Hace unos días me tropecé con un programa de TV llamado “Masterchef” que, según me han dicho, está haciendo furor en la audiencia. Se trata de un ingenioso concurso donde unos maestros de la cocina ponen a prueba los conocimientos y habilidades de futuros chefs en una especie de “Operación Triunfo” culinaria.
Bueno, a lo que voy. En un momento dado el Maestro Chef le dice con voz solemne a sus alumnos: “Partiendo de la tradición, la creatividad y la mejor materia prima… busco la perfección en la cocina”
Nadie se ríe. Todos son conscientes de que han escuchado el ideal que tiene que marcar su quehacer en la cocina. El momento resulta impresionante. Minutos después, tras probar uno de los platos preparados por uno de ellos, afirma con total aplomo: “¿El punto de cocción…?. ¡perfecto! Enhorabuena”
Pues bien, esta escena me recordó que hace años, cuando era universitario, le comenté con naturalidad a unos compañeros: “Mira, hay que tener presente que, como católicos que somos, tenemos que ser perfectos…”
“¿…Perfecto?... ¡tu estás zumbao!” –contestó uno en plan burlón– “No seas ingenuo, hombre… ¡Nadie es perfecto!..” Y la chica que me acompañaba añadió: “¡Uy! perfecto... eso tiene que ser aburridísimo”. Con estas reacciones me fui a un cura y su respuesta fue: “Bueno, bueno… no plantees las cosas así de radical que la gente se asusta. Se trata más bien de intentar hacer cada día las cosas un poquito mejor…”.
En definitiva, al parecer ser perfecto es imposible, aburridísimo y exagerado… cuando se trata de ser cristiano. Pero no, cuando se trata de ser cocinero.
Pues no; Cristo no dice las cosas por decirlas. Un cristiano auténtico ha de tener como objetivo la perfección que Cristo nos pide en el Evangelio (“Sed perfectos”) y al más alto nivel imaginable (“como Mi Padre Celestial es perfecto”) poniendo por tanto en ello alma, corazón y vida. Lo “otro” no es propio de un cristiano, más bien de una simple buena persona.
Y eso es como ostentar la condición de Masterchef, pero tener mentalidad de “pinche”
Porthos