“No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” (Lc 12, 38).
Poca gente hay que no tenga miedo. Quizá sólo los santos. Los que lo están pasando mal temen que esa situación no se acabe nunca. Los que disfrutan, son conscientes de que su dicha es frágil y en cualquier momento puede ocurrirles una desgracia. Además, hay otro temor que a veces nos asalta, el de que nuestra Iglesia se vea derrotada por las fuerzas del mal. Por eso, es muy útil recordar las palabras de Cristo en el Evangelio de este domingo: “No temas, pequeño rebaño”. No debemos temer ni ante el presente ni ante el futuro. Si Dios está con nosotros y nosotros con Él, aunque tiemblen el cielo y la tierra, estaremos protegidos. Incluso cuando no entendamos bien lo que está pasando.
Sin embargo, la confianza que el Señor nos invita a tener tiene que estar basada en la prudencia. Dios es nuestro protector y él es el Señor de la historia, pero eso no significa que nosotros podamos ir por el mundo de forma despreocupada, cometiendo graves errores, como si hiciéramos lo que hiciéramos todo fuera a salir bien debido a que tenemos un Padre que endereza lo que nosotros torcemos. Si bien Dios es Todopoderoso y actúa en la historia, también nosotros debemos ser responsables de nuestras actuaciones. Para no temer, además de confiar en Dios, debemos evitar aquellas cosas que, de producirse, nos llenarían de miedo. Esa es la prudencia cristiana. No se trata de no hacer nada, sino de medir bien nuestras fuerzas y, sobre todo, de no hacer el mal, para que éste no nos pase luego las facturas que hemos dejado impagadas. Y, si el mal se ha hecho, lo primero para recuperar la esperanza es el arrepentimiento, seguido de la confesión, y lo segundo poner los medios para que no se vuelva a producir. Sólo si salimos del pecado y vivimos en el amor, estaremos en paz y sin miedo.