Hoy en día pensamos en el combate como una lucha violenta contra otra persona o contra grupos de personas que se oponen a nosotros. No es raro que se hable de luchas entre hermanos cristianos o católicos sólo porque podamos tener variantes estéticas o vivenciales de la vida de fe. Tristemente nos olvidamos que la verdadera lucha o combate es interior y a demás, no es violento. Un combate para que el Espíritu Santo sea quien impere y gobierne nuestro corazón. Es un combate de templanza y perseverancia. Un combate que humildad y paz de corazón. Se combate cortando la mano que nos hace pecar y sacando el ojo que nos arrastra hacia el mal. Un combate que es incomprensible para el mundo que nos rodea, pero que es esencial para que la esperanza anide a nuestro corazón.
El que emprende el combate interior, cada instante debe blandir estos cuatro elementos: humildad, extrema atención, negación de si mismo y oración. La humildad, porque el combate lo opone a los demonios orgullosos y con ella tendrá la ayuda de Cristo a portada del corazón, ya que “el Señor se burla de los orgullosos” (Prov 3,34). Una extrema atención, con el fin de guardar siempre el corazón puro de pensamientos, sobre todo si ellos parecen buenos. La negación de si mismo, para contestar enseguida con cólera al maligno, en cuanto lo ve venir. Dice el salmista: “Responderé a quienes me ultrajan. ¿Mi espíritu no estaría sumiso a Dios?” (cf. Sal 62 (61), 2). La oración, para gritar hacia Cristo con “gemidos inefables” (Rom 8,24) después de la refutación. Entonces, el que combate verá al enemigo disiparse, con la aparición de su imagen como polvo al viento o humo que se disipa, rechazado por el Nombre adorable de Jesús. (…). Que el alma ponga su confianza en Cristo, lo invoque y no tenga miedo. Ella no combate sola sino con el terrible Rey, Jesucristo, Creador de todos los seres, corporales e incorporales, es decir, visibles e invisibles. (Hesiquio el Sinaíta o de Batos. Filocalia, "Sobre la sobriedad y la vigilancia" 20, 40)
La Cuaresma es una invitación a andar este combate interior. ¿Cómo combatir así en un sociedad como la que nos rodea? Parece imposible hacerlo porque todo lo que nos rodea son falsas apariencias, shows, congresos sin sentido y simulacros vacíos. Nadie puede luchar contra apariencias que se hace humo entre nuestras manos. Lo podemos ver cuando la Iglesia se propone utilizar las mismas armas de la sociedad y todo lo que consigue son shows vacíos que no generan conversión alguna.
¿Cómo debemos combatir? ¿Con organización, planificaciones o actuaciones? Nos desconcierta al hablar de humildad, extrema atención, negación de si mismo y oración. No se trata de crear itinerarios que durante años inviten a interminables reuniones socio-organizativas. Esto no cambia nada. Tampoco se trata de lanzar las mismas frases que llevamos lanzando desde hace décadas y que nada transforman en nosotros. Todo esto, a lo sumo, nos entretiene dejando a un lado lo sustancial.
¿Qué nos dice Hesiquio? Señala que el alma ponga su confianza en Cristo y no en fuerzas organizativas o eventos sociales. Cristo transforma porque es el Logos de Dios. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. La tempestad sólo puede ser detenida por al fuerza de Dios y para eso tenemos que orar llamandole con gemidos inefables. En este sentido, la recepción de los sacramentos se convierten en hilos que nos permiten hacer llegar nuestros gemidos hasta el Señor.
En el desierto, comenzó el combate de la inteligencia con el ayuno, cuando el diablo se le aproximó como a un simple hombre (cf. Mt 4,3). Con la forma cómo ha vencido, el Maestro nos enseñó a nosotros también cómo llevar la lucha contra los espíritus del mal: en la humildad, el ayuno, la oración (Mt 17,21), la sobriedad y la vigilancia. Él mismo no tenía ninguna necesidad de todo eso. Porque Él es Dios y Dios de los dioses. (Hesiquio el Sinaíta o de Batos. Filocalia, "Sobre la sobriedad y la vigilancia" 12)