«Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Queridos hermanos:
Estamos ante el Domingo XXV del Tiempo Ordinario. ¿Qué Palabra nos da la Iglesia? La Primera Palabra es del profeta Isaías que dice: “Buscad al Señor mientras se deja encontrar”. El hombre, durante toda su vida, busca la felicidad. ¿Dónde está la felicidad? En Dios, ahora se le puede encontrar, invocadlo porque el Señor es cercano, está en tu corazón, en tu ser; y descubrirás que nuestro Dios es rico en perdón. También dice el profeta Isaías: “Mis planes no son vuestros planes”. El hombre se ha autoproclamado “Señor de la historia” y sin embargo el Señor de la historia es Dios. Hermanos, invocad este nombre, el nombre del Señor, unámonos a las palabras del salmista que dice: “Cerca está el Señor de los que lo invocan”. Te invito, hermano, a invocar este nombre, este poder. “Grande es el Señor y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza, lento a la cólera y rico en piedad”. Este es el Dios que se ha manifestado en Jerusalén con Jesús de Nazareth.
La segunda Palabra es de la Carta a los Filipenses. Dice San Pablo: “Para mí la vida es Cristo”. Qué importante es esto, hermanos. Cuando uno descubre a Cristo todo cambia, Él se convierte en el centro de nuestra vida de nuestra historia: Estar con Cristo es con mucho lo mejor. El infierno, hermanos, no es otra cosa que estar sin el Señor, rechazar en nuestra vida a Jesucristo, que es rechazar el amor. Esta Palabra nos invita a llevar una vida digna del Evangelio de Jesucristo, que es estar con Él, ponerlo en el centro de nuestra vida.
El Evangelio de san Mateo nos pone por delante una parábola. Dice que el propietario de la viña contrató a todos los jornaleros por un denario, pero cuando fue a pagar, los primeros pensaron que recibirían más porque habían estado más horas trabajando y los últimos sólo lo habían hecho una hora. Este dueño estaba preocupado por la viña y por los obreros. Nosotros no, nosotros sólo nos preocupamos por el dinero, el propietario, sin embargo, mostraba celo. Dios es como este propietario, Él paga con Vida Eterna. Dice que el propietario, frente a la murmuración de los que habían trabajado más horas, responde: “¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. El centro de la Palabra es la Vida Eterna, por eso culmina diciendo: “Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”.
Hermanos, ¿tenemos Vida Eterna en nuestra vida, en nuestros corazones, o tenemos envidia? ¿Nos preocupa el dinero o la Vida Eterna? Los últimos, hermanos, son los que se reconocen pecadores, los que vienen de la destrucción… ¡tú y yo! Pero tantas veces también actuamos como los primeros y pecamos de envidia y de soberbia; pues bien, también hoy el Señor nos ofrece la salvación.
Ánimo, hermanos, el Señor nos ofrece gustar y saborear a Dios. Que este espíritu de Jesucristo, que está resucitado y tiene Vida Eterna para ti y para mí, esté con vosotros en este Domingo y lo puedas ver como el Señor de toda esclavitud.
Que la bendición del Señor esté con vosotros,
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao