Estamos en  vísperas de que el Papa se marche de Roma para esperar en Castelgandolfo a que suenen las 8 de la tarde del jueves,  y poder decir:  “Señor, ahí tienes la Iglesia que pusiste en mis manos. Ya no puedo con ella. Busca otro timonel  más vigoroso que tomen el relevo en  la barca de Pedro”.  Debe de ser un momento de especial gravedad, en el buen sentido de la palabra. Es toda una Iglesia que confía al Espíritu Santo, y a la responsabilidad de todos nosotros. Esa tarde del jueves en las Misas dejaremos de nombrar a Benedicto XVI, aunque rezaremos por él.  En aquel retiro junto al lago Albano, el se quitará el Anillo del Pescador, que será destruido, y rogará por el que ha de ser nuevo sucesor de Pedro.  Este acontecimiento tan lleno de solemnidad, y de sencillez al mismo tiempo, no lo había vivido la Iglesia desde hacía muchos siglos. Son tiempo históricos de gran trascendencia.

                Y lo único que nos sale del alma es:

                ¡GRACIAS, BENEDICTO XVI!  Nos has enseñado a servir a la Iglesia desde la humildad y el sacrificio. Has sufrido mucho por distintos motivos. No siempre has sido correspondido con fidelidad. Los problemas humanos de la Iglesia han caído sobre tus hombros de anciano, y has llevado la cruz con firmeza hasta dónde has podido. Nos has enseñado a conocer con profundidad y sencillez la doctrina cristiana. Has sido, y seguirás siendo, el maestro de la humanidad. Escuchándote se aprende sin agobios intelectuales. Nos has contagiado la inquietud de trasmitir la fe como un catequista excepcional. Nos has mostrado la belleza del saber sapiencial, y nos has invitado a mirar a Dios con ojos de asombro y gratitud, como hijos del Padre Bueno en esta gran Familia espiritual.  Nos ha mostrado una fe vivida con serenidad y alegría. Hemos aprendido a leer la Palabra de Dios con ojos nuevos, acercándonos a Jesús como niños.

                Son muchas las lecciones que hemos aprendido de ti, pero yo me quedo con la última: Nos has enseñado con tu último gesto a amar a la Iglesia con obras, hasta el punto de bajarte del pedestal  de Sumo Pontífice y recogerte en el silencio de la oración. Has facilitado el paso a otro Pastor que, con nuevas energías, se ponga al frente del rebaño de Cristo. Sin duda el Espíritu Santo sabrá mantener la Luz del Faro encendida para no perdernos en la oscuridad de la noche. Es más, pienso que amanecerán unos nuevos tiempos en los que la Iglesia se vea más limpia, la fe más clara, y la llamada a la santidad más apremiante.

                Esperamos que los mensajes y profecías de tiempos recios, no pasen de ser un toque de atención para que rectifiquemos el camino siendo fieles a la Verdad. El mundo necesita a Dios, y necesita a la Iglesia. ¡Ojalá demos un paso más hacia la unidad que el Señor desea!

                Solo te pedimos a cambio que nos sigas ayudando con la oración silenciosa. Que ese Dios que tanto has estudiado y enseñado, te recompense con la paz en la última etapa de tu vida.

                ¡Hasta siempre, Benedicto XVI!

Juan García Inza



Como publica el correo de Pueblo de María:

 

De Joseph Ratzinger se han discutido las doctas exposiciones en la universidad de Ratisbona y en el Collège des Bernardins de París, en el Westminster Hall de Londres y en el Parlamento Federal de Berlín. Pero un día se descubrirá que el mayor distintivo de este Papa son las homilías, al igual que antes de él lo han sido para San León Magno, el Papa que detuvo la invasión de Atila.

                Las homilías son las palabras de Benedicto XVI que no se tienen en cuenta. Las pronuncia durante la Misa, "peligrosamente cercano", entonces, a ese Jesús que está vivo y presente en los signos del pan y del vino, a ese Jesús que – él predica incansablemente – es el mismo que explicó las Sagradas Escrituras a los caminantes de Emaús, en forma tan parecida a los hombres extraviados de hoy, y que se les reveló al partir el pan, como en el cuadro pintado por Caravaggio que está en la National Gallery de Londres, y que desaparece en el momento que es reconocido, porque la fe es así, no es nunca visión geométricamente cumplida, sino que es juego inagotable de libertad y de gracia.

Benedicto XVI en la JMJ de Madrid:
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