Beato John Henry Newman (II)
La búsqueda de la verdad
Profesor en Oxford
Luego de haberse graduado en el Trinity College, y con apenas 21 años Newman se presentó como candidato a “fellow” (profesor) en el Oriel College de la Universidad de Oxford. Superó la prueba de modo brillante. Este cargo le proporcionaba el sueldo que necesitaba para poder vivir. Su vinculación con el Oriel se prolongaría a lo largo de 15 años, hasta 1845, año en que dio su paso definitivo para entrar a la Iglesia Católica.
Un “fellow” era un miembro de un Colegio de la Universidad que podía enseñar a los estudiantes de ese Colegio en particular. Por otra parte, podía además ser Tutor de los estudiantes que específicamente se le asignaran. La memoria de John Henry Newman está asociada a esta institución, que se erigió en el epicentro de un movimiento teológico y espiritual cuya influencia trascendió fronteras, que se irradió por todo el país, que nucleó a eminentes intelectuales y conmovió los cimientos de la Iglesia Anglicana en los años treinta y cuarenta del ochocientos. Newman fue quien lideró, sin proponérselo, el llamado Movimiento de Oxford.
Paso a paso, el tímido y joven profesor fue abriéndose camino entre los docentes y estudiantes del Oriel. La tendencia religiosa que predominaba era la liberal, la cual era compartida por la mayor parte del pueblo, un estilo de espiritualidad más bien ritualista que no alcanzaba a afectar la vida cotidiana.
Sacerdote
En estos años, la década del 20, Newman fue ordenado diácono, y más tarde sacerdote de la Iglesia Anglicana, claro está. Al terminar sus estudios secundarios ya se había decidido por la vida consagrada, y también había sentido fuertemente el deseo de ser célibe y entregarse totalmente a Dios. Estos deseos, que habían despertado durante la adolescencia, volvieron a emerger luego de un tiempo en que consideró dedicarse al derecho.
“Ya ha pasado. Soy tuyo, Señor; me siento aturdido y no puedo acabar de creerlo y hacerme cargo de ello. Al principio, después de imponerme las manos, mi corazón se estremecía dentro de mí; las palabras ´para siempre´ son terribles. […] Me siento como uno a quien han arrojado de repente en alta mar”.
Algunas dificultades
Como tutor del Oriel College, la ascendencia e influencia espiritual que Newman gozaba entre los estudiantes que le eran asignados, le granjearon resistencias primero y hostilidades después, del preboste (rector) del Oriel, quien lo dejó en una situación tan incómoda que aquél debió abandonar su tarea de tutor, con el consiguiente perjuicio económico que esto suponía.
De esta época proviene ya la preocupación y oposición que suscitan en John las diversas intromisiones del parlamento o del gobierno en los asuntos concernientes a la Iglesia Anglicana. ¿Podía la Iglesia aceptar la intromisión de la autoridad civil en sus asuntos? Este punto de vista encontró el enojoso recelo, nuevamente, del preboste y del ambiente liberal que se respiraba en la Universidad.
Newman percibe también el avance de la mentalidad relativista que va ganando espacios cada vez mayores, es decir, la idea de que en materia religiosa lo mismo da una opinión que otra, y que finalmente todo va quedando reducido a la mera subjetividad y a la postura, corrosiva, de que en cuestiones de fe no es posible aspirar a la verdad objetiva.
Una voz incómoda
La voz que se buscaba callar silenciando al profesor del Oriel College en cuanto tutor del College, resonaba ahora en los famosos sermones de quien se había convertido en el mayor predicador de Oxford y acaso de Inglaterra, los sermones en la Parroquia de Santa María, de la que debió ocuparse en 1828, la más importante de toda la Universidad.
“Newman no era un buen orador; tenía una voz clara, pero no vibrante y propensa a enronquecer. Sus sermones conseguían sus efectos no por la oratoria, sino por su personalidad sosegada y sin retórica, que pronto encantó a los jóvenes oyentes. Su costumbre de hacer una pausa después de sus frases, bastante largas, daba intensidad a las palabras que seguían, aunque la pausa era en principio sólo para respirar. […] La atracción que ejercía Newman sobre los jóvenes de Oxford –en su mayor parte jóvenes ricos, de las familias de la clase dirigente- era la de un profeta, un Juan Bautista con lentes de montura metálica.” (Meriol Trevor).
Los “tracts”
Hemos referido el viaje que Newman hizo por Italia, y su experiencia pascual en Sicilia, donde creyó morir, y finalmente renació con un pálpito en el corazón: “tengo que hacer una obra en Inglaterra”. Había pasado por Roma, la ciudad corrompida según la representación protestante. Sin embargo, de ella dijo John: “Porque eres tú quien apaciguas el corazón, tú, Iglesia de Roma”. Él, en efecto, no lo sabía, pero verdaderamente le esperaba una gran aventura.
