Desde luego que nadie en este mundo tiene, ni puede tener la certeza…,  de que alguien, se haya condenado, sea este un ser querido o no lo sea. Caso distinto es el de los que se salvan, puesto que los santos canonizados, desde luego que están todos contemplando el Rostro de Dios. La declaración canónica de la santidad de una persona es la promulgación de un dogma, y cualquiera que ponga en duda la santidad de un santo canonizado, atenta contra el dogma.

        Y esto es muy importante para nosotros los creyentes católicos, porque el dogma católico, es decir la suma de todos los dogmas declarados por la Iglesia, forman un todo, un conjunto que no es susceptible de romperse, es decir, no podemos decir, creo en este dogma pero no en este otro; creo que San Juan de la Cruz, se encuentra en el cielo pero no creo que allí se encuentre Santa Teresa de Jesús; creo en la Inmaculada Concepción, pero no creo en la Asunción de María a los cielos. El dogma es como un tejido total que no se puede romper ni dividir.

           Cuando no media el dogma, cada uno puede pensar lo que quiera, así por ejemplo, se puede pensar que una persona declarada beato, por el Sumo pontífice, no está en los cielos, aunque es de ver que en este caso habría de considerarse la existencia una gran temeridad.

            Pero entrando en el caso de los que se condenan y que son muchos más de los que la gente piensa. A este respecto recomiendo la lectura de un libro del gran teólogo dominico y contemporáneo nuestro, ya fallecido, Antonio Royo Marín, O.P. que en su libro “¿Se salvan todos?” (Edit. Bac 1995. Isbn 84-7914181-6.), llega Royo Marín, hasta calcular cifras de reprobados anualmente. Teniendo en cuenta que el libro se debió de escribir, hace ya más de veinte años y como el demonio está engordando de satisfacción, por sus últimos avances, es de suponer que las cifras del P. Royo Marín, están ya obsoletas.

            Lo que desde luego es cierto, es que es imposible  tener en vida la certeza de que alguien se haya condenado, por muy depravada que hubiese sido su conducta en este mundo. Pero en el cielo, si que nos enteraremos y es aquí, donde nace un enigma a muchas personas que mentalmente se dicen: Si en el cielo la felicidad será perfecta, como voy a ser perfectamente feliz, si allí me voy a enterar que mi hijo Pepe se ha condenado y está en el infierno. No es fácil hacerle comprender a una persona que ahora está  aquí abajo, que a pesar de que su hijo Pepe, esté en el infierno ella será plenamente feliz en el cielo y estoy seguro, que nadie desde el cielo, por mucho que haya querido a su hijo Pepe, quiera acompañatle. Veamos.

         Lo primero que hemos de considerar, es que nuestra vida actual, las valoraciones que hacemos de las conductas de los demás, la forma en que apreciamos el mal y el bien, todo lo que constituye nuestra actual  mentalidad terrestre, nada tiene que ver con el cambio que para bien experimentaremos, si somos capaces de amor lo suficiente al Señor, como para ganarnos el cielo. Y cuando más hayamos amado mayor será el cambio que experimentaremos.

           De entrada aquí abajo, nuestra alma en lucha con las apetencias de nuestro cuerpo, maneja como y cuando puede, nuestras tres potencias: Memoria, Inteligencia y voluntad. Y en la medida en que nuestra alma por nuestro avance espiritual, va dominando más a nuestro cuerpo, que nos incita a  los apetitos de nuestra concupiscencia, el alma se va acercando más a Dios, lo va amando más, y ya sabemos que el amor asemeja, tal como escribe San Juan de la Cruz, produce igualdad porque el que ama tiende siempre a identificarse e imitar al amado que en este caso es el Señor.

           En este proceso de identificación con el Señor, será fundamental, que nuestra voluntad cuando lleguemos al cielo, nos desaparezca, subsumida, por razón de amor, en la voluntad del Señor. En el cielo nadie tiene otra voluntad que la que emana de Dios. Así nuestro Señor repetidamente nos dejó dicho: “…, mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado, y dar cumplimiento a su obra”. (Jn 4,34).  “…, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envío”. (Jn 6,38). “No se haga como yo quiero, Padre, sino como quieres Tu”. (Mc 14,36). “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrara en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”. (Mt 7, 21). “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre”. (Mt 12, 48-50).

         En lo que se refiere a la memoria, esta desaparecerá también, desde el momento en el que el santificado entra en la eternidad, donde todo es pasado, presente y futuro al mismo tiempo.  Y en lo que se refiere a la inteligencia, esta será iluminada por la luz que emana del Rostro de Dios y su capacidad estará a la altura de la que disfrutan los ángeles.

        Nadie sufrirá por la condena de un ser aquí abajo querido, porque esta persona, libremente ha elegido condenarse, desde el momento en que no ha querido aceptar el amor que el Señor le ofrecía y estemos todos seguros, que mayor dolor ha sido el del Señor; al ver al final, menospreciado su amor por una criatura, por Él creada y a la que ha amado intensamente como si ella hubiese sido la única persona por el creada en el mundo, por una persona por la que bajó a este cochino mundo, para redimirle de sus propios pecados y ser atormentado y crucificado como si fuese un criminal. Ninguna madre ha hecho todo lo que el Señor hizo por su hijo Pepe. Y sin embargo, con harto dolor de su corazón, al Señor llegó el último momento y al no aceptado su amor, no le quedó otro remedio que retirarle de su ámbito de amor.

         Las consecuencias en un alma, que se originan por haberse salido voluntariamente del ámbito de amor de Señor son nefastas, pues su alma pierde la capacidad de amar y de ser amado, y esta pérdida es tremenda en cuanto ya jamás, podrá arrepentirse de, ya que el arrepentimiento es un acto de amor. Y al no poderse arrepentirse de nada, quedará eternamente fuera del ámbito de amor del Señor, para toda la eternidad. Una vez que ha salido del ámbito del amor de Dios, ese vacía que se le produce al faltarle el amor, se le rellenará  inmediatamente con la antítesis del amor que es el odio.

         También pierde al alma al salir del ámbito de amor del Señor, la luz divina, esa luz que emana del amor divino y que los tres apóstoles contemplaron en la transfiguración del Señor en el Monte Thabor. La pérdida de la luz divina, que nada tiene que ver con la luz material del sol, dejará al alma que esté fuera del ámbito de amor del Señor, sumida eternamente en unas densas tinieblas.

      Es por ello que el infierno es el reino del odio y las tinieblas. Mientras que a sensu contrario el cielo es el Reino del amor y la luz.

          Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

          Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

            La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.

           Si se desea acceder a más glosas relacionadas con este tema u otros temas espirituales, existe un archivo Excel con una clasificada alfabética de temas, tratados en cada una de las glosas publicadas. Solicitar el archivo a: juandelcarmelo@gmail.com