El cardenal arzobispo recorre los pasillos Vaticanos en dirección a la Capilla Sixtina para iniciar la tercera jornada de votaciones para la elección del próximo sucesor de Pedro. Las tres anteriores votaciones han sido infructuosas, al no alcanzar ninguno de los candidatos el suficiente número de votos. El cardenal camina solo y pensativo, mirando por los grandes ventanales de la galería. Piensa en los acontecimientos de los últimos días y la dificultad de la elección. No es solo que no hayan salido suficientes votos para ocupar la silla de Pedro, es que los que mayor número de partidarios han concitado han sido candidatos diferentes en cada día. La preocupación empieza a ser notoria entre los purpurados, ya que si se inició el cónclave sin ningún favorito claro, según han ido sucediéndose las reuniones y las votaciones, el panorama se ha ido oscureciendo y enredando cada vez más. El cardenal llega a las puertas de la sala y encuentra a varios colegas conversando prudentemente. El ambiente es tenso y la mayoría de los cardenales prefieren permanecer en silencio y oración.
El cardenal arzobispo recorre la sala hasta su lugar y se sienta saludando con la mano a algunos cercanos que escrutan las escrituras en sus asientos o rezan el rosario en silencio. Si todos en general están algo desconcertados, él en particular más aún. Hará unos años, cuando ni se sospechaban conflictos ni renuncias en el papado, tuvo una moción indudable del Espíritu Santo que le señalaba a él como el relevo del Santo Padre, con la única consigna de que nunca hiciera nada para serlo, ni para no serlo. El mismo cielo le pondría al cargo de la barca de Pedro, no por sus méritos ni esfuerzos humanos sino por puro designio divino. Al no aparecer su nombre en las primeras votaciones se retiró a su habitación completamente desubicado, intentando determinar si la interpretación de la voz de Dios había sido correcta o se había dejado llevar por la imaginación o peor aún, por la vanidad. Le venía a la mente las dudas que asaltaron a Juana de Arco durante su juicio, que la llevaron a claudicar y renegar de sus inspiraciones después de tantas batallas milagrosamente ganadas… El cardenal estuvo esa noche, durante horas, de rodillas rezando y pidiendo al Señor algún tipo de confirmación interior de su designio, pero terminó acostándose agotado y dejando todo en manos de Dios… como siempre.
Cuando al cabo de la segunda votación su nombre seguía sin ni siquiera mencionarse, tuvo la íntima esperanza de que todo había sido una jugada de su subconsciente y que sus pensamientos habían sido dirigidos por alguna falsa imaginación. Esa noche no buscó razones ni explicaciones sino pretextos que apoyaran su nulo protagonismo y su equivocación al interpretar su futuro inmediato, experimentando cierto alivio y descanso.
Hoy se ha levantado con un nudo en el estómago inexplicable, que no se le ha disipado ni con oraciones ni desayunos. Le recuerda a otros momentos en su vida en los que barruntaba acontecimientos importantes… normalmente acertaba. Siempre ha conservado una despierta intuición apesar de todo...
Sí, de las votaciones de hoy saldría el nuevo pastor. Quizás sería el candidato que sacó más votos el primer día o quizás será el del segundo día, pero sin duda que alguno de los dos se llevaría la mayoría de los votos de los hermanos. Está convencido de que hoy es el día, se lo dice su intuición y su… nudo en el estómago.
Los cardenales van entrando y mientras se sientan y se cierran las puertas, en el ánimo de todos empieza a aparecer una certeza: la situación está bloqueada entre los dos grandes candidatos y es la situación que refleja el estado de cosas en la curia en los últimos tiempos. Quizás ha llegado el momento de buscar una tercera vía, una alternativa diferente, alguien nuevo que aporte novedad y frescura a la vida de la iglesia, alguien sumamente independiente y original que ofrezca un nuevo impulso a la iglesia militante. Mientras los cardenales inician las oraciones litúrgicas correspondientes, en la mente de la mayoría de ellos aparece este nuevo enfoque de las cosas muy claramente, y con él… un nombre.
