Hace unos meses, el que esto escribe, leyó en Twitter un mensaje que decía así: “Fracasaste como egresado de un colegio católico si no saliste proaborto, desviado o ateo”. Sin duda, una expresión generalizada y que no le hace justicia a los más de nueve siglos en los que la Iglesia ha estado empeñada en formar a los niños, adolescentes y jóvenes. Misión que es de lo más actual en nuestros días. No obstante el sentido tendencioso del tweet, lo que podemos rescatar en plan de sana autocrítica es que, muchas veces, en nuestro trabajo pastoral con los jóvenes, quizá por miedo a que se vayan a terminar aburriendo, filtramos demasiado el aporte intelectual de la Iglesia, siendo que cuando lo conocen se interesan y piden más. Les acercamos muchas dinámicas, pero poco contenido y ahí está la clave sobre los que hoy se han ido alejando. Si bien es cierto que la fe no puede reducirse a una idea, es un hecho que requiere fundamentos debidamente articulados y argumentados, al más puro estilo de la patrística. Algo que no debería de extrañarnos, pues el ser humano está dotado de razón y voluntad. Aspectos que hay que formar.
Entonces, ¿qué podemos hacer para que los alumnos y egresados perseveren en la fe? Primero, dar buen ejemplo e, inmediatamente después, dejar de tenerle miedo al hecho de transmitirles conocimientos profundos. Retomar a figuras como Tomás de Aquino, Edith Stein o Jacques Maritain, y, sumándolo a los autores actuales, brindarles fichas o elementos para discutir. Esto también aplica en la pastoral juvenil. Lo anterior, a fin de que no termine siendo una suma de reuniones superficiales.
Aunque no todos los jóvenes tienen el perfil de la vida intelectual, la requieren. El hecho de optar por la Licenciatura en Derecho no quita el haber cursado algún semestre relacionado con las matemáticas en la preparatoria. De modo que, aunque no todos los jóvenes se sientan identificados con los argumentos de la fe y la razón, deben tener una visión cuando menos básica. Y que, a decir verdad, aún los que no tienen ese perfil, terminan disfrutándolo cuando el que se los presenta es capaz de articular el contenido de forma clara, didáctica.
Es imposible que todo el que entre en contacto con la Iglesia quede vacunado de alejarse de ella, pero lo que si está a nuestro alcance es que, si deciden abandonarla, al menos sea después de haber conocido su pensamiento y no a base de distorsiones o leyendas urbanas.
Necesitamos, a través de Internet y de las plataformas pastorales ofrecer a las nuevas generaciones la riqueza espiritual, teológica y filosófica que la Iglesia ha ido descubriendo a lo largo de los siglos. Vale la pena.