Todo el mundo sabe…, que aquí nadie nos vamos a quedar para siente de rábano, tal como vulgarmente se dice. Y sentado esta afirmación que carece de excepciones, salvando en la forma de marcharse de aquí, la del profeta Elías, el tema se centra en las distintas ideas que tenemos todos acerca de lo que esperamos y esta disparidad de pensamiento se da tanto en creyentes como en no creyentes, porque todos tenemos unas ideas distintas acerca de lo que nos espera. Centrándonos en los creyentes, quizás sea aquí donde se encuentre más divergencias en los pensamiento que tienen las personas, acerca del más allá, que en general van siendo distintos de acuerdo con el nivel de vida espiritual que cada uno tenga.

            Empezaremos examinando someramente a los creyentes, a los que reconocen la existencia de un Ser supremo Creador de todo, sea para cada uno de ellos, un Ser denominado Alá, denominado Yahvé, denominado Dios, o de cualquier otra forma. A todos los que básicamente piensan que existe un Dios creador de todo, los denominamos creyentes y todos ellos aceptan la existencia de una vida en el más allá, después de esta vida actual en este más acá. Llamémosle cielo, llamémosle, paraíso u otras denominaciones, se trata siempre de un lugar o estado donde se vivirá eternamente felices o eternamente infelices, si no hemos sido capaces de superar, las expectativas que nuestro Dios espera de nosotros.

            Si analizamos lo que piensan los no creyentes, es decir: ateos, agnósticos y demás personas afines a estas ideas, el tema se      complica tremendamente porque no existe una idea común, como en el caso de los creyentes y cada uno piensa a su aire lo que más se adapta a la equivocada vida de su alma, generalmente dominada por la concupiscencia y las apetencias corporales, lo que les lleva a la aceptación de toda tentación que el demonio utiliza para asegurar su presa. La idea más extendida entre esta clase de personas, es la que  cuando uno se muere, todo se acaba y no que rastro alguno del que se marcha, es decir equipara el final de la persona al final de los animales. No puedo menos que escribir lo que pienso, y ellos es ¡Serán animales!

            Como sabemos toda persona tiene cuerpo y alma, pero este principio de aceptación básica en un creyente, sea de la religión que sea, no es generalmente aceptado por los no creyentes, aunque hay que reconocer que algunos tiene una nebulosa de ideas acerca de la existencia de su alma. Es lógico, que tengan esa nebulosa, pues su propia alma se niega a ser ocultada y que sea negada su existencia, cosa esta que no es posible que ocurra, pues la persona que niega la existencia de su alma, sin darse cuenta está poniéndose a la altura de los animales, cosa que no es de extrañar, pues a más de un ateo le he oído decir que el fin del hombre es igual  que el de los animales.

El no creyente vive atormentado, aunque él no lo reconozca, pues no ya su propia alma, sino el sentido común le dice que hay algo detrás de todo, y que la vida no se acaba feneciendo a los ojos de este mundo. Todos ellos con más o menos intensidad tienen una lucha interna entre su alma y su cuerpo, porque el dominio de su cuerpo nunca es tan absoluto como para poder haber dominado su alma. Lo más que han llegado a conseguir es acallarla, pero ella está en su interior y les amarga sus teorías materialistas. Muchos luchan interiormente, y buscan teorías que acallen los gritos de su alma, como por ejemplo, es la de ese sesudo ex ministro que daba charlas exotéricas en televisión y al que una vez le oí comentar que el alma si existía, pero que estaba en el cerebro. Tal majadería es tremendamente fácil de desmontar, si pensamos que nada perteneciente al orden espiritual tiene necesidad alguna de ubicarse en el espacio. Solo la materia tiene esta necesidad, y el alma humana es espíritu puro.

Con motivo del entierro de una renombrada comunista, llamada la Pasionaria, que según me dijeron, al final de sus días murió confesada y en gracia de Dios, leí en los periódicos y vi en la televisión, un triste espectáculo pleno de retratos y banderas rojas con la hoz y el martillo y lo que más me llamó la atención, era el grito común y desesperado de todos los asistentes que gritaban: La pasionaria no ha muerto, está viva. Por supuesto que había muerto, pero sus seguidores sin darse cuenta daban un grito de rebeldía e impotencia, ante el hecho de la muerte. Sin darse cuenta el subconsciente  de ellos les estaba traicionando, al reconocer que hay vida después de la muerte.