El cardenal arzobispo está ensimismado en sus pensamientos. Está pensando en los trabajos que le esperan en la comisión que había supuesto abandonada para siempre y que después de la nula confirmación de las señales y mociones del Espíritu, volverán a constituir su servicio principal a la iglesia. Se siente aliviado y reconfortado ante la perspectiva de volver a su controlado quehacer y su trabajosa pero llevadera misión.
En medio de esos pensamientos se produce la tercera votación y cuando empieza el recuento, algo sucede que le saca de sus proyectos y le hace aterrizar de súbito en la realidad: su nombre empieza a ser pronunciado, no una vez, sino varias. Y otra y otra…
De repente parece que todas las papeletas las ha escrito la misma mano porque todas dictan su nombre, y él se quiere morir. El nudo en el estómago se ha convertido en una piedra que le deja sin respiración y todos sus hermanos le miran entre asombrados y curiosos. Están contemplando a su nuevo sumo pastor. El cardenal quiere detener el tiempo, se siente morir y constata que saca el número de votos necesario. Después de todo hoy si va ha ser el día. Hoy hay nuevo Papa... y es él. Después de todo, las mociones del Espíritu se han cumplido y eran ciertas sus intuiciones. Después de todo, le ha caído la cruz entera sobre los hombros. Después de todo, los designios de Dios le han vuelto a sorprender. Se siente solo, una soledad muy humana le embarga, pero sin embargo, se siente a la vez acompañado por… toda la iglesia triunfante. Comprende interiormente la certeza de ver los cielos abiertos y la alegría de sus moradores ante el fundamental acontecimiento. Comprende interiormente que la llamada se ha convertido en meta y que ha llegado a ella. Comprende interiormente que los cielos estaban expectantes y que Dios tenía un plan perfecto y después de tantas idas y venidas, tantas dudas y luchas, todo se ha cumplido. Y comprende por fin, que aceptar la voluntad de Dios es el principio de la felicidad, que las promesas pueden tardar en cumplirse, pero llegan sin remedio y aclaran todo y renuevan todo.
El cardenal arzobispo se pone en pie lentamente para ser aclamado por sus hermanos y nota que el nudo de su estómago ha desparecido. No hay nada como comprender y aceptar la voluntad de Dios para sanar de toda dolencia y relajar toda tensión.
Ahora empieza lo bueno…
Que Dios se apiade de él.
“Entonces oraron así: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto...” (Hch 1, 24)
“Y alcanzó pleno cumplimiento la Escritura que dice: Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia y fue llamado amigo de Dios” (St 2, 23)
El cardenal arzobispo recorre la sala hasta su lugar y se sienta saludando con la mano a algunos cercanos que escrutan las escrituras en sus asientos o rezan el rosario en silencio. Si todos en general están algo desconcertados, él en particular más aún. Hará unos años, cuando ni se sospechaban conflictos ni renuncias en el papado, tuvo una moción indudable del Espíritu Santo que le señalaba a él como el relevo del Santo Padre, con la única consigna de que nunca hiciera nada para serlo, ni para no serlo. El mismo cielo le pondría al cargo de la barca de Pedro, no por sus méritos ni esfuerzos humanos sino por puro designio divino. Al no aparecer su nombre en las primeras votaciones se retiró a su habitación completamente desubicado, intentando determinar si la interpretación de la voz de Dios había sido correcta o se había dejado llevar por la imaginación o peor aún, por la vanidad. Le venía a la mente las dudas que asaltaron a Juana de Arco durante su juicio, que la llevaron a claudicar y renegar de sus inspiraciones después de tantas batallas milagrosamente ganadas… El cardenal estuvo esa noche, durante horas, de rodillas rezando y pidiendo al Señor algún tipo de confirmación interior de su designio, pero terminó acostándose agotado y dejando todo en manos de Dios… como siempre.
Cuando al cabo de la segunda votación su nombre seguía sin ni siquiera mencionarse, tuvo la íntima esperanza de que todo había sido una jugada de su subconsciente y que sus pensamientos habían sido dirigidos por alguna falsa imaginación. Esa noche no buscó razones ni explicaciones sino pretextos que apoyaran su nulo protagonismo y su equivocación al interpretar su futuro inmediato, experimentando cierto alivio y descanso.
