EL ELEGIDO
LAS PRIMERAS PALABRAS, LOS PRIMEROS GESTOS
Cuando a las 19.07 del miércoles 13 la paloma dejó libre la chimenea de la Capilla Sixtina sobre la que se había posado, dicen, tres veces, y las volutas de un humo grisáceo mudaban decididamente en un denso y promisorio e inquietante blanco, nadie podía imaginar que el voto de los cardenales, una vez más, había desdeñado el oráculo implacable de los vaticanistas, desbarataba los pálpitos de los apostadores, y había permanecido oculto a los naipes del tarot, a los astrólogos, y al escrutinio avezado tanto de observadores competentes como de los ignaros analistas que fatigaron los programas de televisión en estos treinta días.
¿Pero quién habla?
En una esquina del fin del mundo, un canillita no podía imaginar que en tan sólo unas horas recibiría una llamada del papa para advertirle que ya no pasaría a buscar el periódico pues algo inesperado lo retenía en Roma. Desconcertada quedó la secretaria de un consultorio en Buenos Aires cuando atendió rutinariamente el teléfono. El papa necesitaba suspender el encuentro con su dentista. El recepcionista de la Arquidiócesis porteña quedó en un frente a frente en la línea telefónica también: “¿Cómo tengo que llamarlo?”, atinó a preguntarle… “Por favor, llamame padre Bergoglio”, escuchó desde el otro lado. Seis diáconos que se ordenaban el viernes recibieron una carta firmada de puño y letra del nuevo papa: “a poner toda la carne en el asador”, les decía.
El público está pronto
Pero nadie imaginaba nada de esto cuando se produjo la fumata blanca. El tiempo de la quiniela y las apuestas había terminado, y comenzaba el tramo postrero, el de la espera agónica y emocionante que pone todas las miradas y las cámaras en el balcón central de la Basílica de San Pedro, la llamada Logia de las Bendiciones, mientras la noche húmeda y lluviosa iba descendiendo sobre la plaza que se iba atestando de rostros felices, de grupos que coreaban cantos, de hombres y mujeres que oraban con recogimiento, de niños en los hombros de sus padres, de ojos cubiertos por la emoción, de las naciones que ondean cifradas en los banderines, y pronto ingresarían formaciones militares del gobierno italiano y de la guardia suiza ocupando los flancos debajo del balcón por el que pronto se asomaría el elegido.
Había transcurrido poco más de un mes desde aquel 11 de febrero en que Benedicto había serenamente anunciado ante los cardenales que renunciaba al ministerio de Pedro. Habían sucedido muchas cosas desde entonces, las emociones se habían acumulado… Se necesita un corazón grande para despedir a un papa vivo y recibir a otro cuyo rostro se desconoce y ya se ama de antemano. De ese misterio sabían cuantos se encontraban colmando la plaza de San Pedro, y todos los cristianos extendidos por el mundo, todos parecían estar allí ocupando un lugar, unidos unos a otros por el Espíritu Santo, que el mundo no ve ni conoce, pero que “ustedes en cambio, lo conocen, porque vive en ustedes y con ustedes está”.
Espera en el Señor
Aquella muchedumbre que aguardaba con fe al hombre de blanco se encontraba lejos de las inquietudes y turbulencias que llegaban del mundo, y que sólo auguraban divisiones, rivalidades, ambiciones humanas, intrigas y un futuro negro para el pueblo de Dios, para la Iglesia. “Espera en el Señor, sé fuerte; ten ánimo, espera en el Señor”, susurra el Paráclito en el ánimo de los suyos, para consolarlos, para sostenerlos. El Espíritu de Dios ha acompañado casi de modo palpable a su pueblo. “¡Queridos amigos y amigas! Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en los tiempos difíciles. Nunca perdamos esta visión de fe, que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo”, dijo Benedicto la víspera de su partida, en la última audiencia pública, ante la multitud de la plaza de San Pedro que le daba su adiós y su hasta siempre.
Y así transcurrieron estas semanas, en una honda paz, en la shalom de Dios que, junto con la noche, descendía sobre la plaza el miércoles 13 de marzo. Fueron instantes de una alegría muy profunda, íntima, indecible, universal, rebosante.
¡No te olvides de los pobres!
