En mi época todo estudiante universitario, estaba obligado durante el verano a ir a un campamento, o a una academia militar, de donde salía con el título de alférez o de sargento, acabada la carrera ya como alférez o sargento, había que prestar servicio militar durante unos meses en la unidad que le correspondiese. Personalmente fui a la MAU (Milicia aérea universitaria) y salí de Alférez piloto. A pesar de los años transcurridos, yo tenía entonces 18 años y perdura en mí ser, la gozosa sensación que tuve cuando me dieron la suelta y por primera vez en mi vida, sentí el gozo de encontrarme, solo en el aire pudiendo ir a donde me apeteciese, subir, bajar hacer un sin fin de locas piruetas de navegación aérea que me demandaba mi juventud.
Y todo esto a que viene, se preguntará alguno. Pues viene a que si analizamos el deseo de volar que de volar como las aves, que tiene el ser humano, es su alma la que se lo demanda, ella si se vive en no está creada para vivir encerrada en un cuerpo, ansía alcanzar cuanto antes a su Creador. Si uno vive en gracia y amistad con Dios, su alma está ansiosa de salir del cuerpo que la tiene encerrada y lo que es peor, muchas veces sojuzgada. Como espíritu que ella es, quiere ser libre, poder volar al encuentro de su Creador. Ella desea librase de las cadenas de la materia y anhela el vuelo, para ir al encuentro de su Amado que la espera con los brazos abiertos. Si leemos las poesías de San Juan de la Cruz, con esta idea se comprenderá mejor lo que nos decía San Juan, o las semblanzas de que nos habla el libro de los Proverbios o el del Cantar de los cantares.
Porque lo importante en nosotros no es nuestro cuerpo material y por lo tanto caduco, porque más tarde o temprano irremisiblemente fenecerá. Lo importante es nuestra alma y es a ella y a sus demandas a las que debemos de hacer caso, porque son las demandas de nuestra alma las que nos llevarán a la vida de una eterna felicidad, A nadie se le ocurre pensar que nuestra alma tenga deseos sexuales, o de robar o de saciarnos de selectos apetitos. Todo esto, es nuestro cuerpo quien nos hace creer que en eso consiste la felicidad.
Las aves cuando comienzan un vuelo, generalmente si están en el suelo, no en una rama, toman impulso con sus pies para luego extender las alas e iniciar el vuelo, si inician el vuelo desde una rama no les es necesario tomar impulso, se dejan caer y extienden sus alas remontado enseguida el vuelo.
Nosotros, si queremos volar, para llegar cuanto antes a los brazos de nuestro Amado, como quiera que estamos apegados a lo que este mundo nos ofrece, que es nuestro suelo, lo que hemos de hacer es despegarnos de todo lo visible que nos ata y para ello necesitamos, lo primero de todo es tener dos patas de ave que nos den corriendo impulso suficiente para levantar el vuelo que necesitamos. Necesitamos dos patas de ave, es decir, tener dos patas ligeras, dos patas espirituales no materiales y para conseguirlas solo hay un camino, que es meternos de cabeza en una vida de oración y en los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, a poder ser diaria.
Un régimen de oración y los sacramentos, son los que nos generarán las gracias divinas necesarias para que nos nazcan las dos necesarias para poder volar al cielo. Estas dos alas tienen cada una un nombre, y ellos los de amor y perseverancia, porque es con el amor al Señor que se nos genera en la oración y con las divinas gracias que se adquieren por medio de los sacramentos, como nos nacerán las dos alas que nos llevaran al cielo y cuanto mayores sean el tamaño de las alas, más rápido y seguros volaremos al cielo.
Pero nada se conseguirá si no media la perseverancia, solo dentro de ella puede prosperar el aumento del tamaño de los bienes espirituales que necesitamos. S. Pablo escribía: “Debemos correr con perseverancia en la prueba que se nos propone”. (Heb 12,1). Y también en la Epístola a Timoteo, S. Pablo insiste en la importancia de la perseverancia y nos manifiesta: “Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen”. (Tm 4,16). La perseverancia es básica, para poder conseguir algún bien, sea este bien material o espiritual, ya que en esta vida vivimos sometidos al dogal del tiempo, la perseverancia es un fruto que lo madura y lo hace crecer y para llegar a esto hace falta tiempo. Cuando fenezca nuestra carne mortal, nuestra alma para bien o para mal, habrá entrado en la eternidad, donde la perseverancia no existe, solo estaremos eternamente viviendo en la luz y en el amor de Dios como hijos suyos, o si no aceptamos el amor que Dios constantemente nos está ofreciendo, en el mundo del odio de las tinieblas, que gobierna satanás.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. SANTIDAD EN EL PONTIFICADO.- www.readontime.com/isbn=9788461266357
- Libro. MANDAMIENTOS DE AMOR.- http://www.readontime.com/isbn=9788461557080
- Nuestra coronación 16-10-09
- Nuestra salvación final 15-03-10
- ¿Nos preocupa nuestra salvación? 21-03-11
- Aún estamos a tiempo 15-06-12
- Lo mucho que nos jugamos 21-07-11
- Salvarse si, ¿pero...? 13-09-11
- Ser santos 08-05-12
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.
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