Para pasar el ratito me fui con mi mujer a ver el otro día la película “La gran boda”, con un elenco de actores de esos que hacen época en el que estaban Robert De Niro, Dianne Keaton, Susan Sarandon, Robin Williams, y otros de nueva generación como Amanda Seyfried, la elegante Katherine Heigl o la preciosa y prometedora colombiana Ana Ayora.
  
 

           La película es medianamente divertida. Es su protagonista una familia totalmente desestructurada, que se presenta muy desenfadada, con muy "buen rollito" diríamos, la cual se ve involucrada en una situación entre lo cómico y lo ridículo precisamente por causa de la fe católica que profesan muchos de los protagonistas de la película. No les voy a destripar el argumento por si son Vds. de los que han decidido pasarse por taquilla e intentar pasar un ratito diferente precisamente con esta película, con la que no se van a tronchar de risa, pero con la que alguna sonrisita si esbozarán.
 
            La clave de comedia en la que se desenvuelve la película no es óbice, sin embargo, para que sus guionistas y productores envíen dos o tres misiles de esos con cabeza nuclear dirigidos a la línea de flotación de los principios. Así, -y sólo a modo de ejemplo, porque el guión viene cumplidito de ellos- no deja de ser curioso como la trama de la película consigue presentar a un marido que comete adulterio acostándose, precisamente, con su esposa legítima, madre de sus tres hijos (dos biológicos y el tercero adoptado), en detrimento de su amante, que pasa a ser "la engañada", y cómo incluso sus propios hijos, -hijos de la esposa legítima, repito-, reprochan a su padre el “pecado” cometido, esto es, yacer con su propia esposa. Como digo, sólo a modo de ejemplo.
 
            Un episodio sin embargo, resulta menos inocente todavía y nada casual, por lo que me van a permitir Vds. que esta parte de la película sí se la destripe un poquito. Acontece que la hija del protagonista, Lyla, la que interpreta la bellísima y elegantísima Katherine Heigl, acaba de romper con su marido con el que, según todo apunta, no lleva casada ni unos meses. El drama es doble, pues al trauma de la separación se une el de que ella se halla embarazada, aunque él no lo sabe.
 
            El desenfadado padre de Lyla, interpretado por Robert De Niro, decide comportarse, por una vez en la vida, como un padre responsable, y llama por teléfono a su yerno para invitarle a que rehaga el maltrecho matrimonio, informándole de que Lyla se halla embarazada y le necesita más que nunca. El yerno no se hace esperar y se persona en el acto, proponiendo a Lyla que se den una segunda oportunidad. Es entonces cuando ella lanza el dardo, algo parecido a esto: “como comprenderás, yo no iba a traer un niño al mundo si no venía a una familia en la que ser feliz”, donde queda clarísimo que en esa escena de reconciliación no sólo se juega el futuro de la pareja, sino la misma vida de la criatura que crece en el seno de su madre.
 
            He aquí la nueva moral de occidente. La película no nos presenta una mujer angustiada que no sabe qué hacer con su embarazo y que toma una decisión desesperada y comete el disparate de desembarazarse, nunca mejor dicho, del hijo que lleva en el vientre, no. Aquí la mujer en liza es una mujer responsable, en pleno uso de sus facultades, bien formada y bien asesorada, incluso sensible y humanitaria, que está dispuesta con toda calma a tomar la “más responsable” de las decisiones, a saber, la de acabar con la vida de su hijo para evitarle el duro trance de "ser infeliz".

            Acabar con la vida de un niño en el vientre materno no es pues, en la película, una decisión desesperada, un mal más o menos excusable, no... Acabar con la vida del niño forma parte de la más responsable de las decisiones, presentándose a sensu contrario como irresponsable, reprobable, reprochable y hasta inmoral el no hacerlo. No es el mal que se excusa: es el mal convertido en bien, el bien convertido en mal...

            El derecho de una persona a terminar con la vida de otra no es más el objeto de la cuestión o del debate. Dicho objeto pasa a ser el derecho que tiene una mujer a traer al mundo a un niño si no tiene plenas y totales garantías de que el niño va a ser feliz. Amén de absurdo y extremadamente presuntuoso, -hasta qué punto sabemos los seres humanos por muy orgullositos que nos hallemos con todo nuestro progreso, quién va a ser feliz y quién no-, atroz, sencillamente atroz.

            Pues bien, todo ello en una comedia trivial, "para mayores de siete años", que así la han calificado en España. Pero de eso, si no les parece mal, hablamos mañana (pinche aquí si desea verlo), que tampoco nos va a faltar munición, ya lo verán.
 
  
            ©L.A.
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