Los católicos de a pie nos hemos acostumbrado, a nuestro pesar, a leer y oír todo tipo de ataques contra la Iglesia y el Papa. Es cierto que si se quieren buscar problemas en la Iglesia del siglo XXI se encuentran con cierta facilidad, pero lo es también que a ciertos medios (casi todos) les encanta agrandar, afear, subrayar, difundir los asuntos oscuros de la Iglesia; y al mismo tiempo tergiversar, mal interpretar, sacar de contexto, e incluso inventar problemas donde no los hay. Por ese motivo la Secretaría de Estado del Vaticano ha tenido que protestar por la difusión de noticias no verificables, sin fundamento e incluso totalmente ficticias en estos días que preceden al final del pontificado de Benedicto XVI y el inicio del Cónclave para la elección del próximo Papa.
Ante este exceso de ruido que intenta perturbar a los cardenales, estremecer a la opinión pública, asustar a los católicos; viene como anillo al dedo la exhortación de la oración citada: “¡No se turbe la Iglesia ante el ruido del mundo!”. Cuando decimos “la Iglesia” tenemos la tendencia (casi el vicio) de pensar en los obispos y cardenales, y se nos olvida que la Iglesia somos todos los bautizados. Supongo que, en general, los cardenales tienen la suficiente experiencia y conocimiento de los asuntos eclesiásticos para no dejarse manipular ni por los medios ni por la opinión pública. Pedimos para ellos el sentido sobrenatural y la grandeza de ánimo para que sepan en todo momento buscar la voluntad de Dios, el bien de la Iglesia y no el vano aplauso del mundo.
De lo que no estoy tan seguro es de si todos los católicos tenemos la madurez espiritual y humana para hacer lo mismo, es decir, para comprender lo que está sucediendo con una mirada sobrenatural. Sí, en medio de los trastornos exteriores (los que vienen del “mundo externo”) y de los internos a la Iglesia (cuya causa es que la barca de la Iglesia navega en este mundo), mantengamos la serenidad, la calma, en definitiva la paz interior que se fundamentan en la profesión de fe de San Pedro que es la nuestra: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” y en la respuesta impresionante de Jesús que no debemos olvidar nunca: “Tú eres Pedro y sobre esta PIEDRA edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no prevalecerá contra ella” (Mt. 16, 16ss).
Según una parábola de Jesús (Mt. 7,24) si la casa está edificada sobre la roca ni los vientos, por huracanados que sean, ni el desbordamiento de los ríos podrán derrumbarla. La casa edificada sobre roca es la de aquellos que escuchan la palabra de Jesús y la ponen en práctica. En este caso no vacilará la fe, ni el amor a la Iglesia fundada por Jesús sobre la firmeza de la roca apostólica, en el cristiano que escuchando la palabra de Jesús en Mateo 16,16, la acepta, la cree y la práctica. Ante cualquier duda o vacilación, aflicción o desconcierto, el remedio o medicina tiene nombre y número: Mateo 16,16.