Tener confianza en Dios…, desgraciadamente no son muchos los que la tienen y aún son menos los que diciendo que si la tienen, pero sin poner un circo, le crecen los enanos y se les quiebra esa confianza. Leí una vez en la historia de un general, profundamente católico y quizás por eso muy denostado por sus enemigos que nunca le han perdonado sus triunfos, que en un momento crítico de la guerra que sostenía y que ganó contra unos enemigos que asesinaban a obispos, clérigos y seglares, solo por ser católicos, cuando todo se derrumbaba a su alrededor dirigiéndose a sus oficiales y a la tropa, les dijo: “Fe ciega en el triunfo y triunfó, porque todos confiaban en él”.
Y si esto sucedió en el orden puramente material, porque se confió en un hombre, un hombre fuera de serie, pero hombre al fin y al cabo, y uno se pregunta: ¿Cómo sería nuestra confianza en Dios, si de verdad nuestra fe fuese totalmente ciega?, si nuestra fe fuese la del carbonero. Carecemos de fe y consecuentemente carecemos de la suficiente confianza en Dios y lo que pienso que aún es peor; carecemos de amor al Señor y así nos va todos.
Más importante que la fe es el amor, porque el amor es el todo y el todo es Dios, porque Él, es solo amor y nada más que amor (1Jn 4,16). De las tres virtudes nos dice San Pablo: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.”. (1Cor 13,12). Cuando lleguemos al cielo, los que logren llegar se entiende, a ellos solo les restará de las tres virtudes teologales el amor, porque la fe y la esperanza, son virtudes terrenales no celestes y ellas dos son las servidoras del amor. La fe desaparecerá convertida en evidencia al poder contemplar ya el Rostro de Dios. La esperanza también desaparecerá convertida en realidad palpable y disfrutable. La fe es una virtud terrenal, es el Km. 0 desde donde hemos de partir, para que nazca nuestro amor y se desarrolle. Si no creemos difícilmente podremos amar aquello en lo que no creemos que exista. En cuanto a la esperanza, nadie espera nada de lo que no cree que exista.
La confianza nace primeramente de la fe y se perfecciona en el amor. Sabemos que existe el tendero de la esquina, lo vemos todos los días, pero aunque creemos que es una buena persona, al menos así lo dicen los que le conocen, nosotros no lo conocemos ni le amamos lo suficiente como para tener una ciega confianza en él y poner nuestros bienes, nuestra propia casa a su nombre. En cambio si fuese necesario, no tendríamos inconveniente de poner a nombre de nuestra madre la casa en que vivimos, porque en este caso además de la fe media el amor. El amor juega aquí como en todo lo que se refiere a la vida espiritual de nuestra alma un papel absoluto, y esto es así sencillamente, porque el Todo de todo es Dios y Dios es amor y solo amor.
Y no solo en la fe y en la esperanza se asienta la confianza, sino también en la segunda de las tres virtudes teologales, en la esperanza. La confianza nace cuando se espera en quien se confía. Nadie espera nada, de aquel en quien no confía y tampoco nadie confía, en aquel del que nada espera. En conclusión, en esta vida el que no confía, es porque ni cree (fe), ni espera (esperanza), ni ama (caridad).
Para nosotros, si es que queremos avanzar en el desarrollo de nuestra vida espiritual, la confianza en Dios tiene que ser ciega, absoluta, sin ninguna clase de duda. Tal como nos dice que fue la fe y la confianza de nuestro padre Abraham. “El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad. No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor - tenía unos cien años - y el seno de Sara, igualmente estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido”. (Rm 4,18-21).
Si repasamos los evangelios, veremos que la mayor prueba de confianza que está reseñada en las sagradas escrituras, la dio San Pedro cuando en abril del año 29, posiblemente en Cafarnaúm, el Señor dijo: “En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitare el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él”. (Jn 6,53-56). Esta primera manifestación del Señor sobre la Eucarística, produjo un gran escándalo entre sus oyentes y hasta en parte de sus discípulos que le abandonaron y por ello el Señor les dijo a los apóstoles: “… y dijo Jesús a los doce: ¿Queréis iros vosotros también? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”. (Jn 6,67-69).
