Las dictaduras, cuando se decidieron a atacar a la Iglesia, lo hicieron coartando la libertad de culto, la libertad de asociación y la acción social y educativa de la misma. Ya Juliano el apóstata, aquel emperador que soñó con dar marcha atrás al reloj de la historia, comprendió que las obras de caridad de la Iglesia eran su mejor carta de presentación y por eso, a la par que la perseguía, estimuló a los templos paganos a que hicieran lo que la Iglesia hacía. Fue en vano y el emperador murió profiriendo la única frase con que ha pasado a la historia: ¡Venciste, galileo!. Se refería a Jesús, naturalmente.

Los nazis y los comunistas siguieron el mismo itinerario. Y, como Juliano o como Nerón, también fracasaron. Pero su objetivo estaba ahí: que la Iglesia no pueda educar a los niños y que no pueda ayudar a los pobres. Para estos aliados del demonio, acabar con ambas acciones era incluso más importante que prohibir la libertad de culto, aunque ésta también fue muy restringida.

Ahora nos enteramos de que en la muy democrática Norteamérica y en la agradable y soleada Miami, el alcalde ha prohibido a las monjas de la Madre Teresa que ayuden a los pobres. Estas santas mujeres, con su humilde sari blanco y azul y su eterna sonrisa, sirven a los últimos de los últimos y reúnen todos los días a más de trescientos indigentes para darles de comer. Eso afea la zona -donde está una prestigiosa universidad, entre otras cosas- y molesta a los ricos que se sienten incómodos ante el espectáculo y el olor que dejan los mendigos. Como no se atreven a matarles -que quizá todo se andará-, lo mejor es dispersarles, disolverles, diluirles. Por aquello de "ojos que no ven, corazón que no siente", pues no cabe duda de que resulta incómodo atravesar una corte de pordioseros vestido con un traje de dos mil dólares y con unos zapatos de mil. Hasta es posible que la universidad esté ya perdiendo alumnos, pues cómo va a ser un centro de calidad si tiene semejantes vecinos. A los pobres, que los eliminen, y si no se puede acabar con ellos al menos que los oculten. Eso es lo que piensan los ilustres vecinos de esa zona de Miami y, desde luego, su alcalde.

En definitiva, que las monjas de la Madre Teresa están a punto de convertirse en delincuentes. De hecho, ya las han acusado de tener un "negocio ilegal". Porque quizá, para los riquísimos intolerantes, es inconcebible dar de comer al hambriento de forma gratuita y quién sabe qué especulaciones estarán montando sobre los posibles y ocultos beneficios que las monjas deben estar logrando a base de alimentar a los mendigos. El caso es que las seguidoras de la beata Teresa de Calcuta posiblemente vayan a la cárcel. Y van a ir porque de ningún modo van a dejar de ayudar a los últimos de los últimos, por mucho que se lo prohíban. Ese día será triste y glorioso a la vez. Triste, porque la dictadura en que se está convirtiendo la democracia mostrará sus crueles colmillos sin ningún maquillaje, y glorioso porque volveremos a dar testimonio de quiénes somos: los verdaderos y únicos defensores de la libertad y del amor.

Yo no quiero que las monjas vayan a la cárcel y menos por alimentar a los pobres. No quiero que encierren -como hacen- a los que pacíficamente se manifiestan ante las clínicas abortistas. Pero si tiene que suceder, que sea por eso: por ser fieles a Cristo y a su mensaje. Recemos para que los tiranos no sigan persiguiendo a la Iglesia y, para que si lo hacen, sepamos estar a la altura de los que nos han precedido, los mártires.

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