“La gente preguntaba a Juan: ‘Entonces, ¿qué hacemos?’. Él contestó: ‘El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo’” (Lc 3,10-11).
Durante la actividad de San Juan Bautista, llegó un momento en que la gente que escuchaba su predicación entendió que algo había que hacer. Consideraron que habían recibido suficientes motivaciones y le preguntaron al predicador que qué debían hacer, puesto que ya estaban convencidos. Juan les contesta con la lección de la caridad. Si te sientes amado, les dice, ponte tú a amar.
Esta fórmula sigue siendo válida y contiene en sí misma lo esencial de la pedagogía divina utilizada por Cristo. Si Dios es amor, si crees que de verdad Él te quiere, si estás convencido de que el Niño de Belén o el Crucificado del Gólgota es el Hijo de Dios que nace y muere por ti, entonces no puedes permanecer indiferente o en la mera contemplación. Tras contemplar, tas llenarte de motivos, debes pasar a la acción, debes ponerte a amar.
Pero, ¿a quién amar? Ante todo, a aquellos con los que tengas alguna deuda de amor: los tuyos. La familia, una vez más, se nos presenta como la primera que debe recibir el don del amor. Después vienen los amigos, los compañeros de trabajo o de estudios y también, y sobre todo, aquellos que muestran en su cuerpo o en su espíritu la huella del dolor, de la necesidad.
No debes olvidar, y esto es lo importante, que no se trata de hacer las cosas por mero sentimentalismo navideño, o por un humanitarismo altruista. Generalmente estas motivaciones dan poco de sí y se agotan en una limosna barata. Tienes una deuda de gratitud con Dios. Págala en el prójimo.