No hay duda que un objetivo prioritario que debe tener toda sociedad sana es defender el matrimonio y la familia. Y si la sociedad está enferma debe plantearse el problema con más urgencia. Y no es una cuestión ideológica. El matrimonio y la familia nacen con la humanidad, cuando nadie pensaba en clave política.
Es en la familia, y su entorno, donde el ser humano es más querido, mejor atendido, más protegido normalmente. Hay casos patológicos que salen fuera del ámbito antropológico propio de nuestra raza. No es una cuestión religiosa, aunque la religión acoge y bendice a la familia como algo muy querido por Dios. Los que están al margen de la fe en un Dios Familia, no suelen entender estos planteamientos. Por eso tratan de introducir sucedáneos que comprometan menos y dejen abierta la puerta a los caprichos sentimentales.
El Papa Francisco afirma: La Iglesia trata de mostrar a la mentalidad moderna que la familia fundada en el matrimonio tiene dos valores esenciales para toda sociedad y para toda cultura: la estabilidad y la fecundidad. Muchos en la sociedad moderna tienden a considerar y a defender los derechos el individuo, lo cual es muy bueno. Pero no por eso se debe olvidar la importancia que tienen para toda sociedad –cristiana o no- los roles básicos que se dan sólo en la familia fundada en el matrimonio. Roles de paternidad, maternidad, filiación y hermandad que están en la base de cualquier sociedad y sin los cuales toda sociedad va perdiendo consistencia y se va volviendo anárquica... (“Como piensa el nuevo Pontífice”, LibrosLibres, pág. 141).
Sobre los sucedáneos del matrimonio que la legislación de muchos países va introduciendo, entre ellos España, hablaremos en otro momento. Quiero destacar hoy lo bello y positivo que es el amor matrimonial, fijándome en una pareja histórica y modélica. Me refiero al matrimonio contraído y vivido por Juan Sebastián Bach y Ana Magdalena. Fue en matrimonio de dos enamorados.
Transcribo estas palabras de Ana Magdalena recogidas en La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, Ed. Juventud, Barcelona 1998. En el temor de Cristo. Así nos casamos nosotros. Ese temor y respeto lo ha tenido Sebastián desde el principio. Yo lo advertí ya el primer día de nuestro casamiento, cuando al marcharse los invitados, Sebastián se me acercó, me levantó la cara cogiéndola con las dos manos, me miró fijamente y dijo “¡Doy gracias a Dios por haberme hecho el don de tu persona, Magdalena!”. Yo no pude contestarle, pero escondía la cara en su pecho y murmuré apasionadamente esta plegaria: “¡Dios mío, hazme digna de él!”. De pronto tuve conciencia de mi juventud y de la gran responsabilidad que había contraído al aceptar ser la esposa de semejante hombre... Claro que tuvimos contrariedades e intranquilidad, como todo el que anda por este mundo, pero siempre fue por cosas ajenas a nuestras personas y nunca tocaron a nuestro amor” (p. 56).
No hay que darle muchas vueltas al tema para comprender que la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer –el auténtico matrimonio- es lo que hace posible que una sociedad sea de verdad humana, con perspectivas de futuro, con las garantías de que el ser humano sea tratado como merece su dignidad. Hay que defender el matrimonio y la familia si queremos un mundo habitable.
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