La llamada a predicar con la vida, cuando es auténtica, transforma nuestras “caras de pepinillo en vinagre” en rostros amables, alegres y misericordiosos, iconos de Jesucristo. Cito tres de los muchos momentos en los que el Papa Francisco ha recogido recientemente esta idea:
“A veces estos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella.” Palabras de su homilía de este viernes 10 de mayo en la Casa Santa Marta.
“¡La consagrada es madre, debe ser madre, y no una «solterona»!” En el discurso a la Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) el 8 de mayo de 2013
“Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota.” En la homilía del Jueves Santo, el pasado 14 de abril 2013, a los sacerdotes.
Benedicto XVI lo había dicho muy claro, en 2010, durante el vuelo hacia Portugal: “La persecución más grande de la Iglesia no viene de los enemigos de fuera, sino que nació del pecado dentro de la Iglesia.”
Por eso, el Papa Francisco insiste: “Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.” (en la homilía de la misa celebrada en San Pablo Extramuros). Y lo dice de manera clara, directa, sencilla.
Pero no se queda sólo en lo que hay que hacer, sino que va al cómo: “Esto tiene una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad. Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el carrerismo, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros.”
No se puede decir más claro ni más contundente. Nos va la vida en ello porque se trata de nuestra coherencia y de la credibilidad de la Iglesia, y no está únicamente en manos de obispos y cardenales, sino de todos sus miembros.
Hoy celebramos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Comunicar el Evangelio, evangelizar, es la misión fundamental de la Iglesia. Quizás en este mundo hipercomunicado no funcionen ya tanto las palabras, sino vidas que sean testigos reales del amor de Jesucristo.