Estamos en el mes de la Virgen. Por todos los campos de la Iglesia, sembrados de Santuarios,  caminan gentes al encuentro de la Madre. Los grandes Centros Marianos, como Lourdes, Fátima, Garabandal, Medjugorje, etc., con el buen tiempo son objeto de destino de muchas peregrinaciones, con sus correspondientes frutos espirituales y apostólicos. Yo iré en Julio y en Agosto con dos grupos a Medjugorje.  Hace tiempo publiqué este testimonio personal que hoy traigo a mi Blog, al verlo reproducido en una publicación de Córdoba,  por si sirve de respuesta a los interrogantes que algunos se hacen sobre la veracidad de los hechos que allí se celebran.

Muchos me preguntan sobre acontecimientos extraordinarios en Medjugorje. Yo no soy crédulo. Más bien, por mi condición de jurista, tiendo a analizar fríamente las cosas para dar una respuesta justa. Es verdad que mucha gente puede que vaya a Medjugorje buscando cosas extraordinarias, espectaculares. Esto ocurre también en Lourdes, Fátima, etc. Y creo que es una deformación que solemos tener los creyentes a medias: queremos ver para creer. Ocurría en tiempo de Jesús. Y ocurre con todos los santos que ha habido, y hay, en la historia de la Iglesia.

 

Pero en realidad no debemos creer por la evidencia de los hechos extraordinarios. Eso ya no sería fe. Creemos porque confiamos, porque nos fiamos de Dios, de la Virgen, del testimonio de aquellos que están muy cerca de lo sobrenatural. La primera vez que fui a Medjugorje en verdad iba con un poco de expectativa ante lo que me podía encontrar allí. Pero sinceramente no quería someter mi impresión sobre aquel lugar al asombro ante lo “maravilloso”. Intenté dejarme llevar y empaparme del ambiente.

 

Pero sí vi cosas maravillosas: la conversión de tanta gente, la búsqueda del perdón de Dios, la profunda devoción a la Eucaristía, las comuniones fervorosamente recibidas, los rosarios contemplados y rezados sin prisas, la fraternidad entre todos, la naturalidad con que cada miércoles y viernes se ofrecía a Dios y a la Virgen el ayuno a pan y agua para pedir por la conversión del mundo… Vi la maravilla de gente joven que adoraba a Dios de rodillas sobre un suelo abrupto, me emocionó como subían por el monte de las apariciones, prácticamente intransitable, por ser roca viva y afilada, mucha gente con los pies descalzos, vi subir a paralíticos en volandas, a niños sobre los hombros, a un compañero sacerdote mayor que caminaba con bastón y me adelantó en la marcha hacia la cumbre, gente recogida en oración profunda, alegría, mucha alegría… Y nada de fanatismo.

 

Yo no vi a la Virgen, pero tenía la plena seguridad que Ella andaba muy cerca de allí. Había, y hay, hechos extraordinarios, pero no le doy mayor importancia. Dios hace lo que quiere y cuando quiere. Me emocionó un niño polaco de unos ocho años de rodillas rezando en silencio ante una de las estaciones del Vía Crucis. Me conmovió aquella chica angelical que tras darle la comunión se echó al suelo abrazando mis pies en actitud de agradecimiento por lo que le había dado: Jesucristo. Vi la gracia de Dios y la mano de la Virgen en la conversión de María Vallejo Nájera, y en el solista del grupo “La Familia” de Irlanda, que cambió radicalmente su vida y entró en la Trapa, y en el criminal que, tras años en la cárcel, se encontró con Dios de la mano de la Virgen, y dio su testimonio ante miles de personas, entre las que me encontraba yo, y en tantísmos que volvieron de Medjugorje de la mano de Dios...

 

Sería interminable contar todo lo que guardo en mi memoria y en mi corazón. Estos son los auténticos milagros de la Virgen. Pienso que los videntes contemplan a nuestra Madre, pero algún día lo dictaminará la Iglesia. Mientras tanto en Medjugorje siguen rehabilitándose a través de la oración cientos de drogadictos en la Comunidad del Cenáculo de Sor Elvira. Y muchas almas jóvenes se entregan a Dios continuamente. Son los frutos de la oración y la penitencia, los regalos de la Madre...

 

Yo no defiendo nada. Solo doy testimonio de lo que he visto y oído. El Señor se encarga de lo demás. Pero hay que dar gracias que, en un mundo tan materialista, exista este rincón del planeta, en Bosnia-Herzegovina, donde es posible respirar paz y levantar el corazón a Dios sin disimulo. Lo que yo puedo decir es: “Id y lo veréis”.

 

Juan García Inza