La confianza toma cuerpo y se fortalece en los momentos duros de la vida y precisamente en esos momentos, por pequeña que sea nuestra confianza en Dios, si ella existe, Dios nos fortalecerá porque Él colma siempre de gracias todos aquellos que confían en El. Con esta confianza fueron muchos mártires los que superaron los tormentos de los tiranos. Son miles, quizás cientos de miles y desde luego tantos millones de mártires, cruentos e incruentos, los que han ofrecido su vida antes de quebrantar su amor en el Señor.
Para Jean Lafrance: ¡La confianza y nada más que la confianza! Es el único camino por el que se llega al Amor. En la vida espiritual, no hay más que una sola cosa que temer, que es; la falta de confianza en Dios. Nosotros muchas veces nos desalentamos a causa de nuestras debilidades que nos humillan. Santa Teresa de Lisieux define el abandono y la confianza en el Señor, como el resultado de descentrase uno totalmente de si, para sobre centrarse en Dios. La falta de confianza en el Señor, es una de las causas que más paralizan a los hombres en sus relaciones con Dios y que les impide el avanzar más. El Abad Boylan O. Cist. R. escribe diciéndonos que: “Todo lo que el Señor nos pide, es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes por humildad y abandono; Él hará el resto”.
Y Santa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, también escribe diciéndonos: “La confianza en Dios puede llegar a ser inamovible solo si se está dispuesto a aceptar todo lo que venga de la mano del Padre. Solo Él sabe lo que nos conviene. Y si alguna vez fuese más conveniente la necesidad y la privación que una renta segura y bien dotada, o el fracaso y la humillación mejor que el honor y la fama, hay que estar también dispuesto a ello. Solo así se puede vivir tranquilo en el presente y en el futuro”.
El Señor, continuamente nos está diciendo: ¡Cómo puedes dudar de mí! Cuando yo te amo como nadie jamás te ha amado nunca ni te va a amar. Yo soy todo para ti y Tu eres todo para mí, solamente por ti estoy dispuesto ya a volver a Getsemaní y subir al calvario, te amo y mi mayor deseo es que al menos me correspondas un poco a ese amor tan inmenso que te tengo, desde el día en que te creé.
En Isaías podemos leer: “Ahora, así dice Yahveh tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. « No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Pondré la humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. No temas, que yo estoy contigo; desde Oriente haré volver tu raza, y desde Poniente te reuniré. Diré al Norte: "Dámelos"; y al Sur: "No los retengas", Traeré a mis hijos de lejos, y a mis hijas de los confines de la tierra; a todos los que se llamen por mi nombre, a los que para mí gloria creé, plasmé e hice”. (Is 43,1-7).
¡Miembros de Cristo!, escribe el Abad Baur O.S.B., El secreto de nuestra fuerza y nuestra grandeza consiste en que estemos vinculados a la cabeza y no nos dejemos guiar y conducir por El; en que no nos aislemos, no nos apoyemos en nosotros mismos, no nos abandonemos a una necia y orgullosa confianza en nosotros mismos.
Aunque dudes de todo, por Dios bendito lector, no dudes nunca del amor de tu Señor. Él está siempre a tu lado y tienes a tu disposición el amor y al que todo lo puede, que es el Señor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. ENTREGARSE A DIOS.- www.readontime.com/isbn=8460975940
- Libro. LA SED DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461316281
- Cortar la cuerda 07-05-10
- Echar raíces 08-06-10
- Confiar… ¿en quién? 17-12-10
- Confianza en el Señor 30-11-11
- Falta de confianza 10-03-12
- Añadidura 06-08-11
- Que difícil y que fácil 28-12-12
- Quebrar nuestra confianza en Dios 07-09-12
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.