Si no hace ni siquiera dos semanas, el 23 de marzo, celebrábamos () con el juramento de lealtad de las Cortes de Navarra a quien era entonces el rey de España, Fernando el Católico, el V Centenario de la Unidad de España, hoy 2 de abril tenemos que celebrar otro centenario, quinto también, de esos que hacen época: el del descubrimiento de lo que mucho después serían los Estados Unidos de Norteamérica, gracias a la obra y quimera de unos hombres nacidos y provenientes de España.
Un centenario que nuevamente pasará desapercibido porque los que tendrían que celebrarlo somos estos pobres, ignorantes, acomplejados y desvahídos españoles del s. XXI, que aún andamos mendigando una personalidad en el mundo (o diecisiete), totalmente inconscientes de poseer la más gloriosa historia que los siglos hayan conocido.
Como quiera que sea, la expedición descubridora de los Estados Unidos partía, en busca de una misteriosa tierra de Bímini, de la isla de Puerto Rico, y venía comandada por Juan Ponce de León, quien al hallar tierra firme, creyó pisar una nueva isla a la que bautiza como Pascua Florida, en honor a la fecha en la que la avista, el 27 de marzo de 1513, domingo de resurrección de aquel año. No sabía todavía que lo que veía era ya continente, y menos aún, que estaba descubriendo lo que cuatro siglos después sería la potencia más grande del mundo, los Estados Unidos de Norteamérica.
Iniciaba así una presencia española en suelo norteamericano que con el correr de los tiempos se extendería por los territorios de los actuales estados de California, Tejas, Nuevo México, Arizona o Luisiana, entre otros. Y aunque es verdad que antes que Ponce de León los hermanos Caboto, Juan y Sebastián, al servicio de la corona inglesa, ya habían llegado a Norteamérica en 1497, no lo hicieron en tierras estadounidenses, sino de la península de Terranova, en el actual Canadá. En cuanto a la famosa y recreadísima aventura del Mayflower, el grupo de ciento veinte puritanos expulsados de Inglaterra que navegan hacia América y acaban fundando la colonia de Plymouth en el actual estado de Mississippi, aún habría de esperar ciento veinte años para ser una realidad.
Florida, que abarca los territorios del actual estado de Florida pero también parte de los de Mississippi y Alabama, será española hasta 1819, con un pequeño impasse desde que el año 1763 España la cede a Gran Bretaña por virtud del Tratado de Paris que pone fin a la Guerra de los Siete Años, y hasta que en 1779, Bernardo de Gálvez, gobernador de La Luisiana, la recupera.
El restablecido statu quo durará hasta que en 1818, los incipientes Estados Unidos de Norteamérica realicen la ocupación de su territorio, dentro de lo que la historia estadounidense denomina Primera Guerra Seminola, y en 1819, por virtud del Tratado Adams-Onís, España se lo venda por un precio de cinco millones de dólares que ni siquiera se recibirán por aplicarse al pago de las responsabilidades de guerra.
Florida habrá sido territorio español más durante un nada desdeñable período de 316 años, de los que deducidos los 16 en poder británico, dan la redondísima cifra de 300 años, un lapso de tiempo que, para que el lector se haga una idea cabal, todavía no tienen de existencia los Estados Unidos de los que hoy forma parte la bella tierra descubierta por el bravo Ponce de León.
En cuanto al héroe de semejante proeza, nuestro Juan Ponce de León, nacía en 1460 en Santervás de Campos, en la provincia de Valladolid. Tras servir como paje en la corte aragonesa y participar luego en la conquista de Granada, engrosa la segunda expedición de Colón a América, realizada en 1493.
Nombrado gobernador de la provincia de Higüey, en el este de la Isla La Española, desde ella conquista Borinquén, la actual Puerto Rico, fundando en 1508 su primer asentamiento, Caparra, hoy San Juan, momento en el que Diego Colón, el hijo del Almirante, consigue que le sean reconocidos sus derechos sobre dicho territorio y con ellos, el cese de Ponce como gobernador.
Nombrado gobernador de la provincia de Higüey, en el este de la Isla La Española, desde ella conquista Borinquén, la actual Puerto Rico, fundando en 1508 su primer asentamiento, Caparra, hoy San Juan, momento en el que Diego Colón, el hijo del Almirante, consigue que le sean reconocidos sus derechos sobre dicho territorio y con ellos, el cese de Ponce como gobernador.
Corre el mes de marzo de 1513, y a la búsqueda, según quiere una leyenda probablemente falsa, de la Fuente de la Eterna Juventud, Ponce parte al frente de dos carabelas y un bergantín con rumbo noroeste. Tras rodear las Bahamas, el 27 de marzo, domingo de Resurrección, avista tierra, y el 2 o 3 de abril desembarca en un punto sin identificar de la costa este de Florida, que bien podría ser o Melbourne, cerca de Cabo Cañaveral, o Ponte Vedra, muy cerca de donde en 1565 el asturiano Pedro Menéndez de Avilés fundará cinco siglos después la ciudad norteamericana más antigua que ha llegado a nuestros días, San Agustín, primera pero sólo una más de las cientos de ciudades fundadas por los españoles en el territorio estadounidense.
Ponce de León explora toda la península, primero por el este navegando rumbo sur, y luego por el oeste navegando rumbo norte. No terminan ahí los hallazgos de nuestro aguerrido explorador, pues a Ponce corresponde también el crucial descubrimiento de la llamada Corriente del Golfo, instrumento clave de la navegación a partir de ese momento.
Tras una breve estancia en España, Ponce vuelve a Florida ocho años después, avalado ahora por el rimbombante título de “adelantado” y con la intención de, en palabras propias, establecer una población permanente en la que sea “alabado el nombre de Jesucristo”. Al mando de doscientos hombres y mujeres y de varios religiosos, durante un choque con los indios una flecha le atraviesa el muslo, produciéndole una infección que le causa la muerte un mal día del mes de julio de 1521. No era demasiado viejo, apenas 61 años de edad. Pero ahí queda eso: el verdadero y real descubridor de los Estados Unidos de Norteamérica. Una gesta más de nuestra historia.
©L.A.
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