Mientras el pueblo esperaba fuera con el pecho apretado por la expectación, dentro del Vaticano se iban desplegando los primeros acontecimientos del nuevo papa. Luego de la aceptación, el elegido da a conocer el nombre que ha escogido para su papado. El mismo papa refirió más tarde, en el encuentro con los periodistas en el aula Pablo VI, cómo sucedió:
“Les contaré la historia. En la elección, estaba junto a mí el arzobispo emérito de Sâo Paulo y también prefecto emérito de la Congregación para el Clero, el cardenal Claudio Hummes: ¡un gran amigo! Cuando la cosa se hizo un poco peligrosa, él me confortaba. Y cuando los votos subieron hasta dos tercios, vino el aplauso de costumbre, porque había sido elegido el papa. Y él me abrazó, me besó y me dijo: ´¡No te olvides de los pobres!´ Y esa palabra entró aquí (señala la cabeza): los pobres, los pobres. Luego, inmediatamente, en relación con los pobres pensé en Francisco de Asís. Después pensé en las guerras, mientras que el escrutinio continuaba, hasta llegar a todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así nació el nombre en mi corazón: Francisco de Asís.”
Georgium Marium
Francisco se dirigió inmediatamente a la sacristía de la Capilla Sixtina -el Cuarto de las Lágrimas-, donde se revistió con las ropas papales, luego de lo cual regresó a la Capilla para recibir el saludo de los cardenales. Entonces sí, ya es la hora de salir a la Logia de las Bendiciones:
Annuntio vobis gaudium magnum. ¡Habemus Papam! -alcanzaba a proclamar con cierta dificultad el cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran, debatiéndose contra su mal de parkinson…- Georgium Marium Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Bergoglio qui sibi nomen imposuit Franciscum.
¡Buenas noches!
La gente no pudo más y estalló en una aclamación. Entonces se asomó el papa, sereno, emocionado. Tiene cara de papa, pensaron muchos. Se parece al papa tal…, no, no, se parece a tal otro… (Los periodistas, desesperados, manoteaban lo que fuera con tal de saber algo de este hombre de blanco que no figuraba en el ranking de los veinte sólidos papables postulados por los medios de comunicación, un hecho que humillaba toda la pericia que habían desplegado en los últimos treinta días. En Buenos Aires se armaba tremendo alboroto). Francisco se tomó unos segundos para medir a su público, y el pueblo se tomó unos segundos para medir a Francisco. No llevaba la esclavina sobre sus hombros y su cruz pectoral denotaba sencillez. Aunque no se veían, sabemos que sus zapatos gastados en las calles de Buenos Aires cubrían sus pies. El aire se cortaba con cuchillo. ¿Quién era Bergoglio? ¿Cómo era, qué había hecho? ¡Es latinoamericano! ¡Es el de Buenos Aires, no te puedo creer! Sin embargo, semejante tensión fue vencida con la sencillez de una frase ocasional, familiar, entradora: “Hermanos y hermanas, ¡buenas noches!”
¿Es Bergoglio?
En Buenos Aires, entre tanto, la senadora Liliana Negre de Alonso estaba hablando en el Senado de la Nación, acerca del rechazo al referéndum celebrado recientemente en las islas Malvinas. “¿Qué pasa en el derecho internacional…?”, y relojeaba su teléfono celular, “ay, disculpe, estamos esperando el nombre del papa…” Su atención comenzó a trastabillar. El presidente la animaba a continuar, pero llegó un punto en que la senadora ya no pudo más y atinó: “¿Es Bergoglio?”. Ante la confirmación, se excusó por su emoción, su imposibilidad de proseguir con la palabra, y añadió:
“Estoy sumamente emocionada… como católica, como argentina. Los católicos del mundo –pido disculpas a los que no lo son– tenemos nuestro nuevo jefe. ¡Como argentina me siento sumamente orgullosa de un héroe, un mártir, de un hombre que ha dado su vida por la Iglesia: perseverancia, lealtad! Me pongo de pie simbólicamente ante el nuevo soberano de la Iglesia Católica, ante el Sucesor de Pedro, ante el representante de Cristo en la tierra y ¡se me hincha el corazón de orgullo porque un hermano argentino ha llegado a ocupar el lugar! Gracias presidente”.
