En la vida todos tenemos nuestra cruz. Para el Santo cura de Ars, “La mayor cruz es no tener cruz”. La cruz de cada uno de nosotros, es el signo que tenemos de pertenecer a Cristo, de ser ovejas de su rebaño. También el obispo Fulton Sheen, escribe diciéndonos, que: “… el Señor les advertía a sus discípulos, que tendrían también ellos una cruz, si realmente eran discípulos suyos”. Carecer de cruz, le haría a uno sospechoso de carecer de la marca indeleble de pertenecer a su rebaño.
Nuestra tendencia natural, se dirige siempre a sacudirnos la cruz, a tratar de evitarla y rara vez alguno de nosotros, se pone a pensar en los beneficios que nos proporciona la cruz. En mi libro “Desde el sufrimiento a la felicidad”, traté en su día largamente sobre el tema del sufrimiento y que este, es siempre previo a la felicidad. Nadie alcanza la plena felicidad, si previamente no ha sido contrastada su alma, con la piedra de toque del sufrimiento. Pensemos que la gloriosa Ascensión del Señor, llegó precedida de la agonía de Getsemaní y del Calvario.
El sufrimiento se debe de llevar, apoyándose uno en el amor al Señor, y no solo nos será entonces más leve el peso de la cruz, sino que aprovecharemos el tremendo valor purificativo, que tiene el peso de la cruz, como todo sufrimiento que, lo tiene, si es que lo soportamos debidamente. Y ese valor purificativo es el que nos aparta del purgatorio.
Nosotros no siempre aprovechamos debidamente las gracias que nos proporcionan nuestras cruces y en general siempre pensamos que el peso de nuestra cruz es siempre mayor en la nuestra, que en la del vecino. Y como corolario de este pensamiento, nos llega este otro pensamiento, acerca de la injusticia que creemos que el Señor nos hace, proporcionándonos una cruz, que a nuestro juicio, es la más pesada de las cruces, comparando siempre la nuestra con las demás, que portan los que no conocemos o que si conocemos.
Las cruces de los hombres pesan porque soportan el mal de los hombres, sus pecados y ofensas al Señor. Por lo tanto el mal no tiene su origen en la voluntad divina, sino en nuestros pecados y ofensas al Señor. En el orden espiritual no existen cruces, si es que el alma llega, en la persona de que se trate, a dominar su cuerpo en su lucha ascética, y alcanza la vía que le une al amor del Señor. En la medida, en la que un alma se va entregando a Dios el peso de su cruz sigue siendo el mismo, pero para el que la soporta, va disminuyendo, porque su alma va dominando a su cuerpo, en la persona de que se trate está ya entregada o abandonada parcial o totalmente al amor del Señor. Por eso Él nos dijo: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mt 11,29-30).
Es por ello, que hemos de considerar, que no es importante ni el tamaño ni el peso de nuestra cruz, porque en la medida, en que vamos aumentando el desarrollo de nuestra vida espiritual. Este tamaño y peso de nuestra cruz, empieza a disminuir en la misma medida en que amemos más a nuestra cruz y nos abracemos a ella, porque aumentará también el deseo de amar más al Maestro. Y esta situación, esta necesidad que tenemos de soportar nuestra cruz, es una consecuencia del denominado pecado original, en el que, aparentemente el demonio tuvo un triunfo cuando logró seducir a nuestros primeros padres. Pero las consecuencias de este triunfo demoniaco, habían de ser anuladas y nosotros deberíamos quedar liberados de la esclavitud del demonio.
Y para ello Dios en su infinita bondad y amor a nosotros, dio a este problema la más maravillosa de las soluciones, permitiéndonos que pasásemos a ser hijos suyos e integrarnos en su gloria. En los Evangelios se puede leer: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Y su Hijo unigénito, para redimirnos de nuestra situación de esclavos de satanás, voluntariamente, vino a este mundo para realizar la más maravillosa y desinteresada acción que hombre alguno pueda imaginar. Ella fue nuestra Redención y subsiguiente salvación de todos nosotros, pues se entregó a su Pasión, Agonía en Getsemaní, crucifixión y muerte en la Cruz.
