Sin duda alguna, la Sede Vacante es un tiempo difícil para la Iglesia Católica, pues la ausencia del Papa por muerte o renuncia, trae consigo la convocatoria de los cardenales para que puedan arribar a Roma, conocerse, dialogar, superar tensiones y, desde ahí, llegar a un consenso sobre el perfil del nuevo sucesor de San Pedro. Ante tales circunstancias, surgen dos visiones o ideas que conviene superar y, por ende, desmitificar. Por una parte, nos encontramos con los irónicos que consideran imposible la intervención del Espíritu Santo, argumentando que el Vaticano es una estructura corrupta y sin remedio, mientras que otros asumen un discurso tan idealista que llegan al ridículo de asegurar que entre los cardenales no hay diferencias, sino que Dios se hace tan presente que nadie discute o se tensiona. Como podemos darnos cuenta, se trata de dos corrientes opuestas que no aportan nada.
Pongamos las cosas en su lugar. Es un hecho que el Espíritu Santo actúa en la vida eclesial y, por lo mismo, en el cónclave. Si no fuera así, la Iglesia ya hubiera desaparecido varios siglos atrás. El pecado que hay en ella -como consecuencia de nuestra imperfección humana- nos sirve de argumento para asegurar su naturaleza divina, en el sentido de que si estuviera abandonada a nuestras fuerzas, sería imposible que se mantuviera viva en medio de crisis, escándalos y persecuciones de todo tipo. En cambio -al pertenecer a Cristo- queda garantizada su existencia a lo largo del tiempo, pues el Espíritu Santo a través de las personas y de las circunstancias, se encarga de redirigirla cuando se aparta del evangelio. Por lo tanto, Dios no prescinde del ser humano para llevar a cabo su proyecto en la historia. Al contrario, lo involucra activamente. De ahí que los cardenales se conviertan en un instrumento para elegir al nuevo Papa, apoyados por el Espíritu Santo, quien fue transmitido por Jesús a sus discípulos y sucesores (cf. Jn. 20, 19-23). El hecho de que la Iglesia haya sobrevivido a lo largo de los siglos, no es una casualidad, sino una prueba visible de la ayuda de Dios. Siempre que se ha extraviado, que ha preferido los beneficios del poder mal empleado, no han faltado verdaderos reformadores -como San Francisco de Asís o Santa Catalina de Siena- capaces de levantarla y, por supuesto, de orientarla nuevamente hacia la verdad. En los santos de todos los tiempos, se esconde la acción pronta, efectiva y profunda del Espíritu Santo. Por esta razón -después de la Misa “Pro Eligendo Romano Pontifice”- se canta el “Veni Creator Spiritus”.
Ahora bien, no debe alarmarnos el hecho de que los cardenales discutan o caigan en el estrés, pues son tan humanos como nosotros. A menudo, las relaciones interpersonales tienen lapsos o momentos de choque, sin embargo, Dios sabe de qué manera intervenir, para que tales confrontaciones no condicionen en términos absolutos la elección del próximo Vicario de Cristo. El Espíritu Santo -como un experto en humanidad- sabe colarse, actuar y, desde ahí, relajar las tensiones. Ciertamente, en la historia de la Iglesia, no han faltado cónclaves desastrosos, pero aún en esos casos ha conseguido mantener intacto el depósito de la fe. Dios se hace presente en la historia, en los hechos y, por supuesto, en los involucrados. Dicho bajo la filosofía tomista, “escribe recto en renglones torcidos”.
Apostolica Sedes Vacans (Sede Vacante): Veni Creator Spiritus.