Sobre todo a partir del Papa bueno, beato Juan XXIII, se empezaron a realizar gestos muy significativos que continuaron los Papas sucesivos: Pablo VI, Juan Pablo I que no tuvo tiempo pero que sembró una pequeña semilla de sencillez y cercanía, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora el Papa Francisco. Sin ser exhaustivos podemos citar: el abandono de la tiara que recordaba una corona imperial, la costumbre de llevar al papa sobre los hombros en su trono, aquella de besar el pie del pontífice. Juan Pablo II tuvo el valor de pedir perdón por los pecados de los católicos a lo largo de la historia. Benedicto XVI persiguió con fuerza la corrupción dentro de la Iglesia, sobre todo en lo que se refiere a los abusos contra menores, y ha dirigido un golpe mortal al carácter vitalicio del papado despojándose de toda su autoridad con el gesto inédito de su renuncia.
¿Qué harán o qué dirán todos los que se rasgaban las vestiduras escandalizados de la cruz pectoral o el anillo de oro del Papa de Roma, o de sus zapatos rojos, hechos a medida y a título gratuito por un pequeño artesano del calzado del centro de Italia? ¿Pensarán acaso que los 10.000 dólares enviados a Argentina para ayudar a los damnificados por las recientes inundaciones no habrían sido mandados si el Papa llevase todavía un anillo de oro? Algunas afirmaciones ridículas son muy apropiadas de un tiempo donde la mayoría, sobre todo las nuevas generaciones, desconoce incluso la historia más reciente del propio país, cuanto más de Europa y del mundo. La ignorancia es el terreno más fértil para sembrar todo tipo de ideas superficiales.
De cualquier modo, sabemos que la Iglesia de Cristo debe siempre cargar con las adherencias de cada época, puesto que está formada por hombres frágiles que pertenecen a su tiempo. Por eso se ve salpicada del libertinaje sexual de nuestro tiempo en una clara paradoja: se reprocha a la Iglesia de haber caído en alguno de sus miembros en la avidez de placer sexual que se fomenta por todas partes con el aplauso de todos, urgiendo al mismo tiempo al catolicismo oficial a que acepte tal laxismo moral. ¿En qué quedamos? Porque no se dan cuenta de que del “sex free” a la pederastia, la prostitución de menores, trata de personas y demás hay una estrechísima frontera.
Esperamos que el Papa Francisco siga despedazando prejuicios y purificando la Iglesia de las adherencias impuras de nuestro tiempo. De este modo muchos alejados pensantes, sedientos de Dios, se abrirán a la fe en Jesucristo que tanto necesita nuestro tiempo.