Cuando llegó a la cátedra de San Pedro -lejos de evadir los abusos sexuales cometidos por sacerdotes- enfrentó la situación, tomando “cartas” en el asunto. Además de separar del cargo a los obispos que habían realizado una mala gestión, llegando incluso al encubrimiento, abogó por indemnizar económicamente a las víctimas, con las que se reunió en algunos de sus viajes apostólicos. Dicho de otra manera, limpió la Iglesia. De ahí que algunos intentaran presionarlo a través de la fuga de documentos reservados, pues incomodó a los que se encontraban cómodamente estacionados en la indiferencia, la mediocridad o en el abuso de poder. Evidentemente, todavía hay mucho por hacer, sin embargo, dio pasos concretos y, sobre todo, instauró la tolerancia cero. Por otro lado, en medio del “dogma” progresista que busca terminar con la liturgia e imponer una fe a la carta, totalmente subjetiva, logró -apoyándose en la experiencia que había obtenido como profesor de teología- argumentar el sentido y alcance de las celebraciones litúrgicas, reconociendo que constituyen una serie de espacios marcados por la experiencia de Dios, sin olvidar que la fe exige fidelidad. Recordó que se pueden renovar las formas, sin alterar el fondo, los aspectos claves del cristianismo.
Supo poner orden “ad intra”. Desgraciadamente -por ubicar a tantos desubicados- tuvo que cargar con el peso de las críticas y de las incomprensiones, sin embargo, gracias al valor que demostró en la toma de no pocas decisiones, estabilizó la situación, llevó a cabo un buen recuento de los daños y, en la medida de lo posible, fue reconstruyendo lo que otros -como Marcial Maciel- habían destruido. ¿Cuál fue su respuesta ante tales circunstancias? la congruencia.
En cuanto a las nuevas generaciones, participó en tres Jornadas Mundiales de la Juventud: Colonia (2005), Sídney (2008) y Madrid (2011). ¡Cómo olvidar la resistencia que mostró ante la tormenta veraniega que cayó sobre la capital española en plena velada de oración de la JMJ en el aeródromo de Cuatro Vientos! Sin duda alguna, la mejor escena del pontificado. Ahí se ganó a la juventud católica. En medio de los desafíos propios de la secularización, convocó el Año de la Fe y, por si esto fuera poco, puso sobre la mesa el tema de la nueva evangelización, despertando un renovado interés por dicho proyecto a nivel mundial, especialmente, en las imponentes metrópolis de occidente.
Nos dejó tres tomos sobre Jesús de Nazaret, cuyo valor histórico y teológico motivó a muchos lectores alrededor del planeta, sin olvidar el libro-entrevista con Peter Seewald, titulado “La luz del mundo”, en el que pudimos descubrir a un Papa abierto, franco, claro, directo y sencillo. La Iglesia necesitará mucho tiempo para poder asimilar y, desde ahí, seguir dando a conocer el magisterio de Benedicto XVI, cuyas catequesis a lo largo y ancho de las diferentes audiencias generales, constituyen una vía pedagógica para descubrir la esencia de la fe. Promovió -como pocos- la unión de los cristianos, abriendo diferentes puertas y opciones, pero siempre dentro de los cánones necesarios para evitar la falta de gobierno. No cayó en los excesos de la derecha o de la izquierda, sino que asumió una visión social bien equilibrada, reconociendo la necesidad de reformar el actual sistema financiero a nivel internacional. Una mente privilegiada al servicio del evangelio en el mundo de hoy.
Nos despedimos de Benedicto XVI, sabiendo que como Papa emérito seguirá impulsando a la Iglesia Católica en el ejercicio de su misión.
Apostolica Sedes Vacans (Sede Vacante): Veni Creator Spiritus.