En el patio de una casa noble de Siena hay un profundo pozo. Sobre él pasa desapercibida una leyenda grabada en la piedra, que me impresionó, porque nunca había visto expresado algo que es evidente. “En el fondo, brilla”. Esta era la expresión. Y bien cierta. Un pozo es tenebroso sino se mira hacia el fondo, porque allí, cualquiera que sea su hondura, se refleja el cielo.
Ha sido esta la intuición y la experiencia de los místicos de todo tiempo. Cuando se mira el hondón del alma, se puede contemplar a Dios. Es la clarividencia de Pablo de que somos templos de Dios. Es el acierto de Juan de la Cruz, al localizar la “bodega” interior. Es el gozo de Teresa de Jesús de descubrir la “séptima morada”.
Esta es la convicción que quisiera transmitir al lector. Que cada uno mirara más a su interior “tiempo de oración” para brindar a Dios la posibilidad de manifestarse con más fuerza. Los continuados estímulos de nuestro tiempo hacia la extroversión, son una dificultad para el espíritu. Pienso que, para muchos cristianos, la dificultad para la oración proviene de otra más radical: de la imposibilidad de la interiorización. Es trágico que alguien sienta la necesidad incesante de ver o escuchar algo, porque su interior le resulta vacío y, en consecuencia, aburrido.
¿Algún lector se siente defraudado ante anteriores intentos de oración? Hace años vino a verme un viejo amigo de la juventud, que se convirtió en un auténtico aventurero, que se había dedicado a las empresas más impensables alrededor de todo el mundo. En aquel momento empezaba a reencontrarse, y quiso abrirse al amigo sacerdote. En un instante de su relato se detuvo y, mirándome a los ojos, me preguntó: ¿”Te estoy defraudando?”. Le contesté que más bien me alegraba de ver cómo recuperaba su vida. Aquello me ha hecho pensar muchas veces que, si preguntamos cualquier noche al Señor –tras un día de mucho trabajo y de más de un fallo- si le estamos defraudando, sentimos en el hondón del alma su respuesta: no se siente defraudado, sino que sigue esperando nuestros esfuerzos de conversión. Es la inefable fidelidad de Dios.
La ilusión por la conversión está en relación inversa del exclusivo conocimiento de sí mismo, y en relación directa del conocimiento de Dios. Por eso, la raíz de aquella ha de estar plantada en la pobreza de espíritu, que, no en balde es una bienaventuranza expresada por Jesús: el conocimiento de sí mismo, iluminado por la fe-experiencia del ser y actuar de Dios. Dios es un Dios de amor, que nos da coraje y libertad; es un Dios fiel, que siempre espera la reapuesta nuestra de amor; es un Dios fuerte y santo, que exige fidelidad personal, pide justicia para los hermanos y envía a todos a una misión de evangelización.
Es esta la dimensión tridimensional de la conversión, es decir: del desarrollo integral del cristiano: buscar mayor semejanza con Cristo., dar a los otros aquello a lo que tienen derecho, pero también lo que necesitan, quizás sin tener conciencia de ello: descubrir a Dios en sus vidas.