Seguro que muchos de los que leen estas líneas han podido ver el primer Ángelus del Papa Francisco. Si no lo habéis hecho, sugiero lo veáis, pues vale la pena.
Todo indica que va a ser un Papa al que habrá que transcribir después de sus discursos, con todos los matices que añade a su discurso inicial. Al Papa Francisco le sobran los papeles. Tenía su texto preparado, pero su corazón, rebosante de gracia y de Espíritu Santo, no quiere quedar encorsetado en la letra. Se deshace en gestos y palabras llenos de sentido, humanidad y profundidad. Tiene la sencillez de los sabios. Ha empezado leyendo, pero enseguida ha comenzado a improvisar desde muy adentro para compartirnos su cotidianeidad, y contarnos que esta mañana estaba leyendo un libro de un cardenal - ¡y que no quería hacer propaganda! - en el que hablaba de la misericordia con gran belleza.
Espontáneo y profundo, nos cuenta y comparte con naturalidad su vida de hombre ungido.
Con la seguridad de 76 años al servicio de Jesús, se permite SER. Y ser implica dinamismo y docilidad a la acción de Dios, dejando, si procede, los papeles a un lado.
Continúa la alocución explicando una experiencia de vida: recién ordenado obispo, tuvo un hermoso encuentro con una mujer de 80 años, que quería confesarse. Y nos lo detalla para decirnos cosas como
"No lo olvidéis nunca: Dios no se cansa nunca de perdonarnos. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón."
Lo que dice está lleno de expresividad porque es algo vivido. Sus palabras son asequibles, naturales y sobre todo, muy profundas.
Sus gestos, sus expresiones y su discurso conforman una unidad que apunta a lo esencial de nuestra fe, y que puede renovar muchos corazones en la sencillez y en la alegría.
¡Gracias, Papa Francisco!