Lo primero que nos advierten al poner un pie en la universidad, tiene que ver con el plagio de información en los trabajos, mejor conocido como: “copy paste”. Pues bien, esto es un problema que también se da frecuentemente en la Iglesia. Muchos católicos viven más preocupados por copiar los métodos de otras denominaciones religiosas, que por descubrir o redescubrir su propia identidad. Ciertamente, podemos -e incluso, debemos- aprender de los demás, independientemente de la religión que profesen, pues tampoco es posible caer en un marco autorreferencial, ya que el simple hecho de reconocer que hay un solo Dios, nos sirve para partir de un punto en común. Es bueno ser críticos con nosotros mismos; sin embargo, el problema se da cuando caemos en el derrotismo, sintiéndonos incapaces de construir el proyecto del Evangelio sin tener que desechar lo propio para poder copiar lo que llevan a cabo los otros. Está bien explorar su teología, liturgia y costumbres, pero que esto no nos lleve a despreciar nuestro patrimonio espiritual, cultural e histórico. No se trata de hacer de la Iglesia un museo, sino de reconocer que vivimos demasiado al pendiente de lo que hacen los demás, en lugar de ser nosotros mismos y ofrecer lo que somos en realidad. Nos parecemos al niño que rechaza a su familia, sintiéndose más a gusto con la del amigo millonario.
¿De verdad necesitamos copiar para atraer?, ¿no sería mejor fortalecer nuestro grado de congruencia con el Evangelio? Los santos y las santas, atraían con su sola presencia. Habiéndose dejado hacer y deshacer por el Espíritu Santo, tenían un atractivo natural, esa chispa que muchas veces nos falta. Ante todo, tenemos que aprender a identificar qué es verdaderamente lo nuestro. En primer lugar, hay que reconocer el valor indiscutible de la Eucaristía, pues ¿acaso hay algo más grande y relevante que la presencia de Dios en medio de nosotros? En segundo lugar, conviene recordar la importancia del silencio y de la mística, así como de los diferentes proyectos apostólicos que nos ayudan a concretar lo que recibimos en la oración y, por supuesto, en los sacramentos. No se nos pide copiar, sino identificarnos -desde la vida cotidiana- con Jesús de Nazaret. Tenemos todo lo que necesitamos para seguir a Cristo. ¡Cuánto bien se hace al ofrecer semanalmente un espacio de experiencia fundante marcado por la oración y el encuentro de los unos con los otros bajo las cúpulas de las grandes e imponentes catedrales, sin olvidarnos de las capillas periféricas!, ¿necesitamos algo más? Ya Jesús lo decía: “sólo una cosa es necesaria” (cf. Lc 10, 42), y ¿qué es eso tan necesario? Poner en práctica el Evangelio, superando la pastoral sentimental y guitarrista para dar paso a la experiencia vital.
Ahora bien, no faltará el que nos acuse de atacar a la Renovación Carismática en el Espíritu Santo; sin embargo, lo que se está criticando no es el que un grupo de personas alaben a Dios con todo el cuerpo, sino que se le dé más importancia al momento que a la trascendencia y al compromiso, argumentando que las Misas son muy aburridas y que hay que volverlas más entretenidas o identificadas con el pueblo. Por otro lado, ¿quién dijo que la Eucaristía era para divertirse? Se debe cuidar la liturgia y la homilía, de tal forma que sea un espacio equilibrado, pues si son ceremonias demasiado cargadas y tediosas, resulta contraproducente, pero de ahí a convertirla en un teatro acorde a todos los gustos, hay una distancia considerable que se debe guardar. Por lo tanto, el problema no es la Renovación, sino las distorsiones que pueden llegar a darse y que hay que evitar.
Para no caer en el “copy paste” eclesial, mezclando -por ejemplo- la meditación “Zen” con la mística católica, proponemos el método “oración, formación, apostolado y encuentros informales” (OFAEI):
Oración: Descubrir a Dios, dejarse interpelar por él, guiados por las Sagradas Escrituras y fortalecidos por los sacramentos.
Formación: Identificar la razonabilidad de la fe. Estudiar lo que decimos creer y, desde ahí, formarnos.
Apostolado: La oración y la formación, nos tienen que llevar a tomar acciones concretas a favor de los demás. De otra manera, nos quedamos estancados en nuestra relación personal con Cristo.
Encuentros informales: Además de los tres puntos anteriores, la Iglesia debe recuperar su dimensión social y, por ende, comunitaria, favoreciendo espacios en los que se pueda dar una relación de encuentro sin necesidad de un horario o esquema rígido, propio de los retiros. Dicho de otra manera, tener tiempo para orar, formarse y ayudar, sin olvidar la recreación, como ir juntos a cenar o ver una película. Que los grupos y movimientos eclesiales favorezcan la naturalidad en el trato, el sentido de familia, sin caer en un lenguaje rebuscadamente piadoso o, lo que es peor, llegar a las actitudes fingidas que suelen verse en la kermese anual de muchas parroquias.