He necesitado unos pocos días para poder hacer un esbozo, con mala letra y escrito a golpe de tecla, en pijama y recostado en el sofá, para contaros en este medio humilde lo que me viene pasando desde un tiempito a esta parte, y que atrae las miradas de la gente sobre mí, y es que me ha dado un virulento ataque de sonrisa, y eso le tortura al mundo. Sí, llevo ya unos cuantos días que sonrío de día, de noche, haciendo la comida, rezando, incluso durmiendo tanto como había olvidado que se puede dormir. Soy capaz de hacerlo incluso viendo lo poco que veo del telediario ¿De donde tanta paz? ¿Por qué esta rabiosa alegría?
Creo que la sonrisa que luzco a todas horas no es efecto de una causa única, sino más bien de un cúmulo de ellas que es que ni aunque la gente se empeñe, luciendo cansinamente un rostro de velatorio, yo puedo dejar de hacerlo.
Os los resumo en muy poco tiempo -que no es hora ni momento- pero no me resisto a daros una pista, por si este ataque de sonrisa os puede animar el día y hasta contagiaros la alegría que ha tomado mi corazón desde hace un tiempo, y que poco a poco se ha ido adueñando tanto de mis gestos, que yo ya nos los controlo y, como os digo, sonrío hasta cuando no quiero.
Si todo esto lo aderezamos con su simpático lenguaje corporal y su manifiesta afición al fútbol, tenemos como resultado un pellizco en mi interior de esos que te dan cuando alguien al que no conoces te consigue tensar una cuerda que de felicidad te hace llorar, añadiendo más madera a la hoguera de la sonrisa.
Otra de las causas, lo confieso, ha sido la cadena de triunfos que el Madrid ha cosechado tanto frente al Barça como ante el MANU. Sí, en Liga vamos fatal, pero como los años de la Séptima y de la Octava, huele a Champions esta temporada.
La causa más importante de mi sonrisa de primavera, cuando aún estamos en invierno, es que estoy enamorado, y todos los días recibo a cambio de mis torpes esfuerzos un sinfín de regalos de alguien que no me pide nada, me quiere como soy, y me colma de amores poniendo a prueba con la sinceridad de su mirada, la flexibilidad de mi cara, extendiendo tanto mi sonrisa que parece que me va a dar la vuelta a la cabeza. La fecha de la boda se acerca y qué queréis que os diga, lo estoy disfrutando mucho.
Todo esto es el resultado de haberle regalado mi vida a Dios para que él haga y deshaga como le venga en gana. Eso sucedió una noche concreta: la del 25 de junio de 2005. Si aquella noche, más allá de los límites de la desesperación, me hubiesen dicho que hoy, unos añitos después, iba a estar escribiendo esto, hubiese pegado a quien me lo dijera, incluso aunque hubiese sido un ángel aparecido rodeado de campanitas.
En fin, que sufro un virulentísimo ataque de sonrisa, que espero no se me cure jamás. ¿Ausencia de problemas? No exactamente. De hecho, hace apenas 15 días que me quedé en paro, y la paz me inunda, me desborda, me ataca. Es un efecto colateral de la presencia de Cristo en el corazón del hombre. Un ataque de paz incluso en medio de la tempestad.
Solo le pido al Señor que no se me pase nunca. He pasado mucho tiempo viendo en la Iglesia rostros de cristianos tristes, rígidos, apesadumbrados. Lo vi de pequeño, lo vi de jovencito, y entonces me alejó de la Igleia. Lo he visto más mayor y ya no me despegan de ella. Gente de misa dominical que confía como poco tanto en sus fuerzas como en las de Dios, cuando no más. En sus conocimientos más que en la experiencia de Cristo -esa experiencia llamada “el encuentro personal" y que solo son capaces de explicar quienes lo han vivido-. Más en su ciencia, en su carrera, en sus cursos y másters, que en la Sabiduría que solo te da el Espíritu Santo a través de la oración. La oración sencilla, la oración pausada, la oración silenciosa, contemplativa, de no decirse nada... Vivir en Cristiano consiste tan solo en volver a lo básico: La oración, la Palabra, los Sacramentos y la confianza en Dios, en el Amor. Como dijo Benedicto XVI en su último ángelus, uno de los mayores males de la Iglesia son los que viven de ella, “la instrumentalización de Dios”. Porque como ha dicho su sucesor, la Iglesia no es una ONG. Y añado yo, que ni mucho menos una empresa. Eso iba dirigido a los que se sirven de la Iglesia, instalados en su comodina, en vez de servirla a ella.
Espero que este Papa tan resuelto sea capaz de quitarnos a nosotros, los cristianos, esa cara de seguir a un hombre muerto en vez de a un resucitado. Esa fe costumbrista que en muchos casos utiliza el sufrimiento de otros, el dolor de los abandonados, para vivir un poco mejor. La fe del golpe de pecho en la capilla y ropa de marca fabricada con mano de obra esclava en el armario de casa.
A quien yo le di la vida hace ya más de siete años y me tiene prendado, fue a un vivo, no a un muerto. Un hombre con nombre y apellidos que camina con nosotros en nuestra vida, en nuestra alegría, en nuestro dolor, como un peregrino más que no se cansa de esperarnos: Jesús de Nazaret, carpintero e hijo de Dios, nacido en una cuadra, torturado y asesinado perdonando a sus asesinos. Resucitado con el poder de Dios.
Ahí radica la explicación de este ataque de sonrisa. ¿Te quieres contagiar?