Hoy queremos verle desde la pasión que sufrió.
Pasión y muerte sufrió. Sobre su muerte dice el teólogo González de Cardenal: “Toda muerte puede ser vista como una ejecución exterior, o como una realización interior de la persona que es ejecutada. En este sentido vemos que la Muerte de Jesús es un asesinato consumado por crucifixión. Pero hemos de preguntarnos si su muerte fue una realización personal, que él llevó a cabo con una clara conciencia de lo que hacía, o fue una muerte impuesta.
La muerte puede ser infligida con violencia desde fuera, pero con ella no se la impone a una persona el sentido de su morir. La muerte no aparece, por tanto, como un elemento distorsionador del mensaje del Reino, sino como el exponente de su lógica más profunda. Si el mensaje de Jesús quería merecer la adhesión de los hombres, que sabían con realismo lo que era Dios y lo que era la muerte, tenía que confrontar la relación de Dios con la muerte. Si decía que en su persona Dios proclamaba su victoria sobre los poderes de este mundo, tenía que demostrar si él escapaba al poder de la muerte –tan injustamente realizada- si ésta estaba sometida al poder de Dios. En su cuerpo se decidía la verdad del Reino: Si quedaba a merced de la muerte, como la fuerte de la historia, o si era recatado por Dios como el más fuerte.
La maldad de los judíos dará ocasión a Dios de demostrar que la victoria no está del lado de este mundo,-de la muerte- sino del lado de Dios y del lado de la vida. Resulta evidente que ante el sorprendente anonadamiento de la cruz, es superado, por la resurrección, y nos anima con la novedad de que Dios nos ama hasta el extremo de la cruz.
A veces podemos tener una injusta imagen del Padre Dios, que envía a su Hijo a sufrir. Pero el Padre también sufre, porque no hay prueba mayor de amor y de sufrimiento que al de entregar el Hijo. Jesús dice que el Padre tiene el primado en todo. También en el amor y el sufrimiento. Jesús había dicho: “En verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ha visto hace al Padre”. Más aún: “El Padre cumple en mí su obra”. (Jn 14,10) En la cercanía del Calvario, en el momento de la última cena, convertida en eucaristía, ante el ruego de Felipe de que les muestre al Padre, la respuesta de Jesús es: “Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre”.
Añadamos un pensamiento concreto y certero de Guillermo de Saint-Thierry: “Cuando comenzamos a comprender el sentido interior de las Escrituras y la fuerza de los misterios y de los designios de Dios, no solamente comprendemos más, sino que se `produce un conocimiento experimental de la conciencia, que lee en sí misma y percibe la bondad y poder de Dios. Se renueva en nosotros el texto de Juan: “Lo que nosotros hemos visto y entendido, lo que nuestra manos han tocado del Verbo de la Vida” La experiencia espiritual hace de nosotros, de algún modo, “contemporáneos” de Cristo y gustamos también el sabor de su divinidad”.
Veamos las miradas que han tenido de Dios cristianos y cristianas de vida interior, que lo han expresado poéticamente y que a mí me han hecho bien.
Miguel de Unamuno es un hombre que admiro, porque tuvo fe, pero atormentada por su recio carácter. . Le retratan perfectamente estos versos: “¡Quiero verte, señor y morir luego, morir del todo, pero verte, Señor, verte la cara, saber que eres, ¡Saber que vives! ¡Mírame con tus ojos, mírame y que te vea! ¡Que te vea, Señor, y morir luego1…. ¡Que moramos, Señor de ver tu cara, de haberte visto! “Quien a Dios ve, se muere! , dicen que has dicho Tú. Dios de silencio, ¡que muramos de verte y luego haz de nosotros lo que quieras!. Mira, Señor, que raya el alba y estoy cansado de luchar contigo, como Jacob lo estuvo”.
Dámaso Alonso dice que Dios mira lo que El escribe. “Sobre papel yo grabo criatura novísima. Dios complacida la mira surgir de la nada. Como padre, por encima de mi hombro, Dios mira complacido, como padre a quien hijo párvulo la letra le imita. Porque, libre, uso mi libertad de espíritu creando. Y, porque la uso para alabarte, Bendito seas”
Ernestina de Chapourcin mira a Dios y se sabe mirada de Dios. “Vengo a estar a tus pies, a mirarte despacio, a ser bajo tus ojos… Y me postro a la entrada del camino que lleva hacia ti… Vencerás tú, Señor y Dios mío, permanecerás Tu y mi viejo yo devorado por tu presencia, pasará de esta nada que soy yo a esa eternidad que eres Tú.”
“Un día me miraste, como miraste a Pedro.. No te vieron mis ojos, pero sentí que el cielo bajaba hacia mis manos. Un día me miraste y todavía siento la huella de ese llanto que me abrazó por dentro. Aún voy por los caminos soñando aquel encuentro. Un día me miraste como miraste a Pedro”.
Terminamos con unas preguntas de María Lainaz. ¿Por qué le ha amado Dios? “Señor, que lo quisiste, ¿para qué habré nacido? ¿Quién me necesitaba? ¿Quién me había pedido? ¿Qué misión me confiaste? Y ¿por qué me elegiste: yo la inútil, la débil, la cansada, la triste. Yo que no sé siquiera qué es malo y qué es bueno, y si busco las rosas y me aparto del cieno es sólo por instinto. …. Y al fin, cuando me vaya fría, pálida inerte… ¿Qué dejaré a la vida?¿Qué llevaré a la muerte? Bien sé que todo tiene su objeto y su motivo. Que he venido por algo y para algo vivo. Que tu obra es perfecta. ¡Oh Dios todopoderoso, Dios justiciero, Dios sabio, Dios amoroso. Dios de los mediocres, de los malos y los buenos. En tu obra no hay nada ni de más, ni de menos. Pero…No sé, Dios mío, me parece que a ti -¡un Dios!- te hubiera sido fácil pasar sin mí”
Pero el buen Dios, Padre nuestro, no ha querido pasar sin nosotros.