Si el alma no se libra a través de la cruz no podrá ser liberada. Es la tremenda operación quirúrgica que el Padre mismo realiza en las carnes del Hijo con tal de salvarlo, Y es dogma de fe, que sin cruz “non fit remissio”. Es un misterio pero es así. El dolor purifica el amor: lo hace verdaderamente auténtico, puro; y además, elimina lo que no es amor. La cruz bien llevada, nos proporciona una fuente de gracias divina, por el ello el Señor, con su inmensa majestad, se le manifestó a Santa Rosa de Lima, diciéndole:“Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y equivocarse: esta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo”. Y esta Cruz alzada en el centro de la historia humana es el testimonio elocuente del amor de Dios por los hombres y prueba de la derrota del demonio, pues en la cruz él fue aplastado y derrotado.
Por ello, si hay algo que más odie el demonio, es la Cruz. El demonio sabe muy bien que la cruz es signo de su derrota y allí donde haya un alma enamorada de la Cruz de Cristo y abrazada a ella, el demonio está humillado por su derrota, cosa esta que es terrible para él dado su tremendo orgullo. Es por ello, que se dé en todo el mundo, la existencia de esas constantes campañas de odio, que continuamente están desatándose en todos los países cristianos contra el crucifijo, tratando de quitarlo de en medio. Curiosamente, no todos los que no son cristianos, están enrolados en estas campañas, cual es el caso de los hebreos. Los que más empeño ponen, no son precisamente los musulmanes como antiguamente así sucedía. En 1571, en el golfo de Lepanto, la media luna que formaban los bajeles otomanos, fue vencida por la formación de navíos, en forma de cruz que integraban la flota de la Santa Alianza, al mando de D. Juan de Austria e integrada mayoritariamente por naves españolas. Pero ahora son los descreídos, los ateos, los agnósticos, los okupas, los anti-sistemas y demás ralea la que comanda el demonio para tratar de acabar con el crucifijo.
También antiguamente la cruz fue motivo de escándalo, realmente siempre lo ha sido para el que no la abraza. San Pablo escribía. San Pablo escribía: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos; pero para los llamados -judíos o griegos- un Mesías que es la fuerza de Dios y sabiduría de Dios”. (1Cor. 1,22-24).
Quien abraza la cruz, está abrazando a Cristo justificado, a Cristo que está crucificado a ella y cuyo amor es la única razón de su existencia para sus enamorados. Nada nos hace tan parecidos a Nuestro Señor decía el Santo cura de Ars, como llevar su cruz, y todas las penas son dulces, cuando se sufren en unión con El. Pero el caso más frecuente es desgraciadamente llevar la cruz a rastras. A este respecto San Teresa de Jesús escribía: “…, el que arrastra la cruz de mala gana ,siente su peso, por pequeño que sea; pero que quien la abraza voluntariamente, no siente su pesadez, aunque fuera muy grande”.
En el parágrafo 2015 del Catecismo de la Iglesia católica, podemos leer: "El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin, jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant 8)”. Bien llevada la cruz es una bendición grande de Dios, un signo de predestinación, pues nos conforma con Cristo profundísimamente, como se lee en la epístola a los romanos: “Si pues somos hijos de Dios, también somos, herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con Él, para ser con Él glorificados”. (Rm 8,17).
En la Cruz se encuentra la perfección de la virtud, el culmen de la santidad. De aquí que la cruz nos sea más necesaria de lo que ordinariamente pensamos. De ahí que San Pablo diga: “Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones”. (2Tm 3,12). Y San Agustín también decía: “Si, pues no sufrieres ninguna persecución por Jesucristo, ve si, tal vez, no has comenzado aún a vivir piadosamente en Cristo. Cuando empieces a vivir piadosamente en Cristo, entonces comenzará el prensarte. Prepárate para ser estrujado; pero no te seques, no sea que nada salga de la prensa”.
- Libro. DEL SUFRIMIENTO A LA FELICIDAD.- www.readontime.com/isbn=8460999858
- Con este signo vencerás 24-08-11
- Mirada de ratón, mirada de águila 05-09-11
- Significado de la Cruz 07-05-12
- Sufrimiento y felicidad 20-09-09
- La cruz de cada uno 07-02-10
- Mi sufrimiento glorifica al Señor 18-10-10
- Valor de nuestras angustias. 18-05-11
- ¿Es bueno sufrir? 24-05-11
- Sufrimiento y amor 09-03-12
- Valor del sufrimiento 13-01-13
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.