Hoy se ha levantado con un nudo en el estómago inexplicable, que no se le ha disipado ni con oraciones ni desayunos. Le recuerda a otros momentos en su vida en los que barruntaba acontecimientos importantes… normalmente acertaba. Siempre ha conservado una despierta intuición apesar de todo...
Sí, de las votaciones de hoy saldría el nuevo pastor. Quizás sería el candidato que sacó más votos el primer día o quizás será el del segundo día, pero sin duda que alguno de los dos se llevaría la mayoría de los votos de los hermanos. Está convencido de que hoy es el día, se lo dice su intuición y su… nudo en el estómago.
Los cardenales van entrando y mientras se sientan y se cierran las puertas, en el ánimo de todos empieza a aparecer una certeza: la situación está bloqueada entre los dos grandes candidatos y es la situación que refleja el estado de cosas en la curia en los últimos tiempos. Quizás ha llegado el momento de buscar una tercera vía, una alternativa diferente, alguien nuevo que aporte novedad y frescura a la vida de la iglesia, alguien sumamente independiente y original que ofrezca un nuevo impulso a la iglesia militante. Mientras los cardenales inician las oraciones litúrgicas correspondientes, en la mente de la mayoría de ellos aparece este nuevo enfoque de las cosas muy claramente, y con él… un nombre.
El cardenal arzobispo está ensimismado en sus pensamientos. Está pensando en los trabajos que le esperan en la comisión que había supuesto abandonada para siempre y que después de la nula confirmación de las señales y mociones del Espíritu, volverán a constituir su servicio principal a la iglesia. Se siente aliviado y reconfortado ante la perspectiva de volver a su controlado quehacer y su trabajosa pero llevadera misión.
En medio de esos pensamientos se produce la tercera votación y cuando empieza el recuento, algo sucede que le saca de sus proyectos y le hace aterrizar de súbito en la realidad: su nombre empieza a ser pronunciado, no una vez, sino varias. Y otra y otra…
De repente parece que todas las papeletas las ha escrito la misma mano porque todas dictan su nombre, y él se quiere morir. El nudo en el estómago se ha convertido en una piedra que le deja sin respiración y todos sus hermanos le miran entre asombrados y curiosos. Están contemplando a su nuevo sumo pastor. El cardenal quiere detener el tiempo, se siente morir y constata que saca el número de votos necesario. Después de todo hoy si va ha ser el día. Hoy hay nuevo Papa... y es él. Después de todo, las mociones del Espíritu se han cumplido y eran ciertas sus intuiciones. Después de todo, le ha caído la cruz entera sobre los hombros. Después de todo, los designios de Dios le han vuelto a sorprender. Se siente solo, una soledad muy humana le embarga, pero sin embargo, se siente a la vez acompañado por… toda la iglesia triunfante. Comprende interiormente la certeza de ver los cielos abiertos y la alegría de sus moradores ante el fundamental acontecimiento. Comprende interiormente que la llamada se ha convertido en meta y que ha llegado a ella. Comprende interiormente que los cielos estaban expectantes y que Dios tenía un plan perfecto y después de tantas idas y venidas, tantas dudas y luchas, todo se ha cumplido. Y comprende por fin, que aceptar la voluntad de Dios es el principio de la felicidad, que las promesas pueden tardar en cumplirse, pero llegan sin remedio y aclaran todo y renuevan todo.
El cardenal arzobispo se pone en pie lentamente para ser aclamado por sus hermanos y nota que el nudo de su estómago ha desparecido. No hay nada como comprender y aceptar la voluntad de Dios para sanar de toda dolencia y relajar toda tensión.
Ahora empieza lo bueno…
Que Dios se apiade de él.
“Entonces oraron así: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto...” (Hch 1, 24)
“Y alcanzó pleno cumplimiento la Escritura que dice: Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia y fue llamado amigo de Dios” (St 2, 23)