Por dos caminos puede el hombre llegar al conocimiento de la existencia de Dios…:  Uno es el camino natural, en el que empleamos solamente, nuestros escasos medios y esencialmente nuestra propia inteligencia humana, el otro es el sobrenatural, es decir encontrándose uno en este caso iluminado por la gracia divina. El camino natural es lo propio exclusivamente de nuestra naturaleza, que es lo que podemos comprender y realizar solo con nuestras propias fuerzas, el segundo camino es el sobrenatural, el que se encuentra por encima de lo natural, y es el que directamente nos dona Dios con sus gracias y dones. San Juan de la Cruz, en su libro “Subida al monte Carmelo” en el capítulo 10 del Libro II se ocupa de este tema y escribe: “Es pues de saber, que por dos vías puede el entendimiento recibir noticias e inteligencias; la una natural y la otra sobrenatural, La natural es todo aquello que el entendimiento puede entender, ahora por la vía de los sentidos corporales, ahora por sí mismo. La sobrenatural es todo aquello que se da al entendimiento, sobre su capacidad y habilidad natural”. Y continúa con una detallada exposición de estos pensamientos.

           En el desarrollo de nuestra vida espiritual, que es la vida de nuestra alma, la obtención de la gracia divina es esencial. Porque ya nos dejó dicho el Señor: “Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5). Un anónimo fraile cartujo escribía: “Nefasta seria la ilusión de los que creyeran poder elevarse por sus propios esfuerzos a esta vida superior a la cual somos invitados en el orden sobrenatural. Es cierto que debemos realizar esfuerzos, más es la gracia quien los provoca, es ella también quien los acompaña y sostiene, es ella quien los corona”. Aquí radica el secreto del cristiano, escribe el abad Benedik Baur, cuanto menos confiemos en nuestras propias fuerzas para salvarse, tanto más tendremos a nuestra disposición la ayuda y la gracia de Dios.

        La gracia es imprescindible para el desarrollo de nuestra vida espiritual, ella actúa en y a través de nuestra voluntad, predisponiéndola hacia el bien, pero esta actuación de la gracia divina, no nos destruye nuestra capacidad de elección, nuestra voluntad y nuestro libre albedrío siguen siendo soberanos. La gracia del Señor, nos hace la mayor parte del trabajo, pero Él nos pide nuestra colaboración. Al menos, nuestra tarea es. la de no poner obstáculos a la acción de la gracia en nuestras almas.

          A Dios solo le obsesiona o una cosa y es que todos le amemos, pues este es el único camino que existe y que el hombre tiene para lograr integrarse en su gloria. No olvidemos que aquí abajo nos encontramos para superar una prueba de amor a Él. Pero para ello como hemos dicho, el hombre necesita la gracia divina, y el Señor, está siempre abierto a dársela, siempre que previamente se le solicite. Es un hecho que Dios da sus gracias a quien mejor se dispone a recibirlas, según manifestaba Santa Teresa y desde luego  que hay casos en los que Él otorga sus gracias a quienes previamente no se las han solicitado, como puede ser por ejemplo el caso de San Pablo. El obispo Fulton Sheen escribía: “Nadie puede decir cuando llega la gracia o de qué modo obrará en un alma: si vendrá como resultado de un hastío del pecado o como anhelo de un bien superior”. Y ello es así, porque el Espíritu Santo, siempre sopla cuando, como y donde quiere.

          Pero en general la gracia se adquiere por medio de la oración, porque precisamente este es el papel que juega la oración, el de facilitarnos la gracia divina, porque la oración es la que nos abre el camino para obtener las divinas gracias. Y ello es así, ya que lo que la oración del cristiano consigue, es doblegar el orgullo, la soberbia del hombre, que cierra el paso a la gracia, como una persiana cierra el paso a la luz ya que en sí, la oración es un acto de humildad al reconocerse al Señor su absoluta superioridad. En este punto coinciden todos, Santos, teólogos y exégetas.

           Los sacramentos son las vías de que disponemos para la adquisición de las gracias, pero la mayoría de las veces recibimos a través de un Sacramento sin ser plenamente conscientes, de las gracias que adquirimos, y que  la intensidad o cuantía de la gracia que se recibe está en función de nuestra predisposición Así por ejemplo, en la confesión, la intensidad de la gracia que se recibe con la absolución de los pecados, está directamente proporcionada al grado de arrepentimiento que tengamos, la voluntad de no reincidir, el propósito de enmienda, y el dolor de haber ofendido al Señor.

           Hay que tener presente que por parte del Señor, la adjudicación de la gracia no funciona como si se tratase de una tómbola y que Él, está siempre dispuesto a donarla a moche y troche. Y por ello tenemos que tener presente varias consideraciones:

-        Dios siempre tiene subordinada la concesión de una gracia, al buen uso que se halla hecho de la anterior.

- Las gracias actuales, no se pueden estrictamente merecer, ni siquiera por parte de los que ya poseen en su alma la gracia habitual o santificante. Pero, aunque no las podamos merecer, podemos alcanzarlas infaliblemente por medio de la oración.

-   Las gracias son bienes espirituales y son mucho más fáciles de alcanzar que los bienes materiales. Además, para aquellos que sean muy materialistas hay que recordarles que son gratuitas.

-        “Una de las condiciones más necesarias para permitir que la gracia de Dios obre en nuestra vida, nos dice Jaques Philippe, es decir “si”, a lo que somos y a nuestras circunstancias. Dios en efecto es realista. Su gracia no actúa sobre lo imaginario, lo ideal o lo soñado, sino sobre lo real y lo concreto de nuestra existencia, al entorno económico y social que nos rodea y en el que Dios mismo ha querido situarnos, porque el ve que en este entorno es el que nos es más conveniente para nuestra salvación. No cometamos pues el error de pedirle cambios materiales o sociales a nuestro entorno. Él siempre sabe lo que más nos conviene para nuestra eterna felicidad,

-    Si perdemos la oportunidad de obtener una gracia, muy posiblemente esta oportunidad no vuelva a repetirse.

-   Si hacemos un buen uso de una gracia, siempre llegará la siguiente. porque Son palabras del Señor: “Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene”. (Mt 13,12). 

Quiero terminar esta glosa con un interesante párrafo de Slawomir Biela que nos dice: “Deformo cada vez  más mi conciencia, porque cuando actúo mal me convenzo de que no he hecho mal alguno y encuentro cientos de argumentos para justificarme, Con el tiempo la conciencia deformada lava mis suciedades, de manera tan hábil que ya casi ni siquiera se ven. Por eso no percibo la resistencia tan grande que opongo a la gracia. En este proceso que se realiza de forma gradual e imperceptible construyo el pedestal ficticio de mi propia irreprochabilidad. De este modo comienzo, al final, a creerme de verdad que estoy muy bien y que si todavía me falta algo para llegar a la perfección, dentro de poco tiempo seguramente lo alcanzaré. Progresivamente va desapareciendo de mi vida el Padre misericordioso que me ama. ¡Pero que me ama siendo yo pecador! En su lugar aparece en mi mente una imagen falsa de Dios que me sugiere inconscientemente, que me ama por mis méritos y mis esfuerzos. Y así me adentro cada vez más por el camino del hijo mayor hermano del hijo pródigo, camino que cierra la conciencia del hombre a la verdad de la Redención”.

             Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.,

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