Mi experiencia de tantos años 
como asiduo lector de versos
me lleva a considerar que, en su entraña
de verdad y vida, la poesía 
aproxima a los hombres a Dios 
y al significado de su desnudo Verbo. 
No se trata de una hermenéutica más, 
ni de cierto tipo de inopia pía. 
Me refiero a esa profunda sintonía 
que el hombre ansía con el misterio. 
Origen y raíz. Y destino. Aunque se mofen 
o blasfemen, o escupan su amargura
sobre lo más sagrado del cielo. 
Porque el hombre aspira a reconocerse 
en esa sala de espera de sí mismo 
que es la emoción de todo poema: 
la armonía del alma, peregrina 
hacia Dios, desde la belleza.