Pero marginemos a los no creyentes y ocupémonos de nosotros los que creemos. El punto básico  en que se apoya nuestra creencia, de que existe vida después de la muerte, se basa esencialmente en la dicotomía: Materia  y Espíritu, feneciendo siempre la materia por descomposición de sus partes y siendo siempre mortal la materia e inmortal el espíritu que es simple como Dios Creador de todo lo visible e invisible que es la Simplicidad absoluta. Nuestra alma es eternamente inmortal desde el día en que Dios la insufló en nuestro cuerpo que acababa de nacer. Nuestro cuerpo humano actual si fenece, pero es doctrina segura que nuestra alma gozará de un cuerpo glorioso con cualidades distintas al que ahora tenemos. A tal efecto San Pablo nos escribe diciendo: “42 Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; 43 se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza; 44 se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales. Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo espiritual”. (1Cor 15,44-45)

Conozco a una persona que habitualmente dice: Si tenemos fe, sabemos ciertamente que lo que nos espera, es mucho mejor que lo que aquí tenemos, por bueno que ello sea. Si este principio es cierto y ningún creyente, duda de la realidad de esta aseveración: ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Por qué ese apego a esta vida y ese miedo a la muerte? ¿Por qué esa ridícula costumbre de quitarnos años frente a los demás  y presumir de juventud? Bendita juventud que ya pasó y en la que personalmente no me sentía tan cerca del Señor como ahora me encuentro, aunque se todavía muy lejos de lo que es mi deseo más ferviente. Contestando a la primera pregunta, diré que lo que nos pasa es que carecemos de fe, no acabamos de creernos lo que el Señor por activa y por pasiva nos lo ha dicho y nos lo dice continuamente.

Pero además de nuestra escasa y pequeña fe, existe otro factor que nos aleja también del deseo de reunirnos con el Señor, al que en este orden de ideas Santa Teresa de Lisieux, decía: Pero como voy a tener miedo yo, de reunirme con la Persona, que más amo y por la que mi alma está continuamente suspirando. Este segundo factor, es el del desconocimiento. Nos hablan de la vida en el cielo y no nos concretan nada y nosotros con ese dominio que nuestro cuerpo tiene sobre nuestra alma, materializamos el goce en el cielo, y claro está no lo comprendemos. Me acuerdo de un amigo que hablando con él un día y siendo un buen creyente, exclamó ¡Menudo rollo y aburrimiento! Estar eternamente cantando salmos, yo que no aguanto las misa cantadas. Y llevaba razón, si pensamos en el cielo con parámetros materiales, se puede llegar a pensar que no merece la pena ir allí. De aquí los chascarrillos que aseguran que el infierno es mucho más divertido, porque allí estarán todos los juerguistas.

Solo en la medida en que va desarrollándose cada vez más nuestra vida interior, nuestra alma va controlando más las apetencias de nuestro cuerpo y en nosotros, cada vez se irá acentuando más ,el deseo de que nuestro amor a Dios crezca sin límites, solo entonces comprenderemos el tremendo goce, que es ir al cielo, que es contemplar el rostro de Dios, porque la luz divina no la material del sol, estará penetrando en los ojos de nuestra alma y esta, libre de legañas, irá día a día viendo con más claridad, lo que no ven ni comprenden los ojos de nuestra cara y ni siquiera nuestra imaginación puede pensar, porque para imaginar correctamente lo que nos espera en el cielo, es necesario que nuestra imaginación trabaje con materiales espirituales, sean sueños o visiones que les proporcione nuestra alma si ella ha llegado a ese grado de amor íntimo con el Señor. Si esto no es así, nuestra imaginación solo podrá trabajar con los elementos materiales que tenga a su disposición.

Es por ello que San Pablo nos dejó dicho: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9). De las tres religiones monoteístas clásicas, solo el cristianismo es la única que no tiene una visión materialista de lo que nos aguarda en el cielo. Las otras dos religiones monoteístas tienen una concepción del cielo como un lugar, lo cual  implica la aceptación de una materialidad, porque el espíritu no necesita ubicarse en la materia. Sobre todo el Islam que en concepción materialista, promete a sus fieles, bellos jardines, huríes, y todo lo que desee el sexo masculino. Lo siento porque a las mujeres no les promete nada de esto. En general y dada  la tendencia humana a prestar más atención a la materialidad de su cuerpo que a la espiritualidad de su alma, no es de extrañar que prácticamente todas las religiones, ramas de estas y corrientes filosófico-religiosas, siempre han concebido que después de la muerte el creyente ira a un lugar, lo cual implica una materialidad, donde recibirá el premio por sus buenas obras.

  Con razón el Señor nos dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. (Jn 14,6). Sólo en Él se puede encontrar vida eterna., porque para hallarla uno tiene que seguir el camino de la verdad, ya que solo por este camino encontraremos  y se nos dará la vida eterna.

   Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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