No es casualidad que en plena novena de preparación a la fiesta del Espíritu Santo, Pentecostés, haya salido a la luz un informe de la Fundación Mutua Madrileña y Fundación FAD Juventud que preocupa y mucho: más de la mitad de los jóvenes españoles reconocen tener problemas de salud mental (56,4%) y muchos tienen ideas suicidas (43,9%). Entre las causas de esta terrible situación se pone como base la situación que llevamos viviendo desde hace más de dos años. Puede ser que tenga peso, no podemos negarlo, pero hay que recordar que no se tiene en cuenta para nada a quien de verdad sana todo: DIOS
¿Dónde se encuentra Dios en la vida de los jóvenes de nuestros días?
¿Cuántos tienen una mínima vida de fe?
¿Conocen y se dejan transformar por el Espíritu Santo?
Si los jóvenes se encuentran con Dios, celebran unidos su fe cada domingo y además piden que llueva dentro de su corazón la gracia del Espíritu Santo, todo cambiaría. No harían falta tantas consultas de psicólogos, ni medicaciones, ni terapias que no llegan hasta el más profundo centro de esos corazones desgarrados, rotos y abatidos. El fuego del divino Espíritu enciende las ganas de vivir y de seguir a Cristo. ¡Quema! ¡Hace heridas! ¡Y llega hasta lo más hondo del ser humano! Se desea vivir en plenitud esta experiencia de amor divino, pero la consumación llega cuando Dios quiere y no cuando uno se la busca. ¡Ahí está el error!: ¡En jugar a ser dioses en vez de buscar el dulce encuentro con Dios vivo y verdadero!
Cuando el Espíritu Santo entra en una persona la transforma, le ayuda a descubrir la voluntad del Padre y le lanza a seguir muy de cerca a Jesús resucitado. Para eso hay que hacer silencio ante un sagrario, en una iglesia, dejarse acompañar por un sacerdote y pedir perdón de todos aquellos pecados que rompen la unión con Dios al cometer actos que muestran la falta de amor. Si falta amor la persona se hunde y se cierra. Es lo que les pasa a esos jóvenes que no ven salida a su día a día y buscan terminar con su vida. El Espíritu cauteriza toda herida interior unido a la mano blanda del Padre que acaricia y sostiene a cada uno de sus hijos, sobre todo los más necesitados de su amor vivo que es su Hijo, ese toque delicado que a vida eterna sabe. ¡Todo queda pagado cuando uno se encuentra cara a cara con Cristo en adoración! ¡Ver a Jesús Eucaristía! ¡Adorar a Jesús Eucaristía! ¡Contemplar a Jesús Eucaristía! ¡Aquí tenemos la solución a tanto problema! ¡La muerte pasa a ser vida! ¡Y vida de verdad!
Muchos jóvenes no tienen luz. No pueden saber cuál es su camino. Por eso dan vueltas al tomar otras sendas que les parecen más fáciles de recorrer. ¡Se pierden! No han descubierto esas lámparas de fuego con las que entrar en las profundas cavernas de sus vidas con el resplandor de la luz de Dios, que es el Espíritu Santo. ¡La oscuridad y ceguera queda anulada, superada y transformada en claridad deslumbrante! ¡Aparece, con extraños primores, el calor y la luz que no tenían! ¡Por eso se alejan y encierran en su propio yo! Cuando ven lo que tienen delante, el Amor vivo que cambia sus rostros por dentro y por fuera, se lanzan con ansias propias de jóvenes en búsqueda de una nueva vida de luz esplendorosa.
Es fácil que muchos de estos jóvenes hayan tenido algún encuentro con Jesús resucitado cuando eran niños. Quizá no. Pero sí pueden tener el recuerdo de sus abuelos, que les hablaban de un amor especial que buscaban y encontraban en el trato cercano con Dios. Ese recuerdo, ese volver a la infancia, cuando todo se ve con ojos inocentes, alegres y confiados, ayuda a dejar atrás ideas que hunden en el abismo y separan de la mansedumbre y amor que una vez decidieron olvidar o rechazar. Entrar en el seno, en las entrañas de estos jóvenes, es lo que quiere hacer el Espíritu Santo. ¡Ahí sólo puede entrar Él, ningún médico, ni terapeuta ni psiquiatra! ¡El hondón del alma es algo sagrado! ¡Sólo puede tocarlo Dios porque es el lugar donde secretamente solo mora! El Fuego abrasador aspira en cada corazón y lo llena de bien y de gloria. Entonces el alma que vive así, llena de Espíritu Santo, queda para siempre enamorada de ese amor que no encuentra ni va a encontrar nunca en este mundo.
Cuando se busca fuera lo que vive dentro de cada hijo de Dios, conduce a lo que ese estudio presenta. La solución la tenemos en nuestras manos, en nuestras casas, en nuestras familias. Nada mejor que invitar a todos los jóvenes a que tengan un encuentro vivo y directo con Dios Espíritu Santo. Es algo que no deja indiferente y además sana lo que la medicina ni puede ni sabe. Las heridas del alma sólo se curan con otra herida mayor: la herida del amor de Dios que San Juan de la Cruz describe en su Llama de amor viva:
1 ¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
2 ¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.
3 ¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!
4 ¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
¡Esta es la solución a tantos momentos de dolor!
¡Aquí se encuentra la luz que muestra el camino de la verdadera felicidad!
¡Nada puede superar esta trascendental experiencia de vivo amor entre Dios y el alma!
Ojalá que en este día de Pentecostés muchos jóvenes se dejen encontrar por el Espíritu divino. ¡Su vida cambiará! ¡Sus dudas se aclararán! ¡Sus heridas sanarán! ¡Su horizonte se abrirá! El Espíritu Santo quiere manifestarse en todos esos corazones malheridos para darles nueva vida, y vida en abundancia. ¡Pidamos Espíritu Santo para ellos! ¡Lo necesitan! Los hechos hablan por sí solos. Muchas de esas heridas que invaden los corazones de los jóvenes son difíciles de sanar porque no conocen al dulce huésped del alma.