El dia 7 de abril, en una espléndida ceremonia, presidida por el cardenal Angelo Amato, en la catedral de Córdoba, era beatificado el padre Cristóbal de Santa Catalina. Hace ya muchos años, -en el pasado siglo, en el año 1990-, tuve el honor de escribir un libro que llevaba por titulo "Luces en las manos. Diálogos vivos con el Padre Cristóbal de Santa Catalina", editado por Publicaciones Claretianas, con prólogo de Manuel Nieto Cumplido, vice-postulador de la Causa, que hoy se ve coronada con la beatificación, la primera que se realiza en la catedral de Córdoba, del fundador de la Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno. Aquel libro se abría con una Carta al padre Cristóbal, que me gustaría evocar en esta fecha luminosa, escogiendo algunos de sus párrafos más salientes. Lo que entonces, en aquellos años, era deseo ferviente de ver en los altares a este santo, hoy se convierte en una espléndida realidad.
Quizás, por eso, aquellas lineas mantienen el mismo aroma:
"Me acerco a ti, padre Cristóbal de Santa Catalina, con el alma en vilo, con el pensamiento puesto en el cielo, donde gozas de esplendores de gloria, y en este suelo nuestro, crujiente y urgente, sobre el que nos ha tocado vivir, tan cargado de alegrías y esperanzas, pero también de terribles lacras, de angustias y pesares, de dolores, enfermedades y tragedias. Me acerc a ti, y me llega el reflejo de tus manos como remanso de paz y de luz, -"Luces en tus manos"-, como caricia de bien, como brisa de tierna esperanza, en este mundo nuestro, reseco de amor y de cariño. Me acerco a ti, padre Cristóbal, con aire de soñador, para contemplar de cerca tu silueta recortada en los siglos y en la historia, que dejó huellas tan profundas que han qudado impresas como senderos de amor, como nuevos caminos a recorrer con entusiasmo, seguros de que nos llevan a la Casa del Padre. Imposible dejar aquí, intactos y sublimes, todos los latidos humanos y cristianos, que marcaron el ritmo de tu vida de apóstol encendido en la caridad, en la oración, en el diálogo cercano a las aceras y a las plazas cordobesas. Imposible recorrer paso a paso tu caminar cristalino como las aguas del Guadiana, que te ve nacer en Mérida; reflejar con detalle toda tu vida que se abre a la acción y a la generosidad como enfermero, cuando sólo contabas catorce años de edad; que se ilumina de Cristo vivo con la ordenación sacerdotal; que organiza después las tareas de un capellán castrense; que conoce la encrucijada a orillas de las debilidades humanas; que se encierra en el corazón de la Sierra de Córdoba en un abrazo eremítico de su conciencia con la penitencia, para culminar su singladura, guiado por el Espiritu, como fundador hospitalario en una obra sólida, paciente y feliz".
Hoy, el padre Cristóbal se alza ante nosotros como heraldo del amor a los pobres y necesitados, que tan generosamente practicó en aquella Córdoba del siglo XVII, traspasada por terribles desigualdades e injusticias. Su espiritu y su obra permanecen entre nosotros a través de las Hermanas de Jesús Nazareno.