Aún no es oficial. Aún no sabemos la fecha. Pero es cuestión de semanas que ambas cosas se produzcan. Me refiero a la canonización del beato Juan Pablo II, ese "santo al que todos hemos conocido". Lo fundamental ya está hecho: la comisión médica ha dictaminado que existe una curación que no tiene explicación científica. Ahora son los teólogos y los cardenales los que tienen que decidir si ese o no un milagro y, como consecuencia, si se da el visto bueno para la canonización. No hay ninguna duda de que, después del informe de los médicos, ambas cosas sucederán en breve.
Aunque la fecha más probable es la del 20 de octubre, entre otras cosas porque estaría dentro del Año de la Fe, eso en el fondo es irrelevante. Lo importante es la canonización en sí. Y esta lo es, ante todo, por sí misma y luego por el momento histórico en que se produce. El beato Juan Pablo II, ocho años después de su muerte, sigue siendo un personaje muy querido por el pueblo católico, que ve en él un modelo de buen pastor, valiente y lleno de ese entusiasmo y fortaleza que emana de la fe y que él supo transmitir a la Iglesia y al mundo. La alegría que va a producir la noticia, cuando sea oficial, va a ser por lo tanto inmensa.
Pero no hay que olvidar el momento en que se produce. Aunque la llegada a la cátedra de Pedro del Papa Francisco ha ayudado a pasar la página de los momentos difíciles que se vivieron en la última etapa de Benedicto XVI -y que motivaron su dimisión-, los problemas siguen ahí. No sólo está la cuestión de la división en un sector de la Curia, sobre todo en el entorno de la Secretaría de Estado, sino los viejos temas de la pederastia y las dudas sobre el funcionamiento del Banco del Vaticano. Estas tres cosas han echado un manto de oscuridad y sospecha sobre la jerarquía de la Iglesia, que ha sido aprovechado por sus enemigos para ponerla en cuestión y desacreditarla. No hay que olvidar que la Iglesia se encuentra inmersa en una lucha sin cuartel contra aquellos que quieren instaurar un nuevo orden mundial basado en el relativismo, es decir en la ausencia de toda normal moral que pueda ser considerada objetiva y por lo tanto vinculante para todos. Es en el contexto de esta lucha -tan valientemente librada por Juan Pablo II y por Benedicto XVI- que se están produciendo los ataques a la jerarquía de la Iglesia, aprovechando los puntos débiles de algunos de sus miembros. La canonización de Juan Pablo II servirá para recordar que, si bien hay pecado en la Iglesia, lo que más abunda es la santidad. Démosle gracias a Dios por este nuevo milagro del Papa polaco y recemos para que pronto podamos honrarle como lo que es, un gran santo.
http://www.magnificat.tv/es/node/3478/2