El conocido periodista italiano Vittorio Messori…, en su libro Apostar por la muerte, escribe diciendo: “Todos los sondeos realizados en los países industrializados de occidente señalan que treinta de cada cien personas se llaman “Creyentes”. La “No creencia” el desdén explícito hacia la dimensión religiosa está por debajo del 20%, y, dígase lo que se quiera se trata de un porcentaje estable.…. La mayoría más del 50% de la gente pertenece al grupo de los indiferentes, a la gran masa de quienes no apuestan porque no acaban de ver que urgente razón hay para hacerlo”.
         
         Y en este 50% de indiferentes, incluso entre muchos de los llamados ”Creyentes”, se está extendiendo mucho la idea de que cualquier religión vale, para alcanzar la felicidad eterna y en consecuencia salvarse. Dicho de otra forma: Si de un lado resulta que todo el que cree, acepta la existencia de un Ser superior, que lo ha creado todo incluidos nosotros mismos y que todo lo rige, y lo gobierna; Y de otro lado, como quiera que son muchas las religiones y ramas de estas que se han formado a través de los siglos. La solución del problema acerca de cuál es la verdadera religión, para muchas personas desgraciadamente para ellas, el problema es muy sencillo: Hagamos un totum revolutum y lleguemos a la conclusión de que cualquier religión es buena para salvarse. Esto realmente en el fondo no es más que un nuevo sincretismo religioso, nacido al calor del relativismo que nos invade, sobre todo en la consideración de las realidades religiosas de nuestro catolicismo.

            Nosotros si pensamos que Jesucristo no era Dios, estamos perdiendo el tiempo y desde luego el Catolicismo, no es la religión verdadera.  Pero nuestro catolicismo, del cual nos gloriamos de pertenecer, es el que tiene, el único, verdadero y auténtico camino, para alcanzar la gloria divina que nos espera. Y ello es así en atención a muchas razones, argumentos y circunstancias que lo certifican. Porque cuando no se tienen evidencia de algo o de alguien, han de mirarse los frutos, y por ello Nuestro Señor, más de una vez así nos lo recomendaba: “Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. (Mt 7,1516). Y nosotros después de haber transcurridos ya más de 2000 años, disponemos de unos frutos que ninguna otra religión dispone. La divinidad de nuestro Redentor y salvador que dio muchos frutos de su divinidad, y el principal de ellos fue su muerte y resurrección. Juan Pablo II escribía: “…, la resurrección de Cristo es el mayor evento en la historia de la salvación y, más aún, podemos decir que en la historia de la humanidad, puesto que da sentido definitivo al mundo”.

            ”El apóstol San Pablo escribía: "Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.  Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien  no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron”. (1Co 15,12-20).

            Un gran santo de oriente, Isaac el Sirio, decía: “No hay más que un pecado: el no creer en Jesucristo resucitado. Todos los demás pecados no son nada, pues Dios nos da el arrepentimiento para expiarlos”. La muerte y resurrección de Jesucristo son el fundamento inquebrantable de la fe cristiana. El misterio pascual no es una teoría filosófica ni una experiencia al alcance inmediato de todos los hombres, ni la proyección de las esperanzas humanas en una existencia mejor. Es un hecho atestiguado por testigos elegidos por Dios, preparados para tal encargo, con la invitación de compartir la vida y el misterio de Jesús. Jesucristo  resucitado es nuestra garantía de que es estupendo ser humano, incluso mejor que ser noble, y que lo mejor de todo es estar consumido por su amor.

            Existen dos claras circunstancias que se recogen en los evangelios, en las que la divinidad de Jesucristo fue públicamente manifestada por Dios Padre, la primera fue en el Jordán en el Bautismo del Señor. “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre el, mientras una voz del cielo decía: “Este es mi hijo amado, en quien tengo mis complacencias"“. (Mt 3,1617). Y por segunda vez, también en la luz del Thabor, se manifestó una vez más la divinidad de Jesucristo: "Seis días después tomo Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevo aparte, a un monte alto. Y se transfiguro ante ellos; brillo su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con El. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor, ¡que bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, una para Moisés, y otra para Elías. Aun estaba el hablando, cuando los cubrió una nube resplandeciente, y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle. Al oírla, los discípulos cayeron sobre su rostro sobrecogidos de gran temor. Jesús se acercó, y tocándolos dijo: Levantaos, no temáis. Alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino solo a Jesús.  Al bajar del monte les mando Jesús, diciendo: No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. (Mt 17,1-9).

            Hombres paganos como el Mathama Gandhi, manifestaba una tremenda corriente de entendimiento y aceptación de Jesucristo, hasta el punto de que se hizo célebre una frase suya que dijo: “Me gusta Jesucristo, pero no me gustan los cristianos”. Desde luego que Gandhi jamás reconoció la divinidad de Jesucristo, como tampoco la reconoció el impío Renan, que no por ello dejo de manifestar que Jesucristo era un ser excepcional. Pero todo esto es quedarse a medio camino con respecto a Jesucristo, porque Él, para los que le amamos y creemos firmemente en su divinidad, su valía humana no es nada comparada esta con su amor, porque el  amor es su esencia. Él es amor y solo amor (1Jn 4,16).

             Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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