Pasé –como muchos jóvenes de México y de otros países- una Semana Santa fuera de casa, participando en un retiro-curso organizado por la Orden de Predicadores los días jueves y viernes santo, sábado de gloria y domingo de resurrección. Fue una experiencia muy significativa poder celebrar los oficios litúrgicos cerca de los que forman parte del noviciado de la Provincia de Santiago, además de las charlas que estuvieron a cargo de varios frailes muy preparados en diferentes materias. Al llegar al aeropuerto internacional de la Ciudad de México, para poder tomar el vuelo de regreso a Veracruz, me encontré con una agradable sorpresa: varios grupos de jóvenes y familias que se habían ido de misiones y que todavía portaban las playeras de lo que fue la misión. Aunque no tengo ningún vínculo con los Legionarios de Cristo, hay que reconocer el trabajo que han estado haciendo para conseguir poblar una terminal aérea tan grande como la de la capital. Yo no llevaba ningún signo distintivo, sin embargo, haberme encontrado con una Iglesia en movimiento, es algo que anima, entusiasma y compromete.

Tengo claro que no todos los que participan en las misiones de Semana Santa lo hacen para ser congruentes, pues varios únicamente buscan tomarse alguna fotografía para dejar claro que son buenas personas y justificar sus excesos al regreso, sin embargo, detrás de las inconsistencias, puede estar actuando Dios para encontrarse con aquellos que solamente han participado porque se ve bien y está de moda. Por lo pronto, me dejó un buen sabor de boca ver la presencia de la fe a lo largo y ancho de la sala “B”, la nacional. Al despegar –con la novedad de una cámara exterior que transmite la imagen que ven los pilotos desde la cabina- y contemplar una de las ciudades más grandes y pobladas del mundo, terminé unos días agradables y profundos, rodeado de la naturaleza verde y montañosa de Amecameca, estado de México.