El Santiago Apóstol que celebramos hoy, que por cierto no hemos de confundir con Santiago el Mayor que vino a España y constituye el único apóstol de cuyo martirio nos hablan los textos canónicos, es entre los apóstoles, el que podemos considerar el más enigmático, aquél cuya personalidad e identidad más problemas suscitan, pues se da en él la confusión de cinco personajes de los cuales puede ser uno, dos, tres, cuatro o los cinco (aunque en la humilde opinión de este columnista es “los cinco”).
De esos cinco personales citados, es el primero Santiago de Alfeo, mencionado en los listados de apóstoles que hacen Mateo, Marcos y Lucas (no así Juan en cambio, que nunca realiza una nómina y que a lo largo de su evangelio sólo menciona alguna vez como mucho a siete):
“Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que le entregó” (Mt. 10, 2-4, similar en Mc. 3, 1619 y Lc. 6, 1316).
El segundo es Santiago el Menor (al que efectivamente, y por el contrario del Santiago patrón de España, sí se llama expresamente “el Menor”, como si hubiera un “Mayor” al que nunca se llama así en el Evangelio):
“Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset” (Mc. 15, 40)
El tercero es el llamado “hermano del Señor”, al que los textos canónicos se refieren varias veces, aunque al tema le dedicaremos tratamiento aparte por lo que ahora nos limitamos a reseñarlo sin extendernos más.
El cuarto es el líder de la comunidad protocristiana de Jerusalén, y primer obispo de la ciudad del Templo, el que se enfrenta a Pablo y a Pedro en la llamada Controversia de Antioquía que ya hemos tenido ocasión de conocer (), y pronuncia con ocasión del mismo este discurso:
“Cuando terminaron de hablar, tomó Santiago la palabra y dijo: «Hermanos, escuchadme. Simeón ha referido cómo Dios ya por primera vez intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su Nombre. Con esto concuerdan los oráculos de los Profetas, según está escrito: «Después de esto volveré y reconstruiré la tienda de David que está caída; reconstruiré sus ruinas, y la volveré a levantar. Para que el resto de los hombres busque al Señor, y todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre, dice el Señor que hace que estas cosas sean conocidas desde antiguo.
Por esto juzgo yo que no se debe molestar a los gentiles que se conviertan a Dios, sino escribirles que se abstengan de lo que ha sido contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores cuando se lee cada sábado en las sinagogas.»” (Hch. 15, 15-20).
Y el quinto es el autor de uno de los veintisiete textos canónicos, el que se suele clasificar como antepenúltimo, la Carta de Santiago, que se presenta a sí mismo como “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus de la Dispersión” (Sa. 1, 1).
La cuestión sobre la identidad personal de estos cinco personajes, Santiago de Alfeo, Santiago el Menor, Santiago el hermano del Señor, Santiago el primer obispo de Jerusalén y Santiago el autor de la Carta canónica, es muy densa, por lo que nos limitamos aquí a enunciarla en los términos en que se ha hecho, y como tantas otras veces, dejamos para mejor ocasión el análisis más profundo de la cuestión. Que por hoy, creo yo, amigo lector, ya hemos tenido bastante, ¿no le parece a Vd.?
©L.A.
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