Cuando sea capaz de mirar con los ojos de Dios y descubra su alegría por mi vuelta a casa, entonces en mi vida habrá menos angustia y más confianza (Henri Nouwen)
Después de darle vueltas, llegué a una conclusión. Lo que tiene de común una boda (es decir, un matrimonio) con la parábola del hijo pródigo (es decir, una familia) es el hogar. Tener una casa a donde regresar todos los días es mucho más que un simple techo donde cobijarse y no pasar frío. Significa tener un sitio donde me aman por mi mismo, es decir, soy único para quien me ama.
Es cierto que la imagen que podemos tener de un hogar puede depender mucho de nuestra propia experiencia. Si hemos tenido unos padres excesivamente protectores o demasiado permisivos; si hemos tenido unas padres autoritarios o tremendamente indiferentes; volver a casa puede que sea lo más parecido a regresar a una especie de campo de concentración.
Sin embargo, con Dios no es así. Volver a casa significa encontrarme con un amor incondicional. Sé que tengo un sitio en su corazón y es un lugar que nadie va a ocupar. No necesito disputárselo a nadie, porque cada uno tenemos nuestro sitio en el corazón de Dios.
En la parábola del hijo pródigo hay algo que siempre me sorprende. No tiene final, o mejor dicho, tiene un final abierto. No sé si el hijo mayor entró en la fiesta o no. Él nunca se había marchado lejos. Permaneció siempre fiel al lado del padre. Sin embargo, también tenía que volver al hogar.
Cada vez estoy más convencido de que ser cristiano es recorrer de nuevo este camino de vuelta a casa, hasta que yo también me convierta en padre. Eso significa que debo dejar atrás el miedo, la desconfianza, el resentimiento, la envidia, el orgullo… En definitiva, todo aquello que me impide ser abrazado por Dios, recibir su perdón y dejar que cure mis heridas.
Posiblemente este camino lo tendré que recorrer muchas veces a lo largo de mi vida. Algunas porque me habré marchado lejos, muy lejos; otras, no tanto. Ahora bien, en unas como en otras, ¿por qué sé que puedo volver? Porque me voy a encontrar a un Padre que me espera, me abraza. No me dice: “ya te lo dije”, “que sea la última vez”, “si te vas no vuelvas”…, sino que una vez y otra y otra, celebra una fiesta por mi regreso a casa.
… porque sólo hallarás lugar de descanso imperturbable donde el amor no es abandonado, si él no nos abandona[1].