Su preocupación por la injerencia del estado en la vida de la iglesia anglicana, condujo a Newman a escribir el primero de lo que sería una larga serie de “Tracts for the Times”, una suerte de folletos con temas de actualidad, panfletos anónimos, que tendrían una repercusión impensable, y que el propio John, montado a caballo, distribuía entre el clero, pues estaba destinado a él, y que, con el curso del tiempo, comenzó a venderse en todas partes.
Buscando la verdad
Debido al nombre de la rudimentaria publicación, los “Tracts”, comenzó a hablarse de “los tractarianos”, y a configurarse una pujante corriente de pensamiento espiritual y teológico, que fue conocido con el nombre de “Movimiento de Oxford”.
Además de ser responsable del primero en 1833 y del último en 1841, Newman, que escribió un tercio de los 90 “tracts”, era el capitán de una gran corriente que buscaba renovar la iglesia anglicana proponiendo la fe auténtica, la fe original. Para todo este influyente grupo de intelectuales de Oxford, la Iglesia Anglicana era la expresión de la auténtica fe católica, la fundada por Cristo. Para ellos, la Iglesia Católica había añadido posteriormente elementos extraños a dicha fe, o había deformado las verdades originales…
La sorpresa de la historia
El viaje espiritual e intelectual de Newman será el de un hombre que buscando limpiar el rostro de su iglesia –la anglicana-, se encontrará, con perplejidad, con el rostro de la Iglesia Católica. Newman buceará en la historia de los primeros siglos, en los escritos de los Padres de la Iglesia, en el desarrollo de los dogmas y los primeros concilios, cuando se fijaron los fundamentos de la fe, y progresivamente, poco a poco, irá comprendiendo que la Iglesia Católica, para poder mantener la verdad de la fe, debió formularla en sucesivos y nuevos lenguajes.
Antes de la irrupción de Darwin y su concepción evolucionista, Newman había percibido mejor que nadie los tiempos venideros y el dinamismo de la fe, la fascinante vida de la Tradición de la Iglesia, y la columna misteriosa de autoridad y verdad que atravesaba los siglos, y que garantizaba la fe, y que se llama sucesión apostólica, en cuyo centro se encontraba Pedro…, y en el hoy, ¡el Papa!
La aventura de la verdad
Pero este fue un viaje que debió recorrer tramo por tramo, con la mente, con el corazón, con la fe, una lenta conversión… hasta que no pudo negar estar a los pies de Roma, al mismo momento que la Iglesia Anglicana rechazaba las últimas consecuencias de sus razonamientos y enseñanzas, con las que Newman quiso rescatar, hasta el último instante, a su amada iglesia anglicana…
Cuando se exprese visiblemente ese momento, cuando Newman represente la personalidad más relevante de la Iglesia Anglicana, cuando llegue el gran salto, este hombre que veneró la verdad, deberá enfrentar una encrucijada dramática, la cruz que separa a la Iglesia Anglicana de la Católica. Y ambas lo harán sufrir. Ello ocurrirá en 1845, cuando John tenía 44 años.
El primer tract
“No soy más que uno de ustedes, un presbítero; escondo mi nombre porque, si lo manifestara, cargaría sobre mí una responsabilidad superior a la que me corresponde”, decía en este “tract” inaugural de 1833, y se preguntaba: “¿Estamos satisfechos de ser una simple creación del Estado?... ¿Nos hizo el Estado? ¿Nos puede deshacer?”…, “me temo que hemos olvidado el fundamento real sobre el que se edifica nuestra autoridad: nuestra sucesión apostólica”. Y comenzaba el terremoto…
Dios te quiere, Dios cuida de ti, te llama por tu nombre.
Te ve y te comprende tal y como te hizo.
Sabe lo que hay en ti,
todos tus sentimientos y pensamientos propios,
tus inclinaciones y preferencias,
tu fortaleza y debilidad.
Te ve en tu hora de alegría
y en la hora de tu infortunio.
Conoce tus esperanzas
y se compadece de tus tentaciones.
Se interesa por todas tus ansiedades y recuerdos,
por todos los momentos de tu espíritu.
Te envuelve y te sostiene con sus brazos.
Nunca te olvida,
tanto cuando ríes como cuando lloras.
Cuida de ti con amor.
Escucha tu voz, tu respiración.
Te quiere más de lo que tú te quieres a ti mismo.
John Henry Newman