Recen para que me bendiga
El hermano argentino, mientras tanto, desde la Logia de las Bendiciones, se dirigía en primer lugar a la comunidad diocesana. Prefirió presentarse como obispo de Roma antes que como papa. En seguida recordó a “nuestro obispo emérito, Benedicto XVI. Recemos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo custodie”. Luego del rezo del Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria, dijo: “les pido un favor: antes de que el obispo bendiga al pueblo, les pido que ustedes recen al Señor para que me bendiga”. Se inclinó sobre la baranda del balcón, y junto con la multitud, oró en silencio por unos segundos. Dio la bendición, y nuevamente dejó un “¡Buenas noches y que descansen!”.
“En un encuentro con la Renovación Carismática y con evangélicos protestantes, él hizo también este mismo gesto. Pero se colocó de rodillas. Y no sólo los católicos rezaban, sino que los evangélicos también ponían las manos sobre el cardenal. Es un hombre muy abierto, muy de compartir el don de Dios. Y cuando vi el gesto, enseguida me acordé de ello. Además, en todos sus mensajes personales y cartas diocesanas, siempre terminaba diciendo: ´Rezá por mí´”, nos cuenta Darío Quintana, superior de los Agustinos recoletos de Buenos Aires.
Algunas pastillas
Esa noche Francisco regresó a los aposentos de Santa Marta confundido entre los cardenales, en el último de los tres buses destinados para ellos, renunciando al coche asignado especialmente para el papa. Llamó al Nuncio en Buenos Aires para solicitarle pidiera a los argentinos que pensaban viajar a Roma que desistieran de ello, y que en cambio, destinaran ese dinero a favor de los pobres. Tal vez fue en ese instante que recordó a su canillita o pensó en su dentista. Los periodistas preguntaban a su hermana en Buenos Aires si ya se había comunicado con el papa, pero ella decía que lo haría cuando su teléfono quedase libre, cosa que no había pasado, pues los periodistas no le daban un segundo de respiro. En las comidas con los cardenales se sienta en aquella mesa donde encuentra una silla libre. A la mañana siguiente fue temprano a Santa María la Mayor para llevar flores a la Virgen. De regreso se detuvo en la casa del clero, donde se hospedó los días que precedieron al cónclave. Quiso pagar personalmente el dinero que debía.
Hola, Andrés
En la tarde llamó a la Casa General de la Compañía de Jesús, en Roma. El portero atendió la llamada. “Buenos días, soy el Papa Francisco, quisiera hablar con el Padre General… No, de verdad, soy el Papa Francisco… ¿y usted cómo se llama?” “Me llamo Andrés”, respondió el incrédulo. “¿Cómo estás, Andrés?” “Yo bien, disculpe, sólo un poco confundido”. “No te preocupes, por favor comunícame con el Padre General, quisiera agradecerle por la hermosa carta que me ha escrito”. “Disculpe, Su Santidad, lo voy a comunicar”. “No, no hay problema; yo espero lo que sea necesario”. Alfonso, el secretario personal del Padre General, toma el teléfono: “¡Santo Padre, felicidades por su elección, aquí estamos contentos por su nombramiento, estamos rezando mucho por usted!”. Y Francisco lanzó una chanza: “¿Rezando para que yo vaya para adelante o para atrás?”. “Para adelante, naturalmente”.
No somos una ONG
En éste su segundo día de papado, tuvo lugar la hermosa misa de acción de gracias en la Capilla Sixtina, compartida con los cardenales electores. La homilía, una perlita: “podemos caminar lo que queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no va. Nos convertiremos en una ONG que da pena, pero no en la Iglesia, esposa del Señor”.
El mix explosivo
¿Quién es Francisco? Van llegando testimonios abundantes de Buenos Aires. Es el hombre de la calle, el hombre de las villas, el que tiene algo para mostrar acerca de la nueva evangelización, el que ha atravesado las fronteras, el cardenal querido por los cartoneros, las prostitutas, el peregrino de trenes y de buses y de metros, el que denuncia las formas modernas de la esclavitud, el que plantó la cara a los narcos y envió a los curas a las villas, y los protegió. “Recuerda en el aspecto a Juan XXIII, tiene la simpatía del papa Wojtyla, habla con la sencillez de Juan Pablo I y piensa como Ratzinger. Un mix explosivo”, dice Salvatore Cernuzio.