Todos nos movemos y actuamos conforme a unos principios que constituyen muestra moralidad. El DRAE, entiende que es moralidad, aquello que es conforme con la moral, definiendo la moral, como la ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia. También entiende el DRAE que la moralidad es el conjunto de facultades del espíritu, por contraposición a lo físico.
Nosotros actuamos por medio de actos y el carácter del conjunto de esos actos, es lo que constituye nuestra conducta o forma de actuar, la cual se atiene a unos principios, que como antes hemos dicho, estos constituyen nuestra moralidad. Estos principios que marcan nuestro comportamiento están integrados en una escala de valor o de valores, pues no existe igualdad entre ellos unos están por encima de otros. Para un cristiano y más para in cristiano católico, el principio supremo el de mayor valor es el de amar a Dios, todos los demás principios están subordinados a este: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”. (Mt 22,36-40). He aquí, los dos primeros valores de nuestra escala de cristianos católicos y a estos dos valores o principios han de subordinarse todos los demás.
Existen también circunstancia o valores de orden material, que configuran nuestra actuación en el mundo del trabajo material, pero esta segunda escala de valores o circunstancias materiales, siempre han de estar sometidas a las superiores del orden espiritual. Pongamos un ejemplo: un médico moralmente, aunque se lo exija el centro donde trabaja, no puede efectuar un aborto, porque la ejecución de ese trabajo material, atenta a su moralidad, ya que está en contra de su escala de valores espirituales, que en el quinto Mandamiento de la Ley de Dios, le dice: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No mataras; el que matare será reo de juicio”. (Mt 5,21). Tienen prioridad absoluta nuestra escala de valores espirituales sobre la de valores materiales y no solo han de estar por encima sino que han de iluminar y configurar nuestra escala de valores materiales. Porque el valor moral, es el valor más grade de todos los bienes humanos. De modo que puede exigir que todos los demás le sean sacrificados. Para Carlo Caffarra: “La fuerza del valor moral, es la fuerza del amor creador de Dios que ha querido que cada uno de nosotros sea persona humana. Y este amor en nosotros que es completo, no alcanza su fin plenamente si nosotros nos sustraemos a la realización de los valores morales”.
Pero este es el ideal que desgraciadamente no se realiza en multitud de personas. Porque es el caso, de que en este mundo actual donde vivimos, dominado por el materialismo, el hedonismo y el relativismo todo se justifica, se mezclan churras con merinas y todos tan contentos, bueno no todos, porque los que amamos a Dios solo aceptamos como valores aquellos que nos acercan al Señor y si es necesario estamos o debemos de estar dispuesto a sacrificar nuestra vida, antes de quebrantar lo que ofende a Dios....
De acuerdo, hay valores materiales que también nos acercan a Dios, pero solo son aquellos, que están entroncados con algún valor espiritual. Cuando el Señor nos dice: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). No solo se está refiriendo a una perfección espiritual, sino a la perfección en todo nuestro quehacer en el orden material. Un trabajo material bien hecho, en función de nuestro debido amor a Dios, tiene un gran valor, es equivalente a una oración de alabanza al Señor. Un trabajo perfectamente hecho por amos al Señor, le alaba a Él, quizás más perfectamente que una oración vocal realizada mecánicamente.
En el Génesis podemos leer: “Vosotros pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominada”. (Gn 9,7). Lo cual claramente nos indica, la obligación que tenemos de trabajar. San Pablo en una de sus epístolas nos decía: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan”. (Ts 3,1012).
Nosotros ejecutamos siempre nuestros actos, función de nuestra escala de valores. Y como quiera que el orden espiritual, al ser este siempre superior y por tanto estar por encima del orden material, los valores o principios de nuestra conducta y comportamiento material, siempre han de estar sometido al dictamen de nuestra conciencia. Pongamos un ejemplo: Un tendero vende frutas y legumbres, si su conciencia es recta nunca amañará la balanza a su favor, defraudando a sus clientes, si por el contrario tiene la manga muy ancha, en sus actos materiales de comprar y vender defraudará lo que pueda. Es su alma la que le dicta su conducta pero en la escala de valores de muchas personas, el amor al dinero se encuentra por encima del amor a Dios. Benedicto XVI, cuando era cardenal escribía: “La moral tiene fuerza solo cuando Dios existe como fuerza interior de nuestro ser (Dasein), y no cuando procede de un puro calculo personal”.
Los valores morales, no han sido los hombres quienes los han creado por medio de su razón, sino que ha sido la sabiduría de Dios. El hombre tiene un pleno conocimiento de ellos, porque al tiempo de ser creado, Dios además de otras impronta o huellas, de su intervención que deja marcada en el alma de todo ser humano que nace, nos impronta con un pleno conocimiento de los valores morales, una conciencia de ellos y un remordimiento por el posible quebrantamiento de estos valores morales, que configuran la moralidad. Como consecuencia de lo dicho, el hombre tiene un perfecto conocimiento de los valores morales y de su obligación de no quebrantarlos.
Nosotros, al desobedecer la Ley moral de Dios, no destruimos esa ley, tan solo nos destruimos a nosotros mismos. Fulton Sheen pone un ejemplo muy didáctico, cuando escribe: Yo soy libre para emplear mal la Ley de la gravedad, saltando desde un alto edificio al vacío, pero al hacerlo, me mato a mí mismo, y la ley de la gravedad continúa rigiendo y actuando. Cuando nosotros obramos rectamente, nos estamos amando a su mismos y los demás de la misma forma que como Dios nos ama: Por puro y gratuito amor, porque el amor para que sea real ha de ser siempre desinteresado. A los ojos de Dios, solo la persona humana, tiene su pleno valor, cuando cumple con la Ley moral. Carlo Caffarra, escribe diciéndonos: “En sustancia, el fundamento último de la moralidad es la predestinación del hombre a existir en Cristo. Esta verdad encuentra una confirmación irrevocable en la praxis de la Iglesia en sus procesos de canonización, donde verifica la santidad cristiana de sus hijos mediante el control del ejercicio de las virtudes morales”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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