De “conocer a Dios y a sí mismo, nace el amor al prójimo, porque loe estima y no los juzga como antes, cuando se veía a sí mismo con mucho fervor y a los otros no”. Así se expresa San Juan de la Cruz, en contraste con quienes afirman que la única manera de amar a Dios es amar a los hermanos.

Ello podría conducir al convencimiento de que hay un único mandamiento que es el amor al prójimo.

Jesús aseguró tajantemente que había un mandamiento que era el más grande de la ley: amar a Dios. Y que había otro, que no era idéntico a éste, sino “semejante” y el “segundo”: Amar al prójimo. (Mt 22, 36-39)

Jesús, por supuesto, no agotaba su capacidad de amar,.amando a los suyos hasta el extremo, sino que la profundidad de su espíritu estaba orientada al Padre., lo que demostraba en afirmaciones explícitas, en sus expresiones dirigidas en público al Padre y en su frecuente oración a solas.

¿Por qué, alguna vez, se nos quiere negar el deber de amar al padre, filial, intensa y directamente, a la vez que amamos a los hermanos? Prescindir de aquél primer amor no garantizará –antes al contrario- que el signo imprescindible de ese amor, que es el amor a los hermanos, y que demasiadas veces está ausente en la vida del cristiano, se encarne en ella.

Quienes nos repiten únicamente la cierta afirmación del apóstol Juan de que no podemos amar a Dios si no amamos a los hermanos, parecen no haber leído la rotunda frase del mismo Juan , que completa la anterior: “Conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios” (1 Jn. 5,2)

La constatación suya de que “el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (id. 4,20), a la vez que nos pone en guardia contra un falso amor a Dios que no tuviera como fruto el amor a los hermanos, nos advierte del riesgo de amar a quien vemos y olvidar a Aquel a quien no vemos.
Malo fuera que los cristianos pensáramos amar a Dios y no lo demostráramos amando a los hijos de Dios. . Pero también sería grave que se amara a los hermanos no amando al padre.

La primera hipótesis Dios no la admite –aunque nosotros la hagamos realidad demasiadas veces- porque a ningún padre complace el amor de los hijos, si falla el amor entre ellos como hermanos. Pero la segunda hipótesis –que Dios tampoco quiere- también la podemos realizar, tal como sucede en algunas familias, en las que los hermanos se aman prescindiendo del padre y aún odiándole.

Que los cristianos no amamos al prójimo como a nosotros mimos es tan cierto como que tampoco amamos a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, tal como Jesús nos propone. A ambos amores hemos de atender en la interioridad de nuestro espíritu y en nuestras obras.
Acabemos con Juan de la Cruz: “Quien a su prójimo no ama, a Dios aborrece”. Y para que a nadie menospreciemos añade: “No pienses que, porque en aquel no relucen las virtudes que tú piensas, no será precioso delante de Dios por lo que no piensas”.