¿Quién es el que eleva muros a su alrededor? El que tiene miedo y no es capaz de defenderse por si mismo. Por eso se crean las murallas, que son herramientas defensivas. Quien crea una muralla es quien desea alejarse del exterior y vivir alejado de los problemas externos. ¿Qué herramienta psicológica podemos asimilar a las murallas? Los prejuicios. Los prejuicios nos alejan de los demás, ya que actúan como resortes defensivos que rechazan cualquier tipo de acercamiento.
¿Se puede evangelizar detrás de nuestros prejuicios? El Papa Francisco nos dice: “Un cristiano debe anunciar a Jesucristo de una forma en la que Jesús sea aceptado, recibido, no rechazado”. Nos pone el ejemplo del discurso que Pablo realizó en el Areópago de Atenas. Discurso que se apoya en la estatua al Dios desconocido para presentar a Cristo como una oportunidad ligada culturalmente a los atenienses. ¿Por qué hizo esto? Porque la cultura griega estaba llena de prejuicios y le era muy difícil conectar con ellos. El discurso del Areópago fue un fracaso casi total. Sólo se acercó a Pablo un ateniense llamado Dionisio, que posteriormente fue llamado el “areopagita”.
Nosotros nos encontramos hoy en día con dificultades similares a las que Pablo encontró en Atenas. “Pablo sabe que él debe sembrar este mensaje evangélico. Él sabe que el anuncio de Jesucristo no es fácil, pero que no depende de él: debe hacer todo lo posible pero el anuncio de Jesucristo, el anuncio de la verdad, depende del Espíritu Santo.”
Precisamente una de las razones del fracaso del discurso del Areópago, fue un fracaso, fue el concepto de verdad que tenían los griegos. Para ellos la verdad se aprendía y se enseñaba por medio de los maestros. La verdad se conseguía “robándola” a los dioses, de la misma forma que Prometeo robó el fuego. Pero la Verdad no es algo que se estudie, se aprenda o se experimente de forma totalmente empírica. La Verdad es una persona que viene a nuestro encuentro. No se trata de crear escuelas donde los maestros atraigan a discípulos y el hagan partícipes de los secretos que han adquirido.
“La Iglesia no crece en el proselitismo, sino que crece por atracción, por el testimonio, por la predicación”. Y Pablo sabía esto anuncia la Verdad sin hacer proselitismo. Y se arriesga a actuar así porque “no dudaba del Señor”. Pablo buscaba establecer un puente similar al que permitió a Pedro realizar el primer discurso del Kerigma en Jerusalén. Pablo buscaba tender puentes para ayudar a que la Verdad llegara a los corazones de los griegos. Pero tender puentes requiere valentía:
“Cuando la Iglesia pierde esta valentía apostólica se convierte en una Iglesia quieta, una Iglesia ordenada, bella, todo bello, pero sin fecundidad, porque ha perdido el coraje de ir a las periferias, donde hay tantas personas víctimas de la idolatría, de la mundanidad, del pensamiento débil…tantas cosas”.
Es triste ver, leer y conocer a cristianos que se esconden detrás de muchos tipos de murallas. Murallas que muchas veces son bellas, maravillosas y hasta venerables. Murallas que les hacen sentarse a esperar únicamente a quienes son como ellos. Murallas que están en tantos sitios de nuestra Iglesia, que a veces pueden parecernos imposibles de derribar. ¡Pero no tenemos que perder la Esperanza!
“[Pablo] sabe que el anuncio de Jesucristo no es fácil, pero que no depende de él: debe hacer todo lo posible pero el anuncio de Jesucristo, el anuncio de la Verdad, depende del Espíritu Santo. Jesús nos dice en el Evangelio de hoy: ‘Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, nos guiará a la verdad plena’ ”
Conseguir que una persona se encuentre con al Verdad no depende de nosotros, ya que somos herramientas sin capacidad de crear por nosotros mismos. El Señor es quien se presenta ante nosotros a través de los medios que estime adecuados, incluida nuestra labor evangelizadora personal.
“La Verdad es un encuentro; es un encuentro con la verdad Suma: Jesús, la gran verdad. Nadie es dueño de la verdad, La verdad se recibe en el encuentro”
¿Qué podemos hacer? Abrir nuestro corazón al Espíritu y aceptar ser herramientas en manos del Señor. Tener confianza en El y no creer que nuestra presencia o palabras obrarán milagros. Es Él quien los obra, cuando lo estima oportuno e incluso, a veces, a través nuestra.