Las crisis no brotan de la noche a la mañana. Hay un tiempo, a veces muy largo, de incubación. Como las plantas que empiezan por una pequeña semilla escondida en la tierra hasta que germina, y puede llegar a ser un árbol gigante.
Igual ocurre con la crisis de fe que estamos sufriendo a distinto niveles. Arranca de lejos, y casi siempre empezó por una palabra, una idea, un concepto, una visión aventurada, una actitud… Benedicto XVI viene advirtiendo durante años sobre el peligro de ciertas posturas filosóficas y teológicas que tratan de minar la estructura de fe que arranca desde Jesucristo. Lo ha denunciado en multitud de publicaciones a lo largo de su trayectoria como teólogo y pensador de primera fila.
En el año 1985 se publico una larga entrevista que mantuvo con Vittorio Messori, bajo el título “Informe sobre la fe”. Con motivo de la celebración de este año especial sobre la Fe, he retomado de mi biblioteca este libro de bolsillo que un día publicara la BAC, y me he metido de nuevo entre sus líneas para descubrir lo que proféticamente decía el teólogo que llegaría a Papa.
El capítulo III lleva por título una afirmación categórica: LA RAIZ DE LA CRISIS: LA IDEA DE IGLESIA. Y en respuesta a la pregunta que le plantea el periodista y escritor, el entonces Cardenal responde: Aquí está el origen de buena parte de los equívocos o de los auténticos errores que amenazan tanto a la teología como a la opinión común católica… Mi impresión es que se está perdiendo imperceptiblemente el sentido auténticamente católico de la realidad “Iglesia”, sin rechazarlo de una manera expresa. Muchos no creen ya que se trate de una realidad querida por el mismo Señor. Para algunos teólogos, la Iglesia no es más que mera construcción humana, un instrumento creado por nosotros y que, en consecuencia, nosotros mismos podemos reorganizar libremente a tenor de las exigencias del momento. Y así, se ha insinuado en la teología una concepción de Iglesia que no precede sólo del protestantismo en sentido “clásico”. Algunas eclesiologías posconcialiares parecen inspirarse directamente en el modelo de ciertas “iglesias libres” de Norteamérica, donde se refugiaban los creyentes para huir del modelo opresivo de “Iglesia de Estado” inventado en Europa por la Reforma. Aquellos prófugos, no creyendo ya en la Iglesia como querida por Cristo y queriendo mantenerse alejados de la Iglesia de Estado, crearon su propia Iglesia, una organización estructurada según sus necesidades.
El entrevistador le pregunta cómo es la Iglesia para los católicos, a lo que responde Ratzinger: Para los católicos, la Iglesia está compuesta por hombres que conforman la dimensión exterior de aquella; pero, detrás de esta dimensión, las estructuras fundamentales son querida por Dios mismo y, por lo tanto, son intangibles. Detrás de la fachada humana está el misterio de la realidad suprahumana sobre la que no puede en absoluto intervenir ni el reformador, ni el sociólogo, ni el organizador. Si, por el contrario, la Iglesia se mira únicamente como mera construcción humana, como obra nuestra también los contenidos de la fe terminan por hacerse arbitrarios: la fe no tiene ya un instrumento auténtico, plenamente organizado, por medio del cual expresarse. De este modo, sin una visión sobrenatural, y no sólo sociológica, del misterio de la Iglesia, la misma cristología pierde su referencia a lo Divino: una estructura puramente humana acaba siempre en proyecto humano. El Evangelio viene a ser entonces el “proyecto_Jesús”, el proyecto liberación-social, u otros proyectos meramente históricos, inmanentes, que pueden incluso parecer religiosos, pero que son ateos en realidad.
A la pregunta que le formula Messori sobre el abuso del concepto de Iglesia como Pueblo de Dios, el Cardenal Ratzinger reconoce que la expresión, que se usa en el Concilio Vaticano II, hace más referencia al Pueblo de Dios del A.T., y que el uso de ella para la Iglesia se debe compensar, como lo hace el Concilio, con la concepción neotestamentaria de la Iglesia como “cuerpo de Cristo”. Por el bautismo comenzamos a ser Iglesia al injertarnos en el cuerpo de Cristo. Hay que mirar al Antiguo Testamento como camino hacia el nuevo, pero evitando posibles peligros de ver la Iglesia desde perspectivas políticas, partidistas y colectivistas. La Iglesia ha de contemplarse no desde la sociología, sino desde la cristología. La Iglesia no se agota en lo colectivo, al ser “cuerpo de Cristo”, es mucho más que la simple suma de sus miembros. “Es necesario recrear un clima auténticamente católico, encontrar de nuevo el sentido de la Iglesia como Iglesia del Señor, como espacio de la presencia real de Dios en el mundo, la Iglesia es el reino de Cristo presente actualmente en misterio”… La Iglesia es la comunión de los santos, entendiendo por santos a todos los bautizados. Y esto significa, dice el teólogo Ratzinger: tener en común las “cosas santas”, es decir, la gracia de los sacramentos que brotan de Cristo muerto y resucitado.
La Iglesia, más que nuestra, es de Cristo. “Todo lo que es sólo nuestra Iglesia no es Iglesia en sentido profundo; pertenece a un aspecto humano y es, por lo tanto, accesorio, efímero”.
Importante reflexión que a la hora de valorar nuestra fe, nos hace pensar en cómo siento la Iglesia, que es de Jesucristo, y a la cual me incorporo por vocación en el momento del bautismo, y en la cual debo vivir como familia de Dios.
Juan Garcia Inza