas físicas, debería ser respetado. Si él mismo quisiera exponerse lo podría hacer, pero los meses transcurridos en silencio y en lo oculto en Castelgandolfo, antes de volver nuevamente al Vaticano, son una claro ejemplo de que lo que quiere es paz, no publicidad que fácilmente podría conseguir de otras maneras. Una vez más hay que decir que no se vale violar la vida de personal de nadie.
En síntesis: tomar fotos a personalidades y luego lucrar con ellas, sin su permiso, no parece nada ético. Y en el caso específico de Benedicto XVI está, además, la gravedad de que las fotos fueron tomadas necesariamente por alguien de dentro. El caso «Vatileaks» ha dejado ya bastante desgaste como para seguir en esa línea, incluso en detalles como éste.