Dos Papas en el Vaticano. Ni siquiera en la época en que llegó a haber tres Papas a la vez en la Iglesia se había visto esto, pues entonces cada uno vivía en un sitio diferente y sólo uno estaba en Roma. Pero no estamos, como en el siglo XV, en una época en la que ambos pretendan ser el vicario de Cristo y gobernar la Iglesia. Al contrario, ahora hay un Papa reinante y otro jubilado. Algo que, hasta ahora ciertamente no había existido salvo contadas excepciones, y que quizá a partir de ahora sea lo habitual.

El Papa emérito Benedicto es el Papa jubilado. El Papa Francisco es el Papa reinante. Viven ya a escasos trescientos metros uno de otro. Y ninguno de ellos lo hace en el apartamento dedicado a los pontífices. Uno en un monasterio de clausura y el otro en la casa de ejercicios, pero ambos dentro de los muros protectores del Estado más pequeño del mundo.

Y, también a diferencia de aquellos turbulentos años, entre 1410 y 1415, en los que los tres Papas se excomulgaban entre ellos, estos dos se llevan muy bien. Benedicto, aún siendo Papa y una vez que hubo anunciado ya su retirada, prometió obediencia a su sucesor, fuera el que fuera. Y con ella prometió discreción máxima. Ambas cosas las está cumpliendo. Francisco, por su parte, ha multiplicado los gestos de afecto hacia su predecesor, empezando por la oración que pidió para él nada más aparecer en el balcón de la basílica de San Pedro, en su primera aparición pública como Papa.

Ambos, Francisco y Benedicto, han mantenido una comunicación regular, diaria incluso, en estos cincuenta días. Lo han hecho con visitas y llamadas de teléfono, pero sobre todo porque comparten el mismo secretario, monseñor Georg, que sigue siendo el prefecto de la Casa Pontificia además de el hombre de confianza de Benedicto, con el que vive. Se habla incluso de que el material que Ratzinger tenía preparado para publicar la encíclica sobre la Fe, lo podría utilizar Bergoglio para eso mismo, dándole por supuesto sus toques personales. Es muy probable, desde luego, que éste esté buscando el asesoramiento de aquel, a la hora de moverse con cautela por las procelosas aguas del gobierno de la Iglesia y de las relaciones diplomáticas. Ratzinger fue el gran asesor intelectual de Juan Pablo II y es muy posible que ahora lo sea de su sucesor. Si fuera así, se habría convertido en un insólito y original puente entre dos Papas: de Juan Pablo a Francisco pasando por Benedicto.

En cualquier caso, creo que la Iglesia, en su más alta jerarquía, está dando estos días un gran ejemplo. No hay tensiones, no hay deseos de acabar con la obra del predecesor, no hay rivalidades, ni celos, ni envidias. Hay amor, hay unidad, hay disponibilidad, y hay un sentir muy claro y fuerte en los dos Papas de que ambos están para servir a Cristo y a su Iglesia, que es lo que de verdad importa. ¿Hacen eso los políticos, o los directivos de las empresas o, por poner un ejemplo más doméstico, los jefes de familia? La Iglesia de Francisco y Benedicto sorprende y da ejemplo al mundo. Gracias a ambos.

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