La crisis educativa que estamos viviendo, no es una casualidad o capricho del destino, sino consecuencia de una serie de malas decisiones, cuyo efecto se está dejando ver en los egresados que a duras penas saben leer y escribir correctamente. Lo anterior, presenta una seria interrogante: ¿están los colegios en buenas manos? Salvo honrosas excepciones que animan y, al mismo tiempo, comprometen, la realidad es que las escuelas han caído en manos de personas cuyo sentido común y eficiencia dejan mucho que desear. En lugar de preocuparse por el nivel académico y la sólida formación en valores, viven encerradas en sus oficinas. El mundo se cae, mientras se toman un café, tranquilizándose al pensar que el ingreso sostenido de alumnos demuestra que la cosa va bien. Ciertamente, no todo es culpa de los directivos y de la plantilla de maestros, pues es un hecho que muchos padres de familia apoyan a sus hijos para destruir la autoridad moral del profesor al frente del aula, sin embargo, esto parte de una estructura que busca hacer negocio en lugar de formar. El día que los directores prefirieron la cantidad por encima de la calidad, comenzaron los problemas. Esto no significa que haya que construir instituciones en las que sea imposible entrar, sino que hay que cuidar la selección y, sobre todo, preocuparse por ver cómo van los diferentes grupos. ¿Cuántos directores visitan periódicamente los salones para evaluar el nivel pedagógico de los profesores? Por desgracia, se la viven en cursos que no sirven para nada. Eso sí, ¡no vayan a faltar las galletas porque se nos desmayan con tanto trabajo mental!

En el caso de los colegios católicos, ha entrado la idea de que pastoral es lo único que vale la pena. En efecto, la religión forma parte del ideario educativo y es irrenunciable, pero eso no quiere decir que haya que descuidar el rigor científico. Todo en exceso es malo. La educación tiene que ser integral. No se trata de sustituir la cancha por la capilla, ni la capilla por la cancha. Para todo hay un tiempo, modo y lugar. Los retiros para el personal académico y de intendencia, no deben ser tediosamente largos. Por otro lado, hay que cuidar el proceso de contratación. ¿Cómo es posible que se nombre director de sección a una persona que no sabe vestir con decencia y hablar en público?, ¿en qué cabeza cabe contratar a un profesor bajo el argumento de que fue seminarista?, ¿cuándo se dijo que es sinónimo de “bullying” ubicar a un alumno que anda haciendo travesura y media? Sin generalizar u obsesionarse con el pasado, hay que reconocer que se extrañan las maestras de antaño, a las que les importaba que supieras razonar, leer, escribir, rezar, jugar, convivir, etcétera. Hoy lo más importante es que la institución sea acreditada, da igual si el profesor de música no sabe tocar el piano, lo esencial es que se ponga la placa de que todo está de maravilla, como si eso cambiara la verdad de las cosas.

Volviendo a las escuelas en general, es importante proponer un plan de reestructura que se base en tres puntos fundamentales. El primero, exige diseñar un consejo directivo capaz de innovar, sin descartar los aspectos valiosos de la pedagogía tradicional, como dar las gracias, los buenos días, fomentar el aseo y cuidar la conducta. El segundo, supone mejorar los salarios y cuidar las próximas contrataciones, pues no se puede admitir al primero que se ponga en la fila. El tercero, implica retomar el trabajo con los padres de familia, dialogando sobre cuestiones preocupantes para ambas partes, ya que la escuela nunca podrá sustituir a los papás. En el caso de los colegios católicos, hay que agregar la necesidad de contar con profesores que sepan argumentar el sentido y alcance de la fe, sin olvidar que en las instituciones laicas también es importante impulsar el sentido de la ética y de la moral, formando hábitos para la vida humana y profesional.

¿Dónde se meten los directores?, ¿por qué les cuesta tanto trabajo dar la cara e involucrarse activamente en el rumbo de la comunidad educativa?, ¿a qué le tienen miedo?, ¿qué les hace pensar que estar todo el tiempo en reuniones es la clave del éxito?, ¿cuándo sabrán tomar lo mejor de la tradición y de la necesaria renovación? Son preguntas que exigen respuestas activas, capaces de marcar un antes y, por supuesto, un después en medio de la realidad actual. ¿Por qué esperar a que se caiga el pizarrón para cambiarlo?, ¿qué no hay un presupuesto basado en los ingresos y egresos? La solución pasa por una serie de medidas administrativas que hay que tomar, entendiendo que la economía debe estar al servicio de la educación y no al revés.

  En resumen, nos urgen educadores de la talla de José de Calasanz (15571648), Juan Bautista de la Salle (16511719), José Vasconcelos (18821959), Ana María Gómez Campos (18941985), entre otros. Personajes que tuvieron el coraje y la visión de iniciar o partir desde cero, pues les animaba la posibilidad de provocar un cambio positivo en todos los ambientes. Aunque nos hemos referido a la educación privada, hay muchas cosas que aplican para los colegios públicos, sobre todo, en lo que se refiere al nivel académico y de valores. ¿Qué tal si detrás de ese alumno curioso se esconde el futuro presidente del país? Cada uno de nosotros, desde el lugar que ocupamos en la sociedad, tenemos la responsabilidad de hacer algo por los colegios, rescatándolos de un triste final en medio de la indiferencia que no puede tener la última palabra. El futuro se construye